Era como si una nube alta e hinchada hubiera dado nacimiento a un lugar de color verde esmeralda. Varias colinas bajas amontonaban sé sobre un barranco junto a una playa que separaba el vivido verde de las revueltas rompientes y las olas que lamían la costa desnuda con lenguas de espuma coronadas de blanco. El azul profundo del mar abierto dejaba lugar, en los bajíos cerca de la isla, a un brillante verde iridiscente que armonizaba con los ojos de Shanna.
El Marguerite salió de debajo de su propia nube y sus velas blanqueadas por el sol resplandecieron en el día radiante.
Una columna de humo elevábase del pico de la colina más alta de Los Camellos y momentos más tarde, el sordo estampido del cañón de señales llegó hasta los pasajeros del barco. El bergantín se acercó a su
Meta. Largos y verdes brazos rodeaban una espaciosa caleta en cuyo vértice se levantaban los resplandecientes edificios blancos de la aldea, Georgiana. Un matiz más oscuro en las aguas señalaba el canal de acceso que pasaba entre esos brazos para llegar al puerto. Había pocos en la isla que no dejaron cualquier cosa que estuviesen haciendo al escuchar el cañón de señales y corrieron al muelle para recibir a los recién llegados. Habría chulerías para hacer trueque, favores especiales largamente esperados y, más importantes, las últimas noticias y murmuraciones del mundo exterior.
El mismo Orlan Trahern era mucho más un comerciante que un plantador, Y ciertamente hubiera debido estar sumamente ocupado para no subir a su carruaje y venir al puerto a fin de comprobar cómo lo había
favorecido la fortuna. Si se trataba de una nave desconocida, habría el regateo y las discusiones que tanto le agradaban por el desafío que representaban, y alas que se entregaba como si fuera un juego.
Shanna aguardó con impaciencia mientras se arriaban las velas y el Marguerite amarraba en el muelle. Varios otros barcos que estaban en el puerto se hallaban anclados a cierta distancia del muelle. Durante los meses de invierno, los más grandes serían calafateados y reparados mientras los más pequeños recorrerían las islas del sur y el oeste, trocando las mercaderías del continente por las materias primas del Caribe.
Se colocó la planchada y los cables quedaron firmemente asegurados. El corazón de Shanna se elevó casi tan alto como las gaviotas que volaban sobre el barco y sus ojos buscaron ansiosamente entre la multitud el rostro familiar de su padre..
Pitney apareció a su lado con dos de los baúles más pequeños bajo sus brazos y la siguió cuando ella descendió. Cuando Shanna dejó la planchada, allí estaba el capitán Duprey ofreciéndole el brazo, después de haberse asegurado de que su esposa no se encontraba entre los presentes. Sus ojos oscuros imploraron una demostración más cálida del hermoso rostro ovalado pero quedó decepcionado, porque Shanna apenas advirtió su presencia en su prisa por alejarse del barco. Como si él fuera solamente un sirviente para tareas menudas, ella le puso en las manos un quitasol de encaje y miró ansiosamente a su alrededor. Más allá del grupo de curiosos, el birlocho descubierto de Trahern aguardaba vacío. Pero entonces la multitud se abrió para dejar paso al patrón, quien venía -apresuradamente a recibir a su hija. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro cuando la vio pero él rápidamente refrenó' esa demostración de placer.
Orlan Trahern era ligeramente más bajo que los hombres que lo rodeaban pero tenía espaldas anchas y un cuerpo sólido y fornido. Se movía con pasos lentos y llevaba su peso con facilidad, porque aunque no era delgado poseía mucha fuerza. Shanna le había visto vencer a Pitney en una competencia de fuerza por un jarro de ale. Cuando se entregaba a la risa todo su cuerpo se sacudía, aunque las carcajadas no duraban demasiado.
Shanna soltó un grito de alegría, corrió hacia su padre y le echó los brazos al cuello. Durante un fugaz momento los brazos de Trahern rodearon la esbelta cintura de su hija pero en seguida él la apartó un poco, se apoyó en su largo y nudoso bastón y la examinó con atención. Shanna emitió una carcajada clara, cristalina, recogió sus amplias faldas de linón -azul claro, bailó en un lento círculo frente a él y después lo miró nuevamente, de frente e hizo una lenta reverencia.
– Su sirvienta, señor.
– Vaya, hija. -El apretó los labios y la contempló como si la viera por primera vez-. Se diría que te has puesto aún más hermosa en este año que ha pasado.
Se volvió a medias, se caló el ancho sombrero que siempre usaba y sus ojos se posaron en el capitán Duprey.
– y como siempre -agregó- tienes hombres que corren en pos de ti para ofrecerte sus servicios.
Jean Duprey daba vueltas en sus manos al quitasol, como si buscara un lugar donde arrojado, pero finalmente se lo entregó a Shanna. Inmediatamente balbuceó una excusa acerca de que tenía que ocuparse de su barco y se retiró bajo la mirada divertida de Trahern.
– ¿Te has vuelto más tolerante con las incomodidades, muchacha? No hubiera creído que te rebajarías hasta viajar en un barco tan modesto. Es más propio de ti disfrutar de los lujos de la vida.
– Vamos, papá -dijo Shanna, sonriendo-. Sé amable. Estaba ansiosa por regresar. ¿No estás contento de verme?
Orlan Trahern aclaro ruidosamente su garganta y después miró a Pitney, quien parecía tener dificultad para mantener una expresión seria. El hacendado tendió la mano al hombre cuando éste hubo dejado los baúles en el suelo..
– Veo que se encuentra bien -dijo Trahern-. Nada le ha sucedido por haber tenido que escoltar a esta muchacha durante un año. A menudo me pregunté si había hecho bien al enviar a Ralston para que los guiara a ustedes dos, pero ahora están aquí, sanos y salvos, Y supongo que
No ha sucedido nada indebidamente desastroso.
Shanna abrió nerviosamente jul sombrilla, la hizo girar rápidamente sobre su cabeza y dirigió a su padre una sonrisa brillante.
– Vamos, hija -ordenó casi él-. Se acerca el mediodía y compartiremos unos bocados mientras me das las novedades.
Orlan palmeó a Pitney en la espalda.
– Supongo que estará ansioso de encontrarse en su casa. Refrésquese un poco y más tarde lo visitaré para jugar una partida de ajedrez primero me ocuparé de esta muchacha
El hacendado acompañó a su hija sin aparatosidad a través de la multitud que los rodeaba Y de la cual surgían manos tendidas Y gritos de saludo para Shanna. Se había corrido la voz de su arribo y todavía ahora llegaban rezagados que se unían a los curiosos. Shanna reía llena de gozo cuando veía a viejos amigos que se le acercaban. Las mujeres de la aldea se apretujaban ansiosas de observar el vestido Y el peinado de la joven a fin de enterarse de la última moda, mientras que los niños estiraban las manos para tocarle el borde del vestido. También había hombres presentes, pero los que no eran amigos de la hija de Trahern se quedaban unos pasos atrás para contemplar admirados su fabulosa belleza. Fue una marcha lenta pero llena de excitación y de la renovación de antiguas amistades.
Ayudada por su padre, Shanna subió por fin al carruaje Y el birlocho se alejó rápidamente del muelle. Shanna se apoyó en el asiento y observó las casas y los árboles que le eran tan familiares. Interiormente se preparó para lo que sabía que vendría.
Estaban lejos de la aldea y en el camino que llevaba a la mansión cuando Trahern, sin mirarla, mencionó el tema. Su voz fue tan abrupta que ella dio un leve respingo.
– ¿Ya has tenido bastante de cavilar y vacilar, hija mía? ¿Has elegido marido?
La mano atezada estaba apoyada en la gruesa rodilla y fue allí donde Shanna apoyó su mano a fin de que la sortija de oro quedara bien a la vista.
– Puedes llamarme señora Beauchamp, papá, si no quieres usar mi apellido de soltera. -Sus párpados aletearon y ella se aventuró a mirarlo por el rabillo del ojo-. Pero oh, Dios mío -agregó y trató de que su tristeza se trasluciera en su voz también hay algo que debo contarte y que es muy penoso.
Shanna sintió una sensación extraña, porque los ojos de él, del mismo color que los de ella, la miraron en silenciosa interrogación.
Incapaz de soportar esa mirada, tuvo que volver el rostro. Las lágrimas llegaron, aunque en gran parte por la vergüenza de su engaño.
– Conocí un hombre, muy gallardo, muy guapo… nos casamos. – Tragó con dificultad, como si la mentira le dejara un sabor amargo en la lengua-. Después de una breve noche de dicha… -se deshizo en llanto un momento Y en seguida se obligó a continuar él bajó de nuestro carruaje y cayó al torcerse un pie en una piedra. Antes, de que los cirujanos pudieran hacer nada, murió.
Orlan Trahern golpeó su bastón contra el piso del birlocho, con una maldición no pronunciada.
– Oh, papá -sollozó Shanna-. Tan tarde me convertí en una novia amada y tan pronto quedé viuda.
Trahern soltó un resoplido, se apartó un poco de ella y quedó en silencio, mirando a la distancia, sumido en sus pensamientos. El camino pasó entre espesos grupos de palmeras y nuevamente se extendió bajo la intensa luz del sol. La hija silenció su llanto y sólo un sollozo ocasional interrumpió el silencio hasta que llegaron a la gran mansión blanca. Violentos colores inundaban el prado de césped donde las pincianas desplegaban sus capullos escarlatas, y macizos de franchipanieros embalsamaban el aire con su dulce fragancia. La hierba, prolijamente cortada, extendiese hasta donde alcanzaba la vista, interrumpida a intervalos regulares por los grandes troncos de los altos árboles que extendían muy arriba su espeso follaje. Sólo raros rayos de luz atravesaban las ramas e iluminaban los amplios pórticos que se extendían interminablemente a lo largo del frente y de las alas de la mansión. Arquerías cubiertas, de ladrillo blanqueado, daban sombra á la terraza elevada que bordeaba la planta principal de la casa, mientras que en el primer piso, ornamentadas columnas de madera sostenían enrejados que daban intimidad a las habitaciones. La mansión tenía un tejado empinado, adornado con gabletes. Amplias puertas francesas daban fácil acceso a los pórticos desde la mayoría de las habitaciones de la casa y los pequeños cristales cuadrados del interior de las puertas brillaban con la luz e indicaban el cuidado y la atención de muchos sirvientes.