– Has estado trabajando -comentó, y pasó el dedo sobre una mancha de tinta que él tenía en la atezada piel del pecho.
– Como no tenía esperanza de verte hoy -dijo él- puse mi mente a trabajar en algo menos atormentador que tú.
– Dime, por favor, ¿cómo te atormento yo? ¿Me consideras una bruja que sólo te busca para divertirse? ¿Cómo puedo yo, una simple mujer como me ves ahora, atormentarte tanto?
Ruark sonrió perezosamente, la abrazó y la besó en la frente.
– Sí, eres una bruja, Shanna. Has lanzado sobre mí un extraño hechizo que me hace pensar continuamente en ti cuando estoy despierto. -Su aliento rozó los finos rizos que rodeaban la oreja de ella-. Pero también eres un ángel, cuando estás tendida a mi lado, suave y cálida, y me dejas que te ame como deseo.
Shanna le tapó la boca con una mano temblorosa y reconoció la aceleración de su propio pulso. El efecto de esos ardientes ojos ambarinos era total y devastador.
– No hables más, por favor.
Ruark le besó la palma de la mano, los dedos ellos, la sortija que ella llevaba. Abruptamente se puso ceñudo, le tomó la mano y la miró fijamente.
– ¿Qué sucede? -preguntó Shanna.
El ceño de él se acentuó.
– Yo llevaba una sortija en una cadena al cuello y la tenía cuando visité a la moza de la posada. Desde entonces no la tengo más. Con todo lo que sucedió, lo olvidé completamente hasta ahora. La sortija que llevas me lo recordó. Mi sortija tenía que ser para ti.
– ¿Para mí? Pero si entonces tú no me conocías.
– Estaba destinada a mi esposa, quienquiera que fuera. Había pertenecido a mi abuela.
– Pero Ruark, ¿quién la tomó? ¿La muchacha de la posada? ¿O los soldados cuando te prendieron?
– No, yo desperté no bien ellos me tocaron. Debió tomarla la muchacha. Pero si lo hizo, entonces yo tuve que estar dormido.
– ¿Ruark? -preguntó Shanna quedamente-. ¿Qué significa todo eso?
– Aún no lo sé pero juraría que la pequeña ramera tuvo desde el principio intenciones de robarme. Quizá me dio alguna droga en el vino. -Ruark sacudió la cabeza-. Pero ella también bebió. -Inclinó la cabeza, como si tratara de recordar-. ¿O no bebió? ¡Qué tonto que fui al no haber sido más cuidadoso!
Después de un momento renunció a tratar de recordar los acontecimientos de aquella noche, recogió las medias y las ligas de Shanna y se las entregó.
– Será mejor que nos marchemos antes que tu padre venga a buscarte o La próxima vez podemos no tener la suerte de encontrar a Attila en la puerta.
Shanna se sentó nuevamente en la cama y bajo la mirada admirativa de Ruark se levantó la falda y se puso las medias de seda. Terminó, bajó la falda y lo miro sonriente.
– ¿Listo?
– Sí, amor mío -dijo Ruark.
Le puso una mano en la cintura y la llevó hasta la puerta. Salieron. ¡Ruark levantó a Shanna para que montara y le acomodó la rodilla en el arzón. Después puso su pie en el estribo, montó detrás de ella y tomó las riendas de sus manos. Shanna sonrió, se apoyó contra él y disfrutó de la cabalgata, lejos de la aldea y de miradas indiscretas. Una profunda paz descendió sobre ellos mientras compartían el brillante panorama que se extendía ante sus ojos y divisaban el azul verdoso del mar entre los altos árboles.
En ese momento eran solamente conscientes une del otro y nada supieron de la solitaria figura que los observaba desde cierta distancia.
Ralston tiró de las riendas de su caballo para que el animal no revelara su presencia y enarcó pensativamente las cejas cuando vio que la pareja intercambiaba un largo beso. Su sorpresa aumentó cuando el siervo, John Ruark, puso su mano sobre un pecho de Shanna. En vez de la bofetada que esperaba el agente, ella aceptó la caricia con naturalidad, sin siquiera intentar apartar la mano de Ruark.
– Parece que el señor Ruark ha conquistado a la dama y está retozando donde no debiera -murmuró Ralston para sí mismo-. Tendré que vigilar a este hombre.