La habitación se convirtió en un mundo en sí misma, en un refugio contra el rugiente huracán que agitaba salvajemente los mares y lanzaba sus vientos contra los imprudentes edificios levantados por el insignificante ser humano. La marisma recibía la fuerza de las olas y protegía del agua la humilde duna de arena. La posada, agazapada detrás de la cresta de la colina, con sus sólidas paredes y sus pesadas tejas, protegía a los que estaban en su interior.
La puerta de roble protegía adicionalmente a Ruark y Shanna de las bestias ebrias y glotonas de abajo. Varias veces durante la tarde, los piratas subieron la escalera y golpearon con los puños la puerta de la habitación, para pedir a Ruark que llevara a Shanna para bailar o algo mejor para pasar las horas. Fueron solamente las amenazas de sus balas de plomo y de su acero filoso las que contuvieron a los más audaces. Ellos se retiraron murmurando maldiciones pero se fueron porque ninguno se sentía con valor suficiente para enfrentarse con Ruark.
Pasaron las horas y llegó la oscuridad. Empero, los postigos gemían y vibraban con la violencia de la tormenta. Shanna agradecía el ruido y la furia de la tempestad, porque con su violencia parecía protegerlos, y ella sentía que la presencia de Ruark era el factor que había buscado durante toda su vida. El estaba siempre cerca. Si ella se volvía de pronto, él la miraba y le sonreía. Si se dormía un momento y despertaba, ella se tranquilizaba oyendo los sonidos que él hacía cuando movía o estudiaba sus cartas de navegación. Aunque la tormenta amenazara con arrojados al mar,.ella ya no la temía y pensaba que nunca más volverían a aterrorizarla los truenos y relámpagos.
Sin embargo, se sintió aliviada cuando Gaitlier llamó a la puerta. El hombrecillo empujó con el pie un gran saco, y cuando hubo dejado sobre la mesa la bandeja de la cena y cerrado cuidadosamente la puerta, abrió el saco para mostrar, con orgullo, una escala de cuerdas. Les serviría para escapar. Antes de retirarse, se detuvo junto a la puerta y agitó 1a, cabeza con cierta preocupación.
– Dora ha tenido que ocultarse en la despensa -dijo- para escapar a las atenciones de Harripen y los demás, Carmelita les ha servido comida y bebida y mucho más, pero ellos se cansan de ella y buscan nuevas diversiones.
La noche se puso oscura. El barullo que llegaba de abajo había disminuido y sólo se oían sonidos ocasionales. Pasaban las horas y Ruark se inquietaba. Caminaba por la habitación, revisaba sus pistolas y probaba el filo de su sable.
Se produjo un cambio sutil en la tormenta. El viento ya no aullaba con tanta fuerza y la lluvia había disminuido. No bien Shanna y Ruark se percataron de esto, llamaron suavemente a la puerta y Ruark dejó entrar al sonriente Gaitlier.
– Nos. desquitaremos de estos individuos -dijo el hombrecillo frotándose las manos con expresión de regocijo-. Dos o tres disparos como venganza ¿eh?
Ruark no se unió a la ansiedad del hombre y arrugó la frente.
– Me temo que tendremos que renunciar a nuestro viaje, por lo menos por esta noche -declaró solemnemente, y el rostro del sirviente, súbitamente adquirió una expresión consternada-. Los piratas parecen inquietos y sospecho que nos preparan una traición. -Se acercó a 1a puerta y escuchó un momento-. Están demasiado silenciosos para mi gusto.
Gaitlier sonrió aliviado y sus ojos brillaron detrás de los pequeños cristales.
– Es solo que todos están borrachos -dijo-. Carmelita se canso de sus juegos y les sirvió solamente fuerte ron negro. Pasarán unas horas antes de que se recuperen.
Ruark observó al hombre un momento. Abrió la puerta y fue hasta la escalera para cerciorarse. El salón estaba en tinieblas, iluminado apenas por unos pocos cabos de vela, aunque alcanzó a distinguir una docena de formas oscuras que parecían dormir en diversas posiciones. Madre estaba echado sobre su barriga, sobre la mesa, cuan largo era, y roncaba con fuerza, con un rugido grave y un silbido agudo.
Satisfecho, Ruark regresó, atrancó la puerta y después puso ella un pesado cofre con guarniciones de hierro. A una seña de Ruark, Gaitlier empezó a asegurar la escala a la balconada de hierro ventana. Ruark se quitó toda la ropa con excepción de los calzones. Después de revisar nuevamente sus pistolas, las dejó amartilladas sobre la mesa, donde estarían a mano por si Shanna llegaba a necesitarlas. Gaitlier también se quitó la ropa y aseguró un pesado machete en su cinturón.
Ruark se calzó su sable y los dos frotaron sus cuerpos con hollín de la lámpara. Cuando Shanna estaba cepillándose el cabello frente a un espejo, Ruark se acercó por detrás y le manchó la cara con la substancia negra y grasienta. Ella se vo1vio riendo, y con entusiasmo le ayudo a extender el hollín sobre su pecho y sus brazos.
Las velas fueron apagadas, excepto una dentro de una linterna sorda que dejaron sobre la mesa. Ruark besó a Shanna en los labios, cerró la tapa de la linterna y la habitación quedó a oscuras. Shanna sintió que él le estrechaba la mano y después oyó que la escala descendía. Aguardó hasta que estuvo segura de que se habían marchado y entonces recogió la escala, tal como le había indicado Ruark, y cerró los postigos antes de abrir la linterna.
Ahora era solamente cuestión de esperar. Ruark había tratado de informarla de sus planes, pero ella, ansiosa por la seguridad de él, no le prestó, mucha atención y sólo recordaba que tenían algo que ver con el depósito de pólvora de los piratas y amontonar ramas menudas en la barranca.
Sin pensado, Shanna imitó los gestos de Ruark cuando revisó las pistolas, vio que estuvieran debidamente cargadas y amartilladas y las dejó otra vez sobre la mesa; probó el filo de la pequeña daga y la deslizó debajo de su cinturón. Empezó a pasearse inquieta por la habitación., De tanto en tanto, miraba el reloj de arena.
Una ráfaga agitó los postigos y la hizo saltar. Grandes gotas de lluvia empezaron a caer nuevamente y el viento a gemir. Otra vez miró el reloj y vio que en la mitad superior quedaba solamente una pequeña cantidad de arena. ¡Ha pasado casi una hora! -pensó-. ¿Les habrá sucedido algo malo?
Se volvió para voltear el reloj pero súbitamente quedó inmóvil] pues por encima del ruido de la lluvia creyó oír un pequeño sonido; prestó atención y otro guijarro golpeó contra los postigos.
Shanna ahogó un grito de alegría, corrió hacia la ventana y súbitamente recordó que había olvidado cerrar, la linterna. Lo hizo rápidamente, volvió a la ventana, la abrió y dejó caer la escala. No podía ver hacia abajo y por precaución retrocedió en las sombras y apuntó con una pistola hacia la ventana, hasta que reconoció la cabeza oscura y los anchos hombros de Ruark. El entró de un salto y se volvió para ayudar a subir a Gaitlier.
Shanna y Ruark se abrazaron. El sintió que ella temblaba, le levantó el mentón y la besó, indiferente a la presencia de Gaitlier, quien recogió la escalera, cerró los postigos y abrió cautelosamente la linterna.
Cuando Shanna y Ruark se separaron, Gaitlier tendió a Ruark una toalla y empezó él mismo a secarse. En esos momentos la tormenta recuperó toda su furia, pero a Shanna ya no le importó. Se acurrucó en una silla mientras los hombres se inclinaban sobre los mapas y hablaban en voz baja.
Cuando terminó la conversación, Gaitlier se vistió, murmuró un último buenas noches y se marchó. Ruark atrancó la puerta y Shanna se puso de pie y fue hasta la cama. Se llevó los dedos a su cinturón; súbitamente, hubo manos dispuestas a ayudarla. Cuando a la falda y la blusa, en el suelo, se les unió la camisa, Shanna se volvió entre los brazo de Ruark y buscó con febril abandono los labios de él.
Llegó la mañana. Shanna sintió que Ruark abandonaba la cama. Lo escuchó moverse mientras se vestía. Abrió los ojos y miró las paredes donde la sombra de él se proyectaba distorsionada por la brillante luz del sol que entraba por la ventana. La habitación estaba silenciosa como no lo estaba hacía varios días. No silbaba el viento. No rugía la tormenta. Rodó de espaldas y vio el cielo azul más allá de los postigos abiertos. Una nube ocasional manchaba de tanto en tanto la bóveda azul y ponía una pincelada de blanco sucio en la cristalina transparencia de la atmósfera.
Ruark se acercó a la cama, completamente vestido con su indumentaria de pirata. Dejó dos armas sobre la mesilla de noche: un pequeño fusil de chispa y una pistola enorme.
– Gaitlier se los quitó a los piratas mientras dormían. Están cargadas, amartilladas y listas para disparar -dijo él cuidadosamente-. Tengo que ir a poner las mechas a fin de que todo esté preparado para esta noche. -Arrugó el frente, preocupado. No le gustaba la idea de dejar a Shanna, pero Gaitlier no estaba familiarizado con la naturaleza de la pólvora.
Durante la tormenta, él y Gaitlier habían preparado un artificio que, esperaban, distraería a los piratas y les permitiría a ellos escapar. Lo único que restaba por hacer era colocar la mecha aceitada y la pólvora debajo de los arbustos en la barranca de la colina que se elevaba sobre el blocao usado como polvorín. Los arbustos y la leña menuda estaban sostenidos por palos delgados. Si la idea resultaba, la pólvora incendiaría todo el conjunto, el cual, ayudado por unos troncos pesados colocados encima, rodaría por la pendiente cuando se encendiera la carga y provocaría una alarma general. Ruark no podía realizar una prueba sino que debía limitarse a confiar en su plan.
– Gaitlier está vigilando la puerta -continuó él-_ y los piratas todavía duermen abajo. Tengo que marcharme por unos momentos debo hacerlo mientras sea posible.
Se inclinó sobre ella y la besó con ardor. Le estrechó tiernamente, la mano y se irguió. Con una mirada por encima de su hombro, salió por la ventana. Miró hacia el muelle. La goleta seguía en la bahía pero el Good Hound estaba mejor ubicado para sus propósitos. Ruark rodeó rápidamente la parte trasera del edificio. En su prisa, no vio a la figura solitaria que se ocultaba en las sombras del portal posterior. Pasó un largo momento. Ruark se alejó y la silueta salió a la luz del sol y se convirtió en un hombre. Los ojos enrojecidos y acuosos parpadearon.