– ¡No! -La palabra estalló en los labios de Pitney-. El ya ha sangrado bastante y yo he visto morir demasiadas personas en manos del barbero.
El alemán retrocedió airado pero contuvo su lengua cuando Trahern habló dando la razón a Pitney.
– No habrá sangrías aquí -dijo el dueño de casa-. Yo también he visto morir a una persona amada bajo la lanceta y no creo prudente debilitar aún más a este desdichado.
– Entonces nada tengo que hacer aquí -replicó el cirujano con los labios pálidos de ira-. Estaré en la aldea si me necesitan.
Shanna cubrió a Ruark con una sábana de lino y lo tocó en la frente. El movía los labios y giraba la cabeza lentamente de lado a lado. Shanna sintió un súbito temor. ¿Qué sucedería si él empezaba a delirar y mencionaba su nombre o cosas que serían mejor no mencionar? Rápidamente se volvió y empezó a despedir a todos.
– Ahora márchense -ordenó-. Déjenlo dormir, El necesitará todas sus fuerzas. Yo me quedaré un rato junto a él.
Mientras Trahern y Pitney se alejaban por el pasillo, Gaylord se detuvo en la puerta. Aunque Shanna trató de cerrar, él no cedió. Sacó su pañuelo de encaje y llevó delicadamente una pizca de rapé a cada ventana de su nariz. Entró nuevamente en la habitación y miró imperativamente a Ruark.
– Es una cosa terriblemente decente lo que usted está haciendo aquí, señora -dijo-, después de todo lo que la ha hecho pasar este individuo.
Shanna se encogió de hombros, fastidiada, y nuevamente trató de hacerlo salir.
– Sé que debió sufrir tremendas atrocidades en manos de los piratas -continuó él. Otra pizca de rapé, un estornudo, y el pañuelo de encaje delicadamente en su nariz-. Pero quiero asegurarle, señora, que mi propuesta de matrimonio sigue en pie. Y en realidad, aconsejaría que la boda se celebre lo antes posible a fin de acallar rumores que sin duda se difundirán, sobre su deshonra y vergüenza. Quizá usted conozca alguna mujer en la isla que pueda servimos para librarla de la prueba de los malos tratos que ha sufrido.
Shanna quedó momentáneamente atónita y aceptó la afrenta en silencio.
– Sin embargo yo no hablaría de su… Hum… desgracia a mi familia. Será ya bastante difícil convencerlos de la cuestionable herencia de su padre.
Shanna se puso rígida de furia.
– Es muy bondadoso de su parte, señor -dijo-, pero cualquier simiente que lleve en mi seno como resultado de mi… Hum… desgracia, ¡estoy decidida a llevada hasta el final!
Sir Gaylord se sacudió un puño de su chaqueta y continuó demostrando su magnanimidad. Seguramente, esta muchacha vulgar quedaría impresionada.
– Sin embargo, querida mía, deberíamos casarnos antes de que usted quede deshonrada. Si usted estuviera encinta, negaríamos todas las murmuraciones y yo me presentaría como el padre de la criatura.
La miró para ver el efecto de su impecable lógica pero sólo vio la espalda rígida, de ella. No podía saber que Shanna tenía los labios blancos y apretados de furia. Ella debía, pensó él, estar completamente abrumada por la generosidad del ofrecimiento. Entonces, atrevidamente, prometió:
Afrontaría personalmente cualquier desafío y retaría a duelo a quienquiera que lance sombras sobre su nombre.
Shanna levantó un brazo y su dedo tembló cuando señaló el camino más directo hacia la puerta.
– ¡Fueeera! -gritó con voz semi ahogada.
– Por supuesto, querida mía -murmuró sir Gaylord, sin comprender la situación-. Comprendo. Usted está alterada. Podremos discutido más tarde.
Dio varios pasos antes de casi tropezar con su bastón y súbitamente recordó que tenía que cojear con su pie vendado. El caballero debió dar un salto para evitar la puerta que se cerró violentamente a sus espaldas.
Shanna se apoyó contra la puerta y pasó un largo momento hasta que pudo calmar la indignación provocada por las palabras, de sir Gaylord. Un gemido de Ruark terminó de calmar su ira y la hizo correr hasta la cama. El giraba la cabeza de lado el lado.
Ansiosamente, ella tocó la frente y la encontró sumamente afiebrada
– ¡Oh, maldición! -exclamó. Los ojos se le llenaron! del lágrimas mientras una abrumadora sensación de impotencia se abatía sobre ella-, ¡Oh, Dios, no permitas que muera!
Llego la media noche, paso y Shanna seguía velando. Ruark empezó a gemir y agitarse más violentamente con un delirio febril. Shanna temió que él tratara de levantarse y supo que ella no tendría fuerzas para impedirlo, ni aun en el estado de debilidad de él. Se sentó en la cama y empezó a murmurarle palabras tranquilizadoras, y a acariciarle la frente con suavidad y dulzura.
De pronto, él abrió los ojos. Su cara se crispó salvajemente.
– ¡Maldición! -dijo él-. ¡No había visto antes a la muchacha! ¿Por que no me creen…?
Con un gruñido, apartó a Shanna de un empellón, volvió a tenderse y miró con ojos vacíos hacia el balcón. Su boca adquirió una expresión de tristeza.
– Cuatro paredes… techo… suelo… puerta. Contaré las piedras. contaré los días, uno por uno. ¿Pero cómo los contaré si no puedo ver el sol?
Sus palabras se volvieron ininteligibles. Shanna creyó que sentía dolor, porque él se retorció y pareció sufrir un gran tormento. Sacó el paño de la jofaina pero se detuvo cuando las palabras de él nuevamente sonaron con claridad.
– ¡Entonces quítenme todo! ¡Quítenme la vida! ¿Qué me importa la vida, ahora que ella se ha marchado? ¡Maldita! ¡Maldito sea su malvado corazón! ¡Ah, cómo la odio! ¡Esposa malvada! Me provoca, me acosa, me seduce, me deja muerto de deseos por ella. ¿Ya no tengo voluntad propia?
Su voz se quebró y el pecho se le sacudió con fuertes sollozos. Shanna sintió que le rodaban las lágrimas por las mejillas y trató de calmado. El no le hizo caso y se llevó una mano a los ojos.
– Pero todavía -continuó- la amo. Yo podría aprovechar mi libertad y huir. pero ella me tiene atado á su lado. -Bajó la mano y, siguió hablando y gimiendo-. No puedo quedarme. No puedo marcharme.
Cerró los ojos no habló más.
Shanna ahogó un sollozo e inclinó la cabeza, transida de dolor. Con qué frialdad había tejido su tela alrededor de él. Ella no había querido atrapado. En aquella noche oscura y fría, en la cárcel de Londres, ella no pudo prever este final. Fue un juego que tramó para burlar la voluntad de su padre, para probarse a sí misma que era tan astuta como cualquier hombre, con una total desconsideración por los sentimientos y emociones de los demás.
Se sentía profundamente avergonzada y arrepentida. De todos los hombres a quienes había herido con el filo de su lengua, Ruark era el Único a quien realmente no había querido lastimar. Y ahora él, a causa de ella, estaba cercano a la muerte.
Siguió cuidando a Ruark, secándole el sudor y vertiendo líquido entre sus labios resecos. Y él seguía delirando y agitándose, como poseído por un demonio.
– No significará nada para mí -dijo él-. No me presiones más. Ella recibirá el regalo…
Se convirtió en un trabajo interminable. Pasó la noche. Por fin rayos de luz del sol naciente entraron en la habitación. En su silla Shanna dormía a ratos, con la cabeza caída lánguidamente sobre un hombro.
Débilmente, sintió que a sus espaldas se abría y cerraba la puerta. Despertó sobresaltada cuando una sombra enorme y oscura se le acercó. Ahogó un grito, como si esperara reconocer a Pellier que venía a violarla. Pero con enorme alivio vio que era Pitney. Suspiró y se pasó una mano por la frente.
– Sabía que usted no confiaría en ningún otro -dijo él con su voz áspera y grave que la conmovió, pese a que no estuvo ausente un toque de sarcasmo.
Shanna no respondió y miró aturdida a Ruark.
– Esto es inútil -dijo Pitney-. Pronto usted no servirá de nada para él ni para usted misma. Vaya a su habitación y duerma. Yo velaré. ¡Váyase! -repitió en tono severo, pero cuando notó la expresión angustiada de ella, se suavizó-. Yo cuidaré de su hombre tan bien como de sus secretos.
Shanna obedeció. Completamente agotada, se desplomó sobre su cama todavía con el vestido que su padre había llevado con él en el Hampstead , estiró su cuerpo cansado sobre las sábanas de satén y se hundió en un profundo vórtice de sueño.
Le pareció que sólo un momento después Hergus la sacudía para despertarla.
– Vamos, señorita Shanna -dijo la mujer-. Aquí tiene algo para comer.
Shanna se sentó sobresaltada, miró el reloj y vio que eran casi las tres de la tarde. Tomó un trozo de torta de avena de la bandeja, corrió al balcón, traspuso rápidamente la reja que separaba las áreas.
Pitney había sacado una baraja y estaba jugando con ellas en una mesilla cuando Shanna entró.
– Su padre vino un momento pero ya se fue -dijo Pitney.
Shanna no respondió y corrió al lado de Ruark. La frente de él estaba tan caliente como antes. Shanna levantó la sábana y ahogó una exclamación al ver las franjas rojas que subían casi hasta la cadera.
Pitney vino a su lado. Ella tocó la carne hinchada, con un dedo tembloroso.