Los preparativos para el viaje se hicieron frenéticos cuando el Hampstead y el Tempestad empezaron a cargar provisiones y mercaderías para comerciar. Attila y la yegua también irían y bajo la dirección de Ruark se prepararon establos debidamente acolchados para proteger a los animales.
Hergus entraba y salía de las habitaciones de Shanna atareada con los preparativos; una vez se detuvo en, el pasillo, bajo la mirada divertida de Ruark, con los brazos cargados con capas de lana y pieles.
– Guardar las ropas de invierno -se quejó la mujer sin aliento-, sacar las ropas de invierno. Es algo de nunca acabar:
Por fin llegó el momento y los barcos fueron sacados de la, bahía. En medio de gritos de despedida, los pasajeros subieron en los botes de remo que los llevaron para pasar la primera noche a bordo, mientras aguardaban las brisas del amanecer.
Y llegó el alba. Se levaron las anclas cuando se hincharon las primeras velas, y pronto estuvieron en camino. Cuando el Hampstead salió de la caleta, desde la isla hicieron un disparo de cañón. El Hampstead respondió el saludo con su cañón de popa, y momentos después lo siguió el Tempestad .
Los Camellos era apenas una mancha sobre el horizonte cuando Shanna bajó por fin, fastidiada porque Ruark no se había dignado visitarla cuando partieron. Y durante la comida, en la mesa solamente la recibieron su padre y Pitney, con el capitán Dundas, un hombre corpulento, casi como su padre, pero más sólido y más ágil por sus años de marino.
Momentos después, paseando por la cubierta principal, tampoco vio señales de Ruark y se sintió muy molesta porque no podía bajar ha buscarlo. Sentíase abandonada porque él no se había hecho tiempo para acompañarla aunque fuera unos momentos. Entonces fue a apoyarse en la batayola del alcázar, desde donde podía ver todo el barco. Allí estaba cuando sintió una presencia a su lado, y se volvió llena de esperanzas. Pero sólo se trataba de Pitney, quien la miró con algo de compasión.
– Aún no he visto al señor Ruark -dijo Shanna-. ¿Qué está haciendo? ¿Dónde se encuentra?
Pitney señaló a la distancia. -A unas dos millas, diría yo.
Shanna lo miró desconcertada, porque no encontraba sentido a las palabras del hombre. Entonces Pitney inclinó la cabeza y señaló otra vez. Ella siguió la dirección de su brazo hacia donde venía navegando el Tempestad. Lentamente, Shanna comprendió.
– Ajá -dijo Pitney, respondiendo a la pregunta no formulada-. Fue idea de Ralston que él estuviera cerca de los caballos, pero Hergus y yo estuvimos de acuerdo. – Pitney ignoró la expresión indignada de Shanna. Así se evitarán muchas tentaciones.
Shanna se envolvió apretadamente en su chal y lo miró con ojos helados. Después se marchó pisando la cubierta con irritación, y momentos más tarde Pitney oyó cerrarse violentamente la puerta de una cabina.
A media tarde Shanna abandonó nuevamente su cabina. la mayoría de los marineros eran conocidos y ella intercambió saludos con ellos. Sin embargo, cuando Pitney o Hergus se le acercaron, sus ojos adquirieron una dureza de pedernal y sus labios se cerraron con fuerza.
El día pasó y Shanna sintió se acosada por la soledad. La noche alivió su fastidio, aunque la cama era estrecha, dura y fría. Siguió otro día y Hergus se encontró sin nada que hacer, porque Shanna se peinó sola y no permitió que la mujer entrara en su cabina. El Tempestad fue avistado al amanecer, y durante el día se acercó más para ocupar su posición primitiva.
La mañana siguiente amaneció gris y fría. El Tempestad no fue avistado hasta mediodía. El cuarto día, una llovizna ligera mojó las cubiertas y sólo fue posible estar en ellas por corto tiempo, antes de que se hiciera sentir un frío que penetraba hasta los huesos. Poco antes del anochecer, se cambió de curso hacia el oeste.
Habían navegado hacia el norte para aprovechar los vientos del sudeste y pasar al este y al norte de las Bermudas. Ahora navegaban hacia el oeste para recalar al norte de la bahía de Chesapeake y navegar desde allí aprovechando los vientos prevalecientes del nordeste. La goleta se adelantaría y tocaría puerto un día antes que el Hampstead .
En los días siguientes Shanna se sintió más inquieta y malhumorada. Sus horas le parecían largas y vacías.
Una vez que el Hampstead viró hacia el oeste, salió el sol y los vientos del oeste llevaron a Shanna rápidamente hacia su meta. Pero a ella le parecía que el barco no avanzaba lo suficientemente rápido.
Habían terminado la cena, y hasta sir Gaylord se había mostrado desusadamente gracioso. Sin embargo, ello no disminuyó la frialdad de los modales de Shanna, quien finalmente subió a cubierta para escapar a los intentos de su padre y del capitán Dundas por animarla. Estaba apoyada en la batayola, envuelta en una capa forrada de pieles, cuando Pitney se le acercó.
– Últimamente se la ve muy malhumorada, señora Beauchamp Shanna apretó los labios, Pitney conocía muy bien la causa del mal humor de ella.
– Usted está furiosa y alterada porque ha recibido un cruel golpe del destino -dijo él en tono burlón y cargado de sarcasmo.
– No fue el destino -replicó Shanna. Fueron amigos en quienes yo confiaba.
– Ah, veo que aún tiene voz -dijo Pitney, y rió suavemente-. Hergus y yo estábamos preguntándonos acerca de eso.
– No he tenido mucho que decirles a ninguno de ustedes dos respondió Shanna con petulancia.
– Pobre muchacha -bromeó él-. Es triste que tenga que estar sola. -Pitney hizo una pausa, se frotó las manos y clavó la vista en el cielo que iba oscureciéndose-. Shanna, deje que le cuente un cuento. Es sobre un joven cuyas desdichas pueden muy bien rivalizar con las de usted.
Shanna se preparó para escuchar una serie de lugares comunes. -El no era un individuo complicado, aunque heredó la sencilla herrería de su padre, y trabajando duramente y con honradez, llegó a tener un negocio donde empleaba una docena de hombres. Encontró una dama con título, la menor de una familia acaudalada en la cual todas eran mujeres. Después de un breve noviazgo se casarón discretamente y ella le dio un hijo varón. El niño permitiría continuar la estirpe de la familia y así el hombre fue aceptado por los parientes de la esposa.
"El hijo fue criado por tías y la madre no toleró que interviniera el padre, quien por venir de gentes sencillas, no entendía las costumbres de la familias refinadas, o por lo menos así le hicieron creer a la madre sus parientes. El padre cedió y dejó que la nodriza y los tutores criaran a su hijo.
"El padre se convirtió en un extraño en el hogar de su esposa y pronto su dormitorio fue instalado en otra ala, lejos del de su esposa. El la veía durante las comidas de la noche, pero sólo desde el otro lado de la mesa y rodeada de un rebaño de damas altaneras que lo miraban desdeñosas, como si él fuera un leproso.
"Una vez el muchacho escapó de la mansión y visitó el taller de su padre, donde los dos pasaron horas felices de camaradería antes de que el jovencito fuera sorprendido por sirvientes encabezados por la, tía dominante, que era la que llevaba las riendas de la casa. La mujer advirtió al padre que no se entrometiera más con el muchacho. El hombre quiso defender sus derechos, pero el magistrado local se impresionó con el poder de la familia de la esposa, y al pobre hombre le prohibieron entrar en la mansión y ver a su propio hijo.
"El muchacho huyó nuevamente durante una tormenta de invierno y caminó en medio de una nevada, descalzo, para estar con su padre. Pero lo atraparon y el padre fue encerrado en la cárcel por desobediencia. El muchacho, durante la escapada, se había enfriado demasiado y pronto enfermó con fiebres intensas. Murió en la mansión, llorando por su padre ausente.
"Como ya no tenía sentido dejado en la cárcel, el hombre fue dejado en libertad y empezó a vagar por las calles, borracho y con el corazón destrozado.
Regresó una vez a la mansión y rogó a su esposa que abandonara esa casa glacial de viudas y solteronas y se fuera con él. Ella prometió que así lo haría y lo recibió otra vez en su cama.
Pitney hizo una pausa y estuvo un largo momento mirando sus grandes manos.
– A la mañana siguiente, a ella la encontraron al pie de la escalera, muerta. Todas las damas dijeron que el marido la había empujado, y valiéndose de su riqueza., e influencia, lo hicieron encerrar en un calabozo. Pero con ayuda de amigos él escapó y se refugió en la casa de su hermana, en Londres. El cuñado, un mercader enriquecido por su propio talento, había obtenido la propiedad de una isla remota y pronto llevaría a su esposa y a su pequeña hijita a vivir allí. El hombre, condenado se cambió de nombre y partió con ellos a ese lugar, donde les ayudó a levantar su nuevo hogar y encontró uno para él.
Pitney levantó la mirada y la posó afectuosamente en la mujer que tenía a su lado. Ella lo miró desde atrás de sus lágrimas y le sonrió.
– He estado contigo desde que eras pequeñita, Shanna. -Su voz sonaba extrañamente grave-. Te he acunado en mi regazo. Siempre me he preocupado por tu bien.
– Tío Pitney… -dijo Shanna? y enjugó una lágrima que le caía: por la mejilla.
– Te he visto maltratar la sensibilidad de muchos hombres, aunque la mayoría se lo merecían, pero éste con quien te has casado, este Ruark, ha sufrido como pocos han sufrido en este mundo. El es un hombre audaz, con una buena cabeza sobre sus hombros, fiel a lo que él considera justo. Que un hombre así sea reducido a la servidumbre es odioso, pero tú, mi orgullosa Shanna, lo has traicionado en cada oportunidad sin cuidarte de la honradez o el orgullo de él. Por supuesto, no es culpa tuya, así eres una muchachita malcriada, y yo mismo he tenido parte en eso. En tu educación, he visto poco que te enseñara a ser amable con las gentes sencillas, pero hay que reconocerte el mérito de que has sido más que justa con la mayoría de las personas. Pero no puede decirse que has sido igual con quienes están más cerca de ti y más te quieren. Tú creíste que todos los hombres eran unos tontos petimetre s y cuando llegó a ti aquel que hubieras debido valorar por sobre todos los demás, no supiste cómo tratado y cuidado.