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CAPITULO ONCE

Las nubes parecían anunciar la proximidad de las velas hinchadas de un gran navío que se deslizaba sin esfuerzo sobre el mar ondulado, cortando las aguas azules y cristalinas con su alta proa. El cielo azul contrastaba con las velas blancas y contra el horizonte borroso el barco era como un águila en vuelo que se remontaba graciosamente con sus alas extendidas pero inmóviles.

– Es uno grande -dijo el señor MacLaird mientras Ruark levantaba un anteojo para observar mejor-¿Puede distinguir el nombre, muchacho? ¿Es inglés?

– Colonial. Enarbola el pabellón de la Compañía de Virginia -repuso Ruark-. Es el Sea Hawk.

– Una belleza -dijo MacLaird-. Un barco tan bueno como cualquiera de los de Trahern.

Ruark bajó el anteojo y mientras seguía mirando, el barco arrió parte de su velamen y se dirigió a la entrada del puerto. Ruark se volvió casi con ansiedad a su compañero, quien seguía mirando por la ventana por encima del borde superior de sus gafas pequeñas y cuadradas.

– Ese carro que tiene allí cargado de ron – Ruark señaló con el pulgar hacia el frente de la tienda-, ¿hay que llevarlo a bordo de alguno de los barcos?

El señor MacLaird levantó la nariz y miró a Ruark a través de los cristales de sus gafas de montura de acero.

– Sí, muchacho. Al Avalón. La goleta hará esta semana el recorrido de las islas. ¿Por qué lo preguntas?

– Estaba pensando si yo podría llevar el cargamento. Hace casi un año que abandoné las colonias y quiero ver si ese barco trae noticias de mi tierra.

El anciano tendero señaló la puerta con su nudoso pulgar y sus ojos azules se encendieron con un brillo de regocijo.

– Entonces ve de una buena vez, muchacho, antes que el ron se estropee por estar tanto bajo el sol.

Ruark le agradeció con una amplia sonrisa y ansiosamente puso manos a la obra. Bajó rápidamente, saltó al asiento del carro y azuzó a la pareja de mulas. Cuando tomó el camino hacia el muelle una extraña sonrisa se dibujó en sus labios. Empezó a silbar.

La tarde trajo una brisa refrescante y Shanna escapó del tedio de su trabajo con los libros de contabilidad y salió a cabalgar. Llevó a Attila a lo largo de la playa donde una vez había encontrado a Ruark y siguió el mismo sendero hacia el tranquilo claro entre los árboles. Los pájaros cantaban y aleteaban entre el follaje, las ranas croaban en el pantano. Flores de alegres colores tachonaban la espesa alfombra. de hierba verde y las mariposas, con sus alas de tonos vibrantes, tocaban las flores, se posaban en las hojas y trazaban un vistoso sendero en la brisa ligera y fragante..

Shanna suspiró, contenta con el día. Todos los temores habían quedado de lado cuando tuvo la seguridad de que no se hallaba encinta y de que sus placenteros interludios con Ruark no habían tenido consecuencias no deseadas. Con el tiempo, pensaba ella, habría otro hombre que le -diera tanto placer como el engreído colonial y ella tendría hijos de él, pero hasta entonces no correría más riesgos. Mantendría a Ruark a distancia y siempre le diría que no. No podía permitir que todo lo que había planeado se estropeara por un momento de pasión y debilidad. Sí, era debilidad lo que la hacía olvidar su determinación y meterse en la cama con Ruark, como cualquier moza lasciva. A él no lo había visto desde aquel tormentoso domingo de hacía casi una semana y ahora trataba de estar sola, de no cruzarse en su camino. Si algo había aprendido de sus relaciones con Ruark era que ella no podía manejarlo a él y tampoco a la situación. En cualquier encuentro con él sus planes quedaban olvidados y no podía correr el peligro de que un impulso de la naturaleza la arrojara en sus brazos sin pensar en las consecuencias. Por más que declarara con firmeza sus intenciones, era todavía mejor no tentar al destino.

En el sombreado lugar las flores eran las mismas de siempre, igual la variedad de colores, el penetrante perfume, la umbría frescura.

Attila caminaba inquieto sobre el terreno blando, ansioso de lanzarse a la carrera, pero los pensamientos de Shanna estaban en otra parte. Unos ojos de color de ámbar invadían su mente contra su voluntad y en su cuerpo iba extendiéndose lentamente un suave calor. Los ojos parecían mirar las profundidades de su ser y despertaban indeseados recuerdos mientras unos labios entreabiertos se acercaban, se acercaban…

– ¡Sal de mi mente! -les gritó a las copas de los árboles y espantó a una bandada de pájaros que estaban allí posados. Después golpeó la silla de montar con su guante. Apretó la mandíbula y dijo, entre dientes-: ¡Sal de mi mente, dragón bestial! ¡El pacto ha sido cumplido! ¡Yo no te he traicionado!

Shanna tiró de las riendas, el semental dio media vuelta y huyeron del lugar. Ya no había paz allí. Los cascos del caballo levantaron terrones de arena. El viento agitó los cabellos de Shanna. Corrió como si todo el bosque estuviera en llamas y ella fuera a consumirse si disminuía la velocidad de su cabalgadura. Ciertamente, en esos ojos color ámbar había un ruego que seguía atormentándola.

Pronto Attila empezó a jadear y Shanna supo que su resistencia estaba próxima a terminarse. Lo hizo andar al paso y siguió por la playa hasta que llegó a un punto donde un pequeño arroyo se abría paso hasta el mar Shanna llevó a su montura hasta el nacimiento del arroyuelo. El denso follaje se abrió y reveló un peñasco que subía muy alto y de cuyo borde superior el agua se precipitaba, riente como una joven virgen al caer de roca en roca hasta llegar a un estanque de color esmeralda en la parte inferior.

Shanna se apeó y Attila se metió en el agua, hundió media cabeza debajo de la superficie y sació su sed. Shanna ordenó un poco su cabello y se lavó el cuello con un pañuelo que mojó en el agua fría.

Cuando su excitación desapareció, la hija de Orlan Trahern montó nuevamente y llevó al caballo hacia la aldea. Attila había disfrutado la carrera y su sangre todavía corría en sus venas. Luchó contra la firme mano de Shanna y se hubiera echado a correr si ella hubiese cedido un poco.

Esta fue la aparición que entró en la aldea y se dirigió al muelle por el empedrado: el brioso semental gris con su cabeza más oscura, tascando el freno, la cola arqueada hacia arriba y las crines ondeando con cada movimiento. Y sobre su lomo una beldad como pocos hombres ven en toda una vida, fresca y relajada, controlando al animal con mano experta.

No debe sorprender que los marineros coloniales dejaran lo que estaban haciendo y detuvieran sus labores para mirar boquiabiertos. Shanna, para quien tanta atención no resultaba del todo desagradable, los saludó con una breve inclinación de cabeza y se dirigió al amarradero donde estaba el navío recién llegado. Entonces vio el birlocho de su padre y se acercó para preguntar a Maddock dónde estaba el hacendado.

– A bordo del barco, señora -respondió el hombre de color y señaló el gallardo navío-. Hablando con el capitán, – supongo

Cuando Shanna entregó las riendas al cochero y se dispuso a apearse hubo una inmediata conmoción. Se había congregado una pequeña multitud de marineros que ahora se disputaban el honor de ayudada a bajar. Ella aguardó pacientemente hasta que un joven gigante, que hubiera hecho parecer enano a Pitney, se abrió paso a los codazos y le ofreció la mano con una sonrisa. Shanna bajó, le agradeció graciosamente y se dirigió a la planchada dejando a su paso un coro de gemidos y suspiros semiahogados. Sus delicadas botas todavía no habían tocado la cubierta del barco cuando otro joven corrió a su encuentro y se detuvo ante ella casi tropezando. El hombre se irguió rígidamente y metió bajo su brazo un anteojo de bronce brillantemente pulido. Un tricornio flamante le cubría el cabello mal peinado. El joven recobró la compostura, se quitó el sombrero, casi dejó caer el anteojo y la saludó en alta voz, ansioso por sede útil.

– Buenas tardes, señora. ¿Puedo servirla en algo?

– Por favor -sonrió Shanna mientras el pobre mocetón parecía tragarse su lengua-. Llévele un mensaje a mi padre, dígale que si termina pronto lo que tiene que hacer acá, me gustaría regresar con él.

El joven empezó un saludo pero en seguida se volvió a medias y señaló con el brazo.

– ¿Es ese su padre, señora, el que está con el capitán?

Aferró su sombrero que una ráfaga amenazó con llevarse al agua y nuevamente evitó apenas que el anteojo cayera al suelo. Señaló con la cabeza hacia los dos hombres.

– ¿Es él, señora? -tartamudeó, un poco ruborizado.

Shanna asintió y sus ojos se 'posaron en la silueta corpulenta de su padre. El otro hombre le daba la espalda y ella sólo pudo ver una espesa mata de cabello castaño rojizo atada en una coleta sobre su torso vestido de azul.

– ¿A quién debo anunciar, señora? -preguntó el joven. -A la señora Beauchamp, señor -dijo Shanna.

– Señora Beau… -el joven oficial se interrumpió con indisimulada sorpresa y el hombre alto que estaba con su padre se volvió y le dirigió una mirada penetrante, como si esperara encontrar una bruja a bordo de su barco. Ante esa mirada ceñuda Shanna quedó paralizada, incapaz de moverse o de hablar.

La expresión del hombre se suavizó lentamente. Sus ojos recorrieron el cuerpo de ella rápidamente y volvieron a la cara. Después, el hombre sonrió levemente y asintió con la cabeza en lo que pareció un gesto de aprobación.

Shanna soltó un suspiro y se percató de que había estado conteniendo el aliento desde que él la mirara a la cara. Así su vida hubiera dependido de ello, no hubiese podido explicar por qué la aprobación de este hombre, a quien nunca había visto en la vida, debía complacerla.

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