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CAPITULOVEINTIUNO

Orlan Trahern tomó de prisa un desayuno ligero y rápidamente se levantó de la mesa, evitando así toda conversación con sir Gaylord. El caballero había tomado la costumbre de unirse con la familia para la comida de la mañana. En realidad, el hombre no era tan aburrido como parecía. Era solamente que la mención de dinero, finanzas, barcos, el mar, Inglaterra, guerra, paz, o las posibilidades de barcos, agua, comercio, naciones, viento o lluvia terminaba en una perorata de él sobre la prudencia de invertir en un pequeño astillero que podía proporcionar centenares de balandras y goletas por el precio de un solo navío de alto bordo. Sus temas eran notablemente limitados, aunque él parecía sumamente dispuesto a tomar cualquier tópico al azar como puente hacia lo que le interesaba.

– Así fue que el hacendado Trahern dirigió a su hija una última mirada de compasión, se encogió de hombros ante el ruego silencioso de ella y partió con una energía que desmentía su edad y su gordura. Shanna vio alejarse a su padre y se las compuso para dirigir una sonrisa tolerante a sir Gaylord, quien dedicaba su delicada pero efectiva atención a su bien lleno plato de comida. Sus modales no le permitían hablar con la boca llena, por lo cual Shanna se sentía sumamente agradecida, pero sí podía recorrer apreciativamente el cuerpo de ella con los ojos.

Shanna se disculpó con una levísima inclinación de cabeza y cuando se dirigía al salón, pidió quedamente a Berta que le llevara té, pensando que ahora podría beberlo sola y tranquila. Pero no bien se había sentado en el sofá entró Gaylord, limpiándose de los labios los últimos restos de comida, hecho lo cual metió la servilleta dentro de su manga. Si no hubiera sido. por la ornamentada "T" que llevaba, el paño habría podido servir de elaborado pañuelo. Pero el hombre parecía tener debilidad por cualquier cosa artísticamente bordada con una letra y un gusto especial por la "B", que adornaba todas sus ropas. Hasta sus chaquetas tenían el monograma a la altura del corazón.

Cuando Berta dejó la bandeja y se preparó para servir el té, él se levantó y la hizo a un lado.

– No es una gracia masculina, mi querida -le informó él pomposamente a Shanna-. Pero" debe realizársela con una habilidad que raramente uno encuentra lejos de Inglaterra.

Levantó la tetera con florido ademán, llenó dos tazas nada más que hasta la mitad con el líquido y añadió una generosa porción de crema. Revolvió hasta que el fluido se convirtió en una sustancia espesa sin ningún parecido con el té. No advirtió la expresión horrorizada de Berta, añadió en una taza varias cucharadas de azúcar y se detuvo ante la otra.

– ¿Una o dos, querida mía? -preguntó con solicitud.

– Sin crema, sir Gaylord, por favor. Solamente té y muy poca azúcar.

– ¡Oh! -exclamó él Probó su propio té-. Delicioso, querida mía. Realmente, debería probado de este modo. Es la locura de Londres.

– Lo he probado -repuso Shanna sin malicia, se inclinó hacia adelante y se sirvió ella misma una taza a la que añadió una cucharada de azúcar.

Gaylord acomodó su cuerpo en una silla de respaldo recto, cruzó las piernas y bebió más té.

– Bueno, no importa. Confío en que tendré toda una vida para enseñarle los refinamientos de las personas inglesas elegantes.

Shanna levantó rápidamente su taza y bajó la vista, mientras Berta fulminaba al caballero con su mirada.

– Shanna, querida mía -sir Gaylord se echó atrás en su silla y la contempló -no tiene usted idea de lo que estar simplemente cerca suyo significa para un par del reino. -Mi corazón se acongoja porque pasamos tan poco tiempo a solas, de otro modo le expresaría las maravillosas pasiones que agitan mi corazón.

Shanna se estremeció levemente y se disculpó pues vio que él lo notó.

– Demasiada azúcar, me temo.

Agregó más té a su taza y no se atrevió a mirar a Berta. El ama de llaves estaba en el vano de la puerta que daba al vestíbulo y acariciaba con los dedos una pesada escultura, mientras entrecerraba los ojos en una forma muy poco característica. La anciana pareció llegar a una decisión y avanzó resueltamente.

– Tengo cosas que hacer -le informó a Shanna, 1o cual provocó una expresión de desaliento en el rostro de su ama y un brillo de renovadas esperanzas en los ojos de sir Gaylord-. Llámeme si me necesitan.

Antes que Shanna pudiera protestar, Berta dirigió una última mirada dubitativa a sir Gaylord y se marchó. El salón quedó silencioso un momento. Shanna casi saltó cuando el caballero carraspeó, se levantó de su silla y se detuvo frente a ella. Ella miró con ojos límpidos y se preparó para hablar seriamente.

– Mi querida Shanna, hay muchas cosas que debemos discutir. Es tan. raro que yo pueda encontrar alguien dispuesto a comprender las necesidades de la nobleza de sangre. Usted es tan hermosa y tan rica… ejem, deseable. Ninguna.otra podría aliviar mi situación. Estoy afectado hasta lo más hondo del alma.

Se acercó un paso y Shanna se vio en un dilema. Temía tanto que él le tomara la mano o qué ella misma estallara en carcajadas. Algo de su lucha interior debió traslucirse porque él continuó sin detenerse.

– Le ruego que no se altere, querida mía. Tenga la seguridad de que nada de lo sucedido ha afectado en lo más mínimo mi respeto hacia usted.

Shanna estaba casi frenética. La razón la abandonó y no encontraba ninguna excusa aceptable. Sentíase atrapada, pero Gaylord tomó su incomodidad por indecisión y cobró valor. Su rodilla ya empezaba a flexionarse y estaba a punto de arrodillarse ante ella cuando su mirada fue más allá. Súbitamente el inglés se puso rígido.

– Buenos días. -La voz sonó animosa desde la puerta-. Es un día realmente hermoso.

Shanna ahogó una exclamación, se volvió en el sofá y miró sorprendida, a Ruark, la última persona que se le hubiera ocurrido que vendría a rescatada.

– ¡Señor Ruark! ¿Está seguro de que debe estar levantado? -Puso en su voz toda la preocupación que le fue posible, a fin de disimular el enorme alivio que la inundó-. ¿Cómo está su pierna? ¿Ha mejorado tanto?

Ella sabía mejor que nadie que tres días de reposo y de bien preparados emplastos habían hecho maravillas. La noche anterior el cirujano, al cambiar las vendas había declarado que la herida estaba curada. Shanna advirtió el suspiro., decepcionado de Gaylord, quien debió resignarse a seguir esperando.

Ruark, apoyándose en el bastón de Trahern, fue hasta el sofá y se sentó al lado de Shanna. Ella se apresuró a buscar un escabel para que él apoyara cómodamente la pierna. Cuando se inclinó para colocarle un cojín bajo la pantorrilla, no se preocupó de su escote ni de la forma en que el mismo exhibía sus pechos para los ojos de Ruark. Sin embargo, Gaylord se irritó muchísimo al ver que la mirada de Ruark recorría libremente lo que su propia mirada ansiaba. Fue tomado por sorpresa cuando Ruark levantó la vista, y los blancos dientes del siervo relampaguearon en una amplia sonrisa de in disimulado placer.

Shanna, admirando secretamente el aspecto de Ruark, no notó el intercambio de miradas. El se había puesto una camisa blanca suelta y calzones hasta las rodillas, de color castaño sobre medias blancas. Además, sorprendentemente, zapatos castaños con hebillas de bronce. Shanna se estremeció interiormente al pensar en el dolor que debió haber sentido él al ponerse el zapato izquierdo. Sobre la camisa llevaba el largo justillo de cuero que había usado como capitán pirata. Sobre todo el conjunto, su rostro parecía más morenos y delgado, sus ojos más vivaces, sus dientes más blancos, su cabello más negro. Ella nunca lo había visto más apuesto y no pudo ocultar el tierno resplandor de sus ojos al mirarlo.

– ¡Señora Beauchamp!

Shanna se sobresaltó al notar que Gaylord exigía su atención.

– Perdón. No escuché…

– Obviamente, señora, puesto que tuve que repetir dos veces la pregunta. Pregunté si desearía dar un paseo por el jardín. De pronto aquí la atmósfera se ha vuelto sofocante y viciada.

– Oh, bueno, entonces abriré las ventanas.

Sin responder a la pregunta de él, corrió a abrir las amplias puertas ventanas y quedó un momento disfrutando de la brisa matinal.

– Está fresco -informó dirigiéndose a los dos, pero sus ojos fueron hacia Ruark-. A fines de septiembre siempre hay, brisas más frescas y chaparrones por la tarde. Las nubes se juntan en el extremo sur de la isla y poco antes. del crepúsculo pasan sobre las colinas y nos regalan con un chaparrón. Esta es la época en que la caña de azúcar crece más rápidamente.

Las puertas de cristal la enmarcaban maravillosamente y más allá el verde de los prados acentuaba su belleza de modo que a Ruark casi le resultaba doloroso mirarla. Era una visión.

Súbitamente, los tres se sobresaltaron por un fuerte ruido que venía del porche. Algo se había roto allí.

Con expresión intrigada, Shanna salió y alcanzó a ver a Milly que corría alrededor de un sillón en su prisa por marcharse. Un gran tiesto de plantas estaba caído cerca de las puertas del salón.

– ¡Milly! ¿Qué estás haciendo? -preguntó Shanna. Comprendió, sorprendida, que la muchacha debía de haber estado fisgoneando detrás del sillón. Pero entonces recordó que 1o mismo había hecho en los establos no pudo dejar de preguntarse qué se traía la jovencita entre manos.

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