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CAPITULO SEIS

Shanna se mantenía lejos de las colinas y de la meseta de la parte sur de la isla. Cuando los siervos eran traídos de los cultivos, ella se imponía la obligación de estar en otra parte. Cada vez que montaba a Attila tenía cuidado de permanecer cerca de la aldea o en los terrenos de la mansión. Pero cuando pasaron los días y no vio más a Ruark, sus aprensiones disminuyeron.

Había pasado casi una quincena cuando su padre la invitó a dar un paseo en el carruaje pues él tenía que atender unos asuntos en los cañaverales.

– Llevaremos una cesta con comida -dijo mirándola y casi sonriendo-. Tu madre y yo… nos gustaba merendar en el campo, y a ti también. Solía gustarte mordisquear un trozo de caña de azúcar.

Incómodo con su nostalgia, Orlan Trahern se aclaró ruidosamente la garganta.

– Vamos, muchacha. No dispongo de todo el día y el carruaje está esperando.

Shanna no pudo negarse y sonrió ante los modales súbitamente bruscos de su padre. Una vez en el birlocho, cuando ya estaban en el camino, pensó en su progenitor. Desde el regreso de ella él se mostraba

más tratable. ¿O era ella misma? Cuando él empezaba a protestar por una futesa, ella ya no 1o desafiaba ni le discutía sino que lo dejaba desahogarse hasta que pasara su ira; entonces, sonriente y amable,

asentía calmosamente o disentía si era necesario, firmemente pero sin el abierto antagonismo de antes. Y él rezongaba y gruñía un poco si ella se le ponía en contra o sonreía de mala gana si ella le daba la razón.

Shanna casi podía creer que él apreciaba las opiniones de ella y que reconocía que, a menudo, su hija era más perspicaz que él.

– El aire en las colinas era más fresco, la brisa vigorizante. Shanna esperó pacientemente cuando el carruaje se detuvo aquí y allí mientras su padre hablaba con los capataces o se ausentaba un momento para atender alguna insignificancia. Se detuvieron para comer y después reanudaron el paseo. Llegaron a un gran campo desmontado en el medio del cual había un extraño carromato arrastrado lentamente por mulas. Amplios toldos de tela se extendían desde cada lado del carro como las alas de un pájaro y debajo de los mismos, dos filas de hombres, con talegos de semillas y largos palos, caminaban haciendo agujeros en el suelo y arrojando semillas en ellos y después apretaban la tierra sembrada con los pies desnudos.

Trahern se irguió en su asiento y observó con gran atención el curioso artefacto. Aguardó ansiosamente al capataz quien ya se acercaba apresuradamente al carruaje.

– Sí, señor, ese tipo es muy listo -respondió el capataz a la pregunta de Trahern-. Despejamos el campo en muy poco tiempo, sólo cortamos los árboles grandes y al resto los quemamos. El dijo que las cenizas fertilizarían la tierra. Y después, esa cosa que usted ve allí. Antes un hombre tenía que tomar un talego del cobertizo y antes de que pasara una hora volvía por más semillas, a descansar y a beber. Pero ahora eso les da sombra y el carro lleva semillas y agua, de modo que el campo está casi todo sembrado. Despejado y sembrado en una semana. Esto está bien ¿verdad, señor?

– Ajá-asintió Trahern. Largo tiempo quedó observando la siembra.

Shanna vio que un hombre se mantenía apartado del resto y que no trabajaba como los otros. Tenía la espalda desnuda y aunque ella no podía verle la cara, había en él algo extrañamente familiar.

Trahern se dirigió al capataz.

– ¿Y dice usted que todo fue idea de ese individuo, John Ruark?

Shanna ahogó una exclamación y por un momento le pareció que el mundo se había detenido. ¡Por supuesto, era él! ¡Esos calzones acortados!

El mundo empezó a girar otra vez y ella aspiró profundamente y aquietó el temblor de su cuerpo.

Entonces lo miró subrepticiamente. Ruark caminaba lentamente, inspeccionando los resultados. El sudor brillaba en los firmes músculos de su espalda y sus piernas, largas, atezadas, eran rectas y fuertes…Shanna casi volvió a sentir nuevamente el atrevido sexo de él entre sus muslos y se ruborizó intensamente por sus pensamientos.

Se inclinó y tironeó de la manga de su padre.

– Papá -imploró-, he estado demasiado en el sol y me duele la cabeza. ¿Podemos regresar ahora?

– En un momento, Shanna. Quiero hablar con ese hombre.

Shanna sintió que su corazón se le iba a la garganta. No podría soportar un encuentro cara a cara con Ruark. ¡No aquí! ¡Ahora no! ¡No delante de su padre!

– Lo siento muchísimo, papá, pero casi estoy enferma. Un poco mareada. ¿Podemos irnos, por favor? -insistió, desesperada.

Trahern miró un momento a su hija con preocupación y cedió al pedido de ella.

– Muy bien. Puedo verlo más tarde. Nos iremos.

Habló a Maddock, el cochero negro, y el carruaje dio media vuelta y tomó el camino hacia la mansión. Shanna dio un largo suspiro, se apoyó en el asiento, cerró los ojos y Sintióse tremendamente aliviada. Pero cuando abrió nuevamente los ojos vio que su padre la miraba fijamente con una curiosa semisonrisa en los labios. Su mirada era insistente y ella empezó a inquietarse.

– ¿Puede ser, Shanna, que estés encinta? -preguntó suavemente Trahern.

– ¡No! -dijo ella bruscamente-. Quiero decir, creo que no. Es decir que el tiempo fue tan corto… Nosotros apenas… -Cerró la boca de golpe.

– ¿Quieres decir que no lo sabes? -insistió Trahern-. Ha habido tiempo suficiente. Seguramente, tú sabes de estas cosas.

– Creo… no lo creo, papá -repuso Shanna y vio el desencanto en los ojos de él-. Lo siento.

Bajó la vista hacia sus manos fuertemente enlazadas. Trahern miró hacia adelante y no pronunció palabra durante todo el viaje de regreso.

Berta los recibió en la puerta. Su mirada inquisitiva pasó rápidamente sobre los dos y en seguida se fijó en Shanna. Pero Shanna, que ya había tenido demasiadas preguntas para un día, pasó rápidamente junto al ama de llaves y subió casi corriendo la escalera hacia sus habitaciones. Esta vez tuvo la presencia de ánimo suficiente para guardar sus ropas como era su costumbre, y cubierta solamente por una camisa ligera, cayó a través de la cama y fijó la vista en las copas de los árboles que se veían más allá de su balcón. Las puertas francesas se mantenían abiertas para dejar entrar las refrescantes brisas vespertinas y el aire hacía ondular suavemente la seda del dosel de su cama. El dulce aroma de una enredadera florecida que trepaba por la barandilla llenaba la habitación y Shanna pensaba… pensaba… pensaba.

Tiempo después Berta llamó a la puerta. Anunció la comida de la noche y Shanna dijo, como excusa, que no se sentía bien. El crepúsculo se convirtió en oscuridad y nuevamente Berta llamó a la puerta con suavidad. Pero esta vez, la mujer no permitió que la despidieran e insistió en que Shanna abriera. Cuando por fin entró, la bondadosa mujer llevó hasta la cama una bandeja con una fuente cubierta y un gran vaso de leche fría

– Esto te hará bien para el estómago, Shanna -insistió Berta-. ¿Quieres que te traiga alguna otra cosa?

Cuando Shanna insistió en que lo único que tenía era que había tomado demasiado sol, Berta chasqueó la lengua y murmuró acerca del descuido de "esta nueva generación" y se retiró.

Shanna picoteó la comida y bebió la leche fría. Sintió sueño, se puso un camisón corto y se deslizó entre las sedosas sábanas. Estaba medio dormida cuando de alguna parte de su mente surgió un recuerdo de manos acariciándole los pechos y de una boca, cálida y suave, besándola en la boca y el cuello, de brazos fuertes estrechándola contra su cuerpo firme, nuevamente esa primera quemante penetración y después…

Shanna despertó completamente, llena de pavor, y después se relajó lentamente sobre su almohada cuando comprendió que se encontraba sola en la habitación. Las sombras familiares caminaban por las paredes pero no encontró consuelo para el doloroso vacío de su interior. Acercó otra almohada y se apretó contra ella. ¿Fue otra mala jugada de su mente cuando, poco antes de volver a dormirse, sintió los músculos duros de la espalda de un hombre, debajo de sus dedos?

La mañana no le trajo ninguna respuesta. La almohada era solamente una almohada. Pero el sueño de la noche hizo maravillas. Se levantó y bañó y se puso un vestido de color turquesa pálido. Hergus le ciñó apretadamente la cintura. Con su escote cuadrado, el vestido exhibía las curvas superiores de sus pechos redondeados.

Shanna contempló su Imagen en el alto. espejo y se acarició distraídamente el cabello, que estaba peinado tirante hacia atrás y caía sobre la nuca en una cascada de rizos. Adquirió una expresión de petulancia cuando recordó las provocativas palabras de Ruark. ¿Falta de feminidad? ¿Cómo? ¿En qué me encuentra él carente de feminidad? ¿En mi apariencia? ¿En estatura? ¿En ingenio? ¿Dónde? El espejo no podía darle una respuesta y Shanna dejó sus habitaciones para reunirse con su padre y desayunar tarde, según costumbre que habían adquirido desde su regreso.

Orlan Trahern tenía el hábito de levantarse al amanecer, pero ahora, a menos que hubiera alguna tarea urgente, prefería esperar para poder tomar la comida de la mañana en compañía de Shanna. Generalmente era un momento placentero aunque intercambiaban pocas palabras.

Pero esta mañana, cuando descendía las escaleras, Shanna oyó voces en el comedor. Ciertamente, no era raro que el hacendado tuviera huéspedes en la mesa del desayuno y por lo general la conversación giraba alrededor de negocios y trabajo. Pero Shanna, con algo de aprensión y preguntándose quién podría ser el visitante, bajó cautelosamente. Fue Berta quien precipitó las cosas.

30
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