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CAPITULO VEINTIDOS

Shanna bajó la escalera casi volando. Nuevamente se sentía como una muchachita, inquieta por llegar con retraso, ruborizada y sin aliento. Hergus apenas había podido sujetarle los rizos con una cinta cuando Shanna se dio cuenta de que era tarde. Si algo provocaba infaliblemente la ira de su padre, eran las demoras innecesarias para comer.

Jasón estaba alto y erguido en su puesto junto a la puerta principal. Parecía estudiar la pared del frente, con una expresión severa y ceñuda. No dio señal de notar la presencia de Shanna. Como en los días de su infancia, ella sintió la reprobación del criado, se detuvo, alisó su falda azul, irguió orgullosamente la cabeza y siguió caminando con una majestuosa lentitud.

– Usted está encantadora esta noche, señora. -Gracias, Jasón.

Desde el salón, llegó la voz de su padre:

– ¡Berta! ¡Vaya a ver qué sucede con esa muchacha!

Shanna se tranquilizó al percibir cierto tono de humor en la voz de su padre. Llegó a la puerta, aspiró profundamente y se sintió como Daniel a punto de entrar en el foso de los leones. Pero si Milly hubiera tenido oportunidad de hablar con su padre, razonó, ahora él estaría completamente furioso. Compuso una sonrisa serena, entró en el salón y se detuvo cuando los hombres se pusieron de pie. Pitney ya estaba junto a Trahern y todos juntos se volvieron, cada uno con su copa en la mano.

– Siéntense, caballeros -dijo Shanna suavemente, y paseó su mirada por la habitación.

Ruark se había vestido elegantemente de azul, y su gracia esbelta pero fuerte hacía que la figura larga y desgarbada de sir Gaylord hiciera pensar en una jirafa. Ralston le dirigió una ligera inclinación de cabeza, como para indicar que había notado su presencia.

– Siento haberme demorado, papá murmuró Shanna suavemente-. No me di cuenta de la hora.

– Estoy seguro de que los caballeros consideran que la espera valía la pena, hija mía. Estábamos hablando del viaje a las colonias.

– ¿Se parecen mucho a Inglaterra? -preguntó Shanna amablemente a Ruark-. Supongo que hará mucho frío.

– ¿Frío? Sí, señora. – Ruark sonrió y no pudo evitar que su mirada se llenara de resplandores al apreciar la belleza de ella-. Pero no es como en Inglaterra.

– ¡Gracioso! -dijo Gaylord, y se llevó delicadamente una pizca de rapé a la nariz-. Una tierra salvaje, difícilmente apropiada para una dama. Los pobladores son groseros y salvajes. Me atrevería a decir que allí estaremos en peligro constante.

Ruark miró dubitativo al hombre.

– Usted parece una autoridad, señor. ¿Ha estado allí alguna vez?

Gaylord dirigió una mirada fría y despectiva al siervo.

– ¿Ha dicho usted algo? -El tono de la voz revelaba sorpresa como si no pudiera creer que un esclavo común le hubiera dirigido la palabra.

Ruark contuvo su tono burlón, y con fingido arrepentimiento, replicó:

– Realmente, no sé qué me hizo hacer eso.

Gaylord echó la cabeza atrás, sin percibir el sarcasmo en las palabras de Ruark.-Tenga más cuidado, entonces.

Ya es bastante odioso tener que compartir la misma mesa con un siervo sin ser interrumpido por él. Sintiendo su poder sobre el hombre, Gaylord hizo un gesto de desprecio. Y tenga presente, además, que hay en usted mucho de pícaro. Yo no lo creo inocente del plan de los piratas de robar los tesoros del caballero Trahern, no importa lo que se diga, y si yo fuera él, lo vigilaría muy atentamente mientras esté usted en esta mansión. Quizá usted está buscando ahora un botín más valioso. -Su mirada se desvió ligeramente, de modo que solamente Ruark notó que estaba dirigida a Shanna-. Un pillo no se detendría ante nada para llenarse la bolsa de oro.

Ruark se puso rígido ante tanto menosprecio y sus ojos se endurecieron. Ralston sonrió y no pudo ignorar la oportunidad. Se acercó. Sus ojos recorrieron de arriba abajo y con desprecio al joven, mientras dirigía su comentario a Gaylord.

– Es sumamente indecoroso que un mero siervo cuestione los conocimientos de un caballero honorable.

Gaylord se irguió en toda su altura y adoptó una postura arrogante cuando oyó la sugerencia apenas velada de Ralston.

Por encima de su hombro, Shanna llamó la atención de su padre e inclinó la cabeza hacia Ralston; con una expresión de reprobación. El respondió inmediatamente con una inclinación de cabeza.

– Señor Ralston -llamó Trahern-. ¿Puedo hablar unas palabras con usted?

Ralston, receloso, se acercó. Apenas acababa de empezar a disfrutar de la situación y éste era un juego que le gustaba jugar. Sin embargo, no podía desobedecer a su empleador. Cuando Ralston estuvo frente a él, Trahern bajó la copa de la que estaba bebiendo y se puso ceñudo.

– El señor Ruark es un huésped de mi casa. -Habló en voz baja de modo que sólo Pitney pudo escuchar-. Debo cuidar la paz y la tranquilidad de mi hogar. Insisto en que usted, siendo nada más qué un servidor asalariado, trate a mis huéspedes con equidad. Ralston se puso rígido y enrojeció de indignación.

– ¿Señor? ¿Me reprende en presencia de otros?

– No, señor Ralston. -La sonrisa de Trahern poco tenía de buen humor-. Sólo le recuerdo su posición. El señor Ruark ha demostrado su valor. No desmienta usted el suyo

Ralston contuvo un impulso de replicar acaloradamente. Se había acostumbrado al rico alojamiento que mantenía en la aldea y estaba bien al tanto de los alcances de la fortuna y el poder de Trahern pero consideraba que el hombre difícilmente echaría de menos unos pocos centenares de libras aquí y allá, y así, en sus años con el hacendado, había apartado una buena suma para sí mismo. Claro que sus cuentas no hubieran podido resistir un examen atento. También sabía que Trahern, con su ánimo vengativo de plebeyo mezquino, aplicaría un castigo si el engaño era descubierto.

Con la fina habilidad de una experimentada diplomática, Shanna se ocupó de evitar más enfrentamientos entre Ruark y sir Gaylord. Se ubicó entre los dos hombres, dirigió una cálida sonrisa a Ruark, le volvió la espalda y habló directamente a sir Gaylord.

– Amable señor. -Su mirada fue toda miel-. Ciertamente, es una vergüenza que estemos tan lejos de Londres y usted no pueda encontrar a ninguno de sus pares para dar una buena retórica a la conversación. Debe de ser penoso para su corazón escuchar los discursos mundanos sobre cosas terrenales que prevalecen aquí… en la… frontera.

El caballero sólo oyó la suave calidez de la voz y quedó cautivado por la radiante belleza del rostro que tenía adelante. Empezó a sentirse como si la hubiera lastimado en alguna forma cuando ella continuó.

– Yo también he oído expresar vívidamente ideales elevados en la corte y comprendo la soledad que debe sentir usted en sus señoriales ocupaciones. Debe recordar, sin embargo, que aquí todos, hasta mi padre y yo, somos de extracción plebeya y por lo tanto le ruego que sea misericordioso en sus juicios. Vaya -Shanna rió incrédula de su propia suposición- ¿no nos excluirá a mi buen padre y a mí de su compañía, verdad?

Sir Gaylord estaba igualmente incrédulo.

– Claro que no, mi querida señora. Su padre es aquí gobernador, y usted, como hija suya, es sumamente -suspiró con vehemencia atractiva.

– Bien. -Shanna le rozó el brazo con el abanico, se acercó más y dijo confidencialmente-: Puedo decir, por mi propia experiencia, que el señor Ruark fue sacado a la fuerza de la isla, contra su voluntad. Le ruego que comprenda por qué debo tratarlo con cierta deferencia. -Miró de soslayo a Ruark y sonrió traviesamente.

El caballero sólo pudo farfullar una disculpa, aunque todavía luchaba con el razonamiento de ella.

– Es usted sumamente amable, señor. -Shanna se inclinó graciosamente y le dio su mano a Ruark-.

Vayamos a cenar entonces.

Shanna miró por encima de su hombro a su padre.

– ¿Estás listo para comer, papá?

– ¡Ciertamente!

Trahern rió por lo bajo y, percatándose de que acababa de presenciar una reprimenda en la forma más suavemente femenina, casi sintió lástima por los tontos que habían caído bajo el hechizo de ella. Con una extraña sensación de orgullo, contempló la majestuosa compostura de su hija mientras caminaba al lado del siervo. Los dos formaban una pareja espléndida. Y qué niños hermosos tendrían si…

"¡Bah! ¡Locuras!" Trahern agitó la cabeza para sacudirse esos pensamientos, y pensó: "Ella jamás se rebajaría a casarse con un siervo".

Milán empezaba a inquietarse por la demora, temiendo que se arruinaran los delicados sabores mientras el cocinero trataba de mantener calientes las viandas. Cuando Shanna entró en el comedor, la cara del hombrecillo se puso radiante. Golpeó las manos y los jóvenes criados trajeron la comida. Por fin la cena sería servida.

– Siéntese aquí, señor Ruark -dijo Shanna, indicando la silla cerca de la de ella, que estaba en un extremo.

Ralston dejó el lugar frente al siervo para sir Gaylord y se sentó frente a Pitney, más cerca de Trahern.

Al comienzo de la comida, la conversación resultó un poco rígida. Gaylord sólo podía mirar a Shanna y cuando ella se distraía, sus ojos hundíanse apreciativos entre sus pechos, donde el ceñido corpiño oprimía las tentadoras curvas. Fastidiado por las miradas hambrientas del caballero, Ruark tuvo que contenerse para no estallar. Ralston, desusadamente locuaz, dirigió sus palabras al hacendado.

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