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CAPITULO NUEVE

El viento traía el anuncio de tormenta en forma de olas pequeñas y coronadas de espuma mientras el sol se ocultaba y las sombras invadían el día. La noche descendía con su manto negro y frescas brisa barrían la isla y arrastraban los delicados aromas de la enredadera florecida que trepaba en el balcón de Shanna.

Por fin ella observó críticamente su imagen en el espejo y frunció ligeramente el entrecejo al pensar que tendría que mostrarse ingeniosa y amable ante los invitados a la cena cuando su mente estaba sumida en la confusión. Todo la disgustaba y hasta la perfección de su belleza, regiamente ataviada en rico satén color marfil y costosos encajes, no conseguía cambiar su mal humor y su descontento.

Desapasionadamente, seguía con la vista fija en el espejo mientras Hergus alisaba cuidadosamente las elaboradas trenzas de su peinado adornadas con sartas de perlas.

Shanna acomodó el escote cuadrado, bordeado también con lustrosas perlas. El vestido se ajustaba sobre las deliciosas curvas y parecía que sólo por milagro no revelaba las suaves puntas rosadas de sus pechos.

– Se ve estupenda, señorita -dijo Hergus.

Shanna era una de esas raras beldades que nunca se ven mal. Hasta por la mañana temprano, con el cabello en desorden y los ojos cargados de sueño, irradiaba una sensualidad que hubiera hecho hinchar el corazón de un marido, de orgullo si no de lujuria.

La escocesa gruñó con desaprobación.

– Al señor Ruark le será difícil apartar la mirada de ti aunque esté tu padre. Ajá, harás hervir la sangre de ese hombre. -Hergus suspiró-. Pero supongo que eso es lo que te propones pues has elegido este vestido sabiendo que él estará allí.

– Oh, Hergus, no me sermonees -rogó Shanna-. En los salones franceses las damas se presentan con mucho menos que esto. ¡Y ciertamente, no he elegido este vestido por complacer al señor Ruark!

– ¡Claro! ¿Por qué ibas a hacerlo? -dijo Hergus, en tono de chanza.

– Basta, Hergus. Has estado insistiendo con eso desde que te envié a buscar al señor Ruark a su cabaña. Es hora de que hables de una vez sin reservas.

Hergus asintió con firmeza.

– Ajá -dijo- eso es lo que haré. He estado con usted desde que era una criatura y la he cuidado aunque yo misma no era más que una niña. La he visto crecer y convertirse en la cosa más hermosa que un hombre pueda imaginar. He estado a su lado en las buenas y en las malas. Me he puesto de su parte cuando su padre quiso casarla con un apellido en vez de un hombre. Pero no puedo entender que se escabulla como una ramera para encontrarse subrepticiamente con el señor Ruark. Ha tenido la mejor educación y los mejores cuidados. Todos hemos deseado lo mejor para usted, hasta su papá, por más empecinado que sea. ¿No entiende que necesita casarse y tener hijos? Oh, yo puedo entender el amor. Cuando era muchacha estuvo mi Jaime y llegamos a estar prometidos, pero él fue apresado en uno de los barcos de Su Majestad. Mis familiares murieron y yo tuve que conseguir trabajo para sostenerme y nunca volví a ver a mi Jaime aunque pasaron muchos años. Y comprendo que esté usted prendada del señor Ruark pues él es guapo y más hombre que cualquiera de los que osaron cortejarla. Pero lo que hace está mal. Usted lo sabe, señorita. Renuncie a él antes de que su padre lo descubra y la obligue a casarse con algún lord viejo y baboso.

Shanna gimió irritada y caminó hasta el otro extremo de la habitación. No podía confiarse en la mujer por temor a que si su padre se enteraba y la despidiera. Pero la reprimenda de Hergus la fastidió.

– No hablaré más del señor Ruark -declaró con determinación.

La doncella insistió, decidida a poner algo de buen sentido en esa hermosa cabeza.

– ¿Y si tiene un hijo de él? ¿Qué diría su padre de eso? Haría castrar al señor Ruark y usted nada podría hacer para evitado.

Ajá, sería la madre de un hijo de él, pero no ha pensado en eso ¿verdad? ¿Por qué? -insistió Hergus-. Espera que no quedará encinta de él. Ah, muchacha, está engañándose. El es todo un hombre. El pondrá su simiente en usted y usted se hinchará como un melón y no tendrá marido.

Shanna se mordió el labio para contener el flujo de palabras que amenazaba con salir de su boca. Era raro que permaneciera callada ante una reprimenda porque tenía una lengua rápida y respondona para cualquiera, con la única excepción de su padre.

– Si ya no ha sucedido, será solamente cuestión de tiempo. ¿Quiere poner fin a esta insensatez, antes que sea demasiado tarde? Si no puede hacerlo, entonces iré yo y le pediré a él que la deje. Aunque dudo de que lo haga, pues está loco por usted y no le importa arriesgar su vida. El será quien sufrirá más si su padre llega a enterarse.

Hergus se llevó las, manos a la cabeza, levantó los ojos al cielo y exclamó:

– ¡Ah, qué vergüenza! Y usted, una viuda tan reciente. ¡Su propio marido, el pobre, apenas enfriándose en la tierra y usted retozando con un plebeyo siervo! ¡Oh, qué vergüenza!

– ¡Basta! esto ha terminado! -gritó Shanna-. Ya no lo veré más.

Hergus la miró con los ojos entrecerrados. -Eso dice ahora, ¿pero es sincera?

Shanna asintió vigorosamente. -Sí, es verdad. No volveré a acostarme con él. Está terminado Hergus se irguió satisfecha.

– Es lo mejor para los dos. Encontrará un hombre del gusto de su papá y tendrá hijos. Olvidará al señor Ruark.

Shanna quedó mirando la puerta cerrada mucho después que Hergus se retiró y preguntándose si realmente esta relación con Ruark estaba terminada. Sí, Ruark, tan confiado en sus habilidades. El conocía mejor que ella los secretos de su cuerpo de mujer. ¿Con cuántas doncellas inocentes se había acostado para adquirir tanta experiencia? ¡El vulgar descarado! ¿Era eso el azúcar que ella tenía que tomar de su mano? ¿Creía él que ella acudiría corriendo cuando le silbara?

Su mente se rebelaba. Ella no era una bestia tonta para dejarse domar por un hombre y acudir a su llamado.

– ¿Acaso cree que me tiene dominada -siseó para sí misma- y que yo iré a implorarle sus favores como una de esas remeras vulgares que él encontraba tan dispuestas en las tabernas de mala reputación?

Súbitamente recordó a Milly, quien lo miraba con la boca abierta, como aguardando cualquier pequeño bocado que él se dignara concederle. ¿A cuántas otras mozas de la isla había seducido?

– Ajá, dragón flamígero, si crees que puedes llevarme con una traílla, sentirás mis uñas en tu escamosa piel. – Entrecerró los ojos llena de venenosos pensamientos-. Ven aquí, mi dragón Ruark, y te enseñaré las trampas que puede tenderte la rosa espinosa. Te tendré arrastrándote a mis pies antes que termine esta noche, implorando una migaja de mi bondad.

Decidida, con su objetivo claramente delineado en la mente, Shanna reacomodó el escote de su vestido y se puso un poco de perfume en el profundo valle entre sus pechos y detrás de cada oreja.

– Quizá permitiré que me toque murmuró astutamente, y ante ese pensamiento sintió que una excitación quemante le recorría los pechos-. Ajá, saldré sola al porche y conociendo al impúdico canalla, sé que él me seguirá con cualquier excusa. -Saboreó la escena en su imaginación y una lenta sonrisa se dibujó en su rostro mientras sus ojos refulgían como los de un impío duendecillo-. Me mostraré dispuesta… por un tiempo y después me ofenderé y lo rechazaré. Entonces él implorará, rogará que lo trate con más consideración.

Pero primero lo haría avergonzarse hasta los tuétanos por su salvaje indumentaria ante los oficiales de la fragata española que estaba en el puerto, a fin de que nunca. más pudiera ponerse esos calzones cortos sin recordar el bochorno que tuvo que soportar. Grosero colonial.

Ella le enseñaría una dura lección sobre elegancia.

En la mesa de desayuno de su padre él se había conducido bastante bien, pero esta sería la primera vez que asistía a una cena, a una ocasión formal. Habría suficientes mujeres para admirarlo porque ya casi todos los capitanes de barcos de Los Camellos estaban navegando, y sus esposas e hijas mayores estarían presentes. Pero las matronas eran generalmente mayores que él y sus hijas un poco tontas. Claro que en cuestión de gustos… ¿acaso él no había corrido en pos de esa moza en la posada? Tal vez hasta pudiera lograr una o dos conquistas virginales.

Shanna pasó por el comedor fonnal y examinó el arreglo de la mesa. El salón resplandecía con las luces deslumbrantes de miríadas de velas que ponían chispas en los prismas de cristal de las arañas y en las copas y la porcelana sobre la larga mesa. Ramilletes de flores despedían una suave fragancia que parecía magnificada en las suaves brisas levemente cargadas con el olor de la promesa de lluvia que se colaba por las ventanas abiertas. Era costumbre del hacendado agasajar a la gente de la isla, cuando cenaban en la mansión, con todo el decoro de sus señoriales pares. A veces se trataba solamente de capataces y supervisores con sus esposas, pero siempre se les ofrecía un festín digno de la realeza. Esta noche habría un grupo variado; aunque Ruark sería el único siervo presente, unos pocos de los supervisores más antiguos habían sido invitados. Cuando se cenaba en la mesa de Trahern nunca se sabía quiénes podrían ser sus compañeros, y tanto se podía esperar un duque como un esclavo.

Shanna se detuvo en la puerta del salón de recibir y recorrió con la mirada el grupo de invitados. Las puertas francesas estaban abiertas de par en par para dejar entrar el aire fresco de la noche. Una pequeña orquesta tocaba música de cámara cuyos acordes flotaban por encima del bajo rumor de las voces. Los invitados lucían sus mejores galas, los oficiales españoles resplandecían en sus uniformes, las damas se veían hermosas en sus voluminosas faldas de sedas y satenes. Había un desconocido bien vestido que le daba la espalda y que le recordaba ligeramente a Ruark, pero a Ruark no se lo veía en ninguna parte. Quizá había tenido el buen sentido de excusarse.

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