– Probablemente perderá la pierna -comentó él, en tono de pesadumbre. El había visto suficiente, y oído muchos relatos sangrientos, de la cirugía de los barberos. Era una vergüenza hacerla practicar en un hombre-. Es una lástima que el señor Ruark no sea un caballo. Podríamos practicar una de sus curas en él. La yegua está curada y casi no le queda cicatriz.
Shanna arrugó la nariz al recordar el aspecto y el olor del ungüento.
– Un remedio para caballos -dijo asombrada-. Esa mixtura… ron y hierbas…
Se detuvo abruptamente cuando le vino el recuerdo. Las hojas que Ruark había cortado para curarle el talón le causaron dolor al ser aplicadas en la herida, pero el dolor cedió en seguida y él dijo que eliminaría el veneno. Apretó la mandíbula, con firme determinación, y miró a Pitney.
– Busque a Elot. Envíelo a recoger las hojas con las cuales Ruark preparó la mixtura. Tenemos que añadir fuerte ron negro. -Cuando Pitney se dirigía a toda prisa a la puerta, ella agregó, por encima de su hombro-: y dígale a Hergus que traiga sábanas limpias y agua caliente.
La puerta se cerró y Shanna se inclinó sobre Ruark y desenvolvió cuidadosamente los vendajes de la pierna. Para que Hergus no se sintiera incómoda, cubrió con una toalla las caderas de Ruark.
Después de una espera intolerable, Pitney regresó con el hallazgo de Elot. Añadieron carbón al calentador de cama y Shanna aplastó las hojas, las puso en una pequeña cantidad de agua y las hizo hervir. Pronto un olor acre llenó la habitación. Con paños mojados en agua limpia y caliente, lavó la herida para quitar la supuración. Esto produjo agitación a Ruark cuando el dolor se deslizó en su delirio. Pitney sujetó la pierna con sus grandes manos y la inmovilizó mientras Shanna trabajó para limpiar los rezumantes orificios.
Recitando una silenciosa plegaria, Shanna mezcló las hierbas y el ron y aplicó la pasta caliente en la pierna. Ello provocó una reacción inmediata. Ruark gritó y se retorció cuando las hierbas cáusticas y el ron caliente penetraron en la carne desgarrada. Shanna trabajó de prisa mientras Pitney sujetaba al herido y Hergus hervía más hierbas.
Varias veces repitieron el proceso y reemplazaron el emplasto cuando se enfriaba. Después de varias horas, Shanna se detuvo y notó que Ruark descansaba más tranquilo. Le tocó la frente y advirtió que la fiebre cedía.
– Tráeme aguja y un hilo fuerte -dijo Shanna a la criada-. Por única vez en mi vida veo la utilidad de saber costura.
Hergus se apresuró a cumplir la orden y regresó poco después. La criada permaneció a los pies de la cama observando cómo Shanna cerraba cuidadosamente las heridas abiertas con aguja e hilo empapado en ron. Terminada la tarea, con orgullo por su buena labor, comentó:
– Apenas le quedará una cicatriz para poder jactarse de sus heridas. Después aplicó más mixtura y cubrió todo con vendas limpias de lino.
– Me quedaré un poco más -suspiró Shanna y se dejó caer extenuada sobre una silla.
Hergus sacudió la cabeza, exasperada,
– ¿Ni siquiera puede tomar un baño? Vaya, si es puro piel y huesos con el hambre que le hicieron pasar esos piratas. ¡Y mire su aspecto! Seguramente asustaría a su mamá si ella ahora despertara y la viera.
Shanna pasó los dedos por el cabello y recordó que no se había peinado ni cuidado su apariencia desde que se vistiera por última vez a bordo del Hampstead . Parecía que había pasado una eternidad.
– Y su pobre papá allí abajo, inquieto, deseoso de verla pero sin decir nada. Este buen muchacho ahora puede quedarse solo. Ocúpese de usted misma y dígale unas palabras amables a su papá. El casi se murió cuando supo que se la habían llevado esos piratas.
– Es más probable que papá haya asolado la campiña con su furia -dijo Shanna con ligereza.
Pitney arrugó la frente y comentó, torvamente:
– Sí, y juró colgar al señor Ruark después que los siervos vinieron con sus cuentos.
– ¿Qué dijeron ellos? -preguntó Shanna cautelosamente.
– Dijeron que él peleó por usted y la reclamó como suya -se apresuró a responder Hergus-. Hasta dijeron que él mató a un hombre por tenerla a usted.
– ¿Eso fue todo? -preguntó Shanna.
La criada dirigió una rápida mirada a Pitney y más renuente, replicó:
– No, dijeron más. -Pitney fue más brusco.
– Todos estuvimos presentes cuacado los siervos dijeron que si usted había sido violada, el responsable era el señor Ruark.
Aguardó hasta que sus palabras penetraran y la observó atentamente. Después se alzó de hombros y se acercó a la puerta.
– Pero los siervos -agregó Pitney- admitieron que no había forma de saber con seguridad 1o sucedido, pues él la llevó a usted. escaleras arriba. -Se rascó pensativo su ancha mandíbula y agregó en tono terminante-: ¿Pero si no tenía intención de llevarla con él a la cama, por qué el hombre peleó por usted?
Shanna gimió de desesperación y se hundió más en su sillón. -Quizá sería mejor que bajara -dijo sonriendo débil y lastimeramente- y le explicara a papá.
Las faldas de Hergus se agitaron. en, su prisa por seguir a Pitney que se marchaba. -Le prepararé su baño -dijo la criada.
Después de asegurarse de que Ruark descansaba tranquilo, Shanna fue a sus habitaciones donde la recibió Hergus con expresión severa.
– ¡A bañarse! -ordenó la mujer, y la ayudó a meterse en la tina. Después le frotó la espalda y le lavó, secó y peinó el cabello. -Su papá subirá -informó la criada, y entregó a Shanna su camisón y su bata en vez de la camisa y el vestido que ella esperaba-. El no creyó que a usted le gustaría hacerle compañía a sir Gaylord. Yo le traeré la cena en una bandeja. Necesitará fuerzas para enfrentar a su papá.
Shanna la miró con gratitud y la mujer se encogió de hombros, despreocupada.
– Lo tiene merecido, por haberse rebajado a acostarse con un vulgar siervo, con todos los lores y grandes señores que le han pedido su mano y los colegios a los que la llevaron. Vea, nada tengo contra el señor Ruark. El no pudo evitar que se 1o llevaran con usted. Y es un muchacho apuesto, sin duda. Pero…
Shanna murmuró algo entre dientes y ajustó su bata alrededor de su cintura, pero la criada ignoró la actitud desagradada de Shanna.
– ¿Qué conseguirá de todo esto, aparte de una barriga hinchada todos los años y ningún buen apellido para dejar a la prole? -Hergus arrugó la nariz-. Parece irlandés, y usted sabe que nada de bueno hay en esa gente, todos son unos pícaros, holgazanes, fanfarrones y mujeriegos.
Si yo fuera usted, buscaría un buen hacendado escocés con un buen apellido que esté a la altura del de su pobre difunto marido.
Exasperada, Shanna suspiró profundamente.
– No espero que comprendas 10 que sucede entre el señor Ruark y yo, Hergus, pero estoy hambrienta y prometiste traerme una bandeja. ¿Quieres que me muera de hambre mientras tú me predicas sobre 1o que me conviene?
La criada fue por fin a buscar la bandeja. Shanna se sentó a comer ante la mesilla y poco después su padre llamó suavemente a la puerta. y entró.
Trahern parecía un poco incómodo y después de un seco saludo, empezó a pasearse por la habitación con las manos a la espalda. Emitió algunos gruñidos cuando se detuvo ante un objeto curioso y después se detuvo para hojear un libro de poesías. Con la punta del dedo índice levantó la tapa taraceada de la caja de música que Ruark había dado a Shanna y escuchó unos instantes la tintineante melodía antes de volver a cerrada con cuidado, como si temiera estropear el mecanismo.
– ¡Hum! ¡Fruslerías!
Shanna guardó silencio pues se percató de que él tenía en la mente algo que lo preocupaba. Siguió comiendo y bebiendo ocasionales sorbos de té.
– Tienes buen aspecto pese a la ordalía que has soportado, criatura -comentó finalmente él-. En realidad, si fuera posible, estás más hermosa. El sol te ha hecho muy bien.
– Gracias, papá -repuso ella quedamente.
Trahern se acercó al justillo que estaba prolijamente doblado sobre el sofá, con la daga y la pistola encima. Tomó la pistola, miró a Shanna dubitativamente y ella sólo se encogió de hombros.
– Cumplió su propósito -dijo ella.
Trahern se detuvo delante de la mesilla. Shanna dejó la copa, cruzó recatadamente las manos sobre su regazo y lo miró.
– ¿Lo pasaste mal? -preguntó él con preocupación.
– Sí, padre -repuso ella, adoptando un estilo más formal, y se preparó interiormente para el interrogatorio.
– ¿Y ninguno de los piratas… te tocó? -preguntó él roncamente.
– No, padre. Tú has sabido que el señor Ruark mató a un hombre por mí. Fueron dos, si quieres llevar cuenta de sus proezas. Sobreviví solamente por la astucia del señor Ruark y por su destreza con las armas. Si él no hubiera estado allí, hoy yo no estaría aquí.
– y este señor Ruark… -él dejó flotando la pregunta mientras buscaba palabras para expresar lo que lo atormentaba.