El cirujano murmuró y juró mientras trataba de inmovilizar la pierna del herido pese a las sacudidas del birlocho.
– Tenga paciencia, Herr Shaumann. -La voz de Shanna Beauchamp sonó segura pero suave-. Ya falta poco.
Ella tenía la cabeza de Ruark sobre su regazo y sobre la frente le había puesto un paño fresco, húmedo. Trahern iba sentado en el otro lado y observaba a su hija con desconcierto. Notaba en ella una nueva seguridad, una confianza que no había visto antes. Ella se había empeñado en conservar una daga de plata. Eso y una pistola tan pequeña que era casi inútil estaban cuidadosamente envueltas en un justillo de cuero a sus pies.
– La pierna supura. -La voz del cirujano interrumpió los pensamientos de Trahern, quien prestó atención a las palabras del cirujano.
– Habría que cortada. ¡Ahora! Antes de que él despierte. Mientras más esperemos, más difícil será la tarea.
Shanna miró silenciosamente al cirujano y su mente llenóse con la terrible visión de Ruark luchando por montar un caballo con su pierna izquierda amputada a la altura de la cadera.
– ¿Eso 1o salvará? -preguntó quedamente.
– Sólo el tiempo 1o dirá -respondió Herr Shaumann con brusquedad-. Hay probabilidades de que sobreviva.
Por un largo momento, Shanna miró a Ruark. El estaba muy pálido y ella sintió que le faltaba el valor. Sin embargo, cuando habló, su voz sonó firme, decidida.
– No, creo que nuestro señor Ruark luchará también por su pierna. Quizá entre los dos logremos salvarla.
Ambos hombres aceptaron esa afirmación como definitiva y nada dijeron.
El carruaje se detuvo frente a la mansión y antes de que los caballos se hubieran aquietado por completo, Pitney, quien había viajado adelante, se acercó para tomar cuidadosamente a Ruark en sus brazos enormes. Inmediatamente, Shanna se apeó.
– A las habitaciones contiguas a las mías, Pitney, por favor. Trahern levantó marcadamente las cejas. Ella se había mostrado ansiosa de que sir Gaylord se instalara lo más lejos posible de sus habitaciones y ahora llevaba al siervo a su misma ala de la casa.
Sir Gaylord mantuvo la puerta abierta para el grupo que regresaba. Cuando Trahern último de la procesión, pasó junto a él, se detuvo para mirar el pie vendado del caballero.
– Bien, sir Gaylord -gruñó el hacendado- veo que su tobillo está mucho mejor.
– Por supuesto -replicó el hombre animosamente-. Siento muchísimo no poder haber ido con usted, pero el maldito animal se movió justamente cuando yo… bueno, me pisoteó. Pero está curándose rápidamente.
– Gaylord levantó su bastón y en seguida hizo una mueca de dolor cuando probó a pisar con el pie.
Trahern soltó un resoplido y luchó para que su cara no revelara el desprecio que sentía.
– El destino de los valientes, supongo -dijo Trahern por encima de su hombro, y siguió caminando.
– Ajá -respondió rápidamente el inglés-. Exactamente. De todos modos, hubiera ido si no hubiese sucedido a último momento, pero no sabía si era muy grave ni si yo hubiera sido de utilidad en una pelea. Hubo pelea, por lo que veo. -Señaló con la cabeza al herido que subían por la escalera-. Veo que ha capturado a, ese individuo, ese Ruark. Un malvado, seguramente, para huir y raptar a su hija. Que lo curen lo suficiente para poder colgarlo.
Fue una suerte para Gaylord que Shanna estuviera en ese momento discutiendo con el médico y que no oyera sus palabras. Trahern se limitó a responder con un gruñido ininteligible; casi saboreó la idea de dejar que su hija corrigiera a sir Gaylord. No tenía dudas de que ello ocurriría muy pronto, sin que él tuviera que pedírselo.
– Acompáñeme a beber un ron mientras meten al señor Ruark en la cama -invitó Trahern y subió las escaleras detrás del grupo-. Será interesante ver qué tienen que hacer para conservarlo vivo para colgarlo.
El caballero siguió cojeando lo mejor que pudo a su majestuoso anfitrión, puesto que nadie se detuvo para ayudarlo. Cuando en la cima de la escalera Pitney llevó al siervo en la dirección de las habitaciones de Shanna, Gaylord consiguió disimular en parte su preocupación. Pero se apresuró a alcanzar al hacendado para llamarle la atención sobre el asunto.
– ¿Le parece prudente tener a ese renegado tan cerca de las habitaciones de su hija? Quiero decir, que si el individuo no ha cometido lo peor hasta ahora, es probable que lo cometa en la primera ocasión. Con un tipo tan taimado, a una dama habría que decirle que tome precauciones o recordarle los peligros que corre si ella misma no los advierte.
Trahern replicó con un toque de humor. -A mí me parece prudente no negarle nada a mi hija en estos momentos.
– ¡Sin embargo, señor! -Sir Gaylord se volvió inflexible-. No creo que la futura esposa de un caballero deba alojarse en la misma ala con un villano. Las lenguas malignas podrían decir que el buen hombre es cornudo.
Trahern se detuvo abruptamente y enfrentó al hombre. El humor desapareció de su rostro y fue reemplazado por una evidente ira que relampagueó en sus ojos verdes.
– No cuestiono la virtud de mi hija -dijo- ni tampoco voy a creer en murmuraciones difundidas por algún pretendiente despechado. Mi hija tiene una voluntad propia y sentido de la decencia. No abuse de mi hospitalidad sugiriendo lo contrario.
Un grito de Pitney había enviado a Berta y Hergus corriendo a las habitaciones que Shanna indicó, y cuando el grupo traspuso la puerta con su carga, ellas habían preparado la cama y cojines para apoyar la pierna herida de Ruark.
La habitación se llenó de actividad. Pitney fue seguido inmediatamente por el cirujano, quien se hizo a un lado para que Shanna entrara antes que él. Trahern se les unió, seguido de Gaylord, y los dos quedaron observando desde la puerta. Shanna pidió que tuvieran cuidado cuando pusieron a Ruark en la cama. Le quitaron la camisa de lino y las medias. El cirujano pidió que acercaran una mesilla para sus cuchillos e instrumentos. Hergus miró ansiosamente a Shanna, quien había mojado un paño en una jofaina y estaba limpiando la cara y el pecho de Ruark. Los calzones habían sido cortados todo a lo largo de una pierna, y cuando Herr Shaumann retiró el vendaje, la criada pudo ver la herida supurante, rodeada de sangre seca. No habituada a ver esas cosas, Hergus se volvió y huyó de la habitación, tapándose la boca con la mano. Shanna miró sorprendida a la mujer que escapaba. Hergus siempre le había parecido una mujer resistente y decidida, de ninguna manera inclinada a los remilgos.
– ¡Mujeres! -murmuró el doctor. Señaló con irritación los calzones manchados de Ruark, que estaban ennegrecidos por la pólvora y tenían el mismo olor acre. A menos que le resulte ofensivo a su delicada naturaleza, muchacha, sugiero que le quite esa ropa.
Berta ahogó una exclamación ante ese pedido, pero Shanna no vaciló. Con su pequeña daga, se inclinó para abrir las costuras de los calzones. Pero Pitney apartó las manos de ella y sacó su gran cuchillo de hoja ancha. Separó la prenda hasta la cintura y terminó de abrir la otra pernera.
Shanna se volvió exasperada cuando Berta tironeó por tercera Vez de su manga. Pitney estaba quitando los calzones y separándolos de las delgadas caderas de Ruark, y el ama de llaves levantó una mano temblorosa para cubrirse los ojos. Su rostro de querubín estaba de color escarlata.
– Vamos, criatura -susurró con ansiedad-. Creo que éste no es lugar para ti. Dejemos estas cosas a los hombres.
– Sí, señora Beauchamp -dijo Gaylord, adelantándose-. Permítame que la acompañe fuera de -aquí. Ciertamente, este no es lugar para una dama.
– ¡Oh, no sea asno! -estalló Shanna-. Aquí me necesitan y yo puedo ayudar.
Gaylord abrió la boca y emprendió una apresurada retirada, pero chocó con Trahern, quien tuvo el buen sentido de dejar tranquila a su hija. Pero Berta insistió, aunque sus palabras se cortaron abruptamente cuando vio que Pitney arrojaba los calzones al suelo. Al verla incomodidad de la mujer, Shanna le puso una mano en un hombro y le habló con gentileza.
– Berta, yo soy… he sido casada. -Shanna empalideció ligeramente cuando se percató de que casi se había traicionado y continuo, más cautamente-. No soy una ignorante de las cosas de los hombres. Ahora, por favor, no me estorbes.
Berta salió del dormitorio para ca1mar su maltratado recato. Shanna se inclinó sobre la cama y sostuvo en alto una lámpara de aceite para el doctor, quien nuevamente estaba sondeando la herida.
La pierna estaba apoyada en una almohada a fin de que el médico pudiera trabajar mejor. Herr Shaumann retiró más astillas y un trozo de tela del tamaño de una moneda. Ruark gimió y se retorció. Todavía estaba en estado inconsciente, pero no era inmune a la punzante realidad del dolor. Shanna se estremeció, casi pudo sentir 1o que sufría él. Era consciente de que su padre la observaba, desconcertado por su actitud. Ella no podía disimular su preocupación, ni siquiera.1o intentaba. Si él sospechaba que su ansiedad era más de la apropiada, ella respondería a eso más tarde. Ahora todo lo que importaba era Ruark y hacer que se pusiera bien.
Herr Shaumann aplicó sus ungüentos y bálsamos con liberalidad. Después vendó la pierna con tiras anchas de tela hasta que la dejó casi inmovilizada.
– Es lo más que puedo hacer -suspiró-. Pero si se declara la gangrena, tendremos que cortar la pierna. Entonces no habrá más remedio. Ya está muy infectada. Se nota por el color púrpura y por las franjas rojas que se extienden desde la herida. Tendré que sangrar al enfermo, por supuesto. -Preparó el brazo de Ruark y empezó a acomodar sus cuchillos y recipientes.