La mañana nacía con vibrantes colores que se reflejaban y cambiaban el color de las aguas y daban a las olas los tonos rosados y dorados del amanecer. El aire mismo parecía cargado con una niebla rosada y los verdes de los prados y los árboles extendíanse interminablemente hasta que se unían al azul del mar suavemente ondulante.
Shanna estaba sola en su balcón, bañada en el oro pálido, suave del sol naciente. Su bata de tono pastel era como una nube que se agitaba alrededor de su cuerpo con las brisas caprichosas que traían la fragancia de la florecida planta trepadora que se enroscaba en la balaustrada. Su cara tenía una expresión pensativa, su mirada era anhelante y sus hermosos labios se entreabrían como anticipándose a. un beso. Rodeábase la cintura con los brazos como si tratara de reemplazar el abrazo de un amante que ahora era nada más que un recuerdo de ayer.
La gloria del amanecer se diluyó en hi brillante luz del día cuando el sol se separó del horizonte y comenzó su vuelo a través del cielo. Shanna regresó suspirando a su cama y trató una vez más de dormir antes de que el calor llegara a su habitación y ella se viera obligada a levantarse. Cerró los ojos y sintió otra vez el dulce dolor, como si sus pechos estuvieran aplastados contra el duro pecho de Ruark y sintiera en su mejilla el calor del aliento de él; una vez más vio la urgencia en esos ojos dorados cuando él bajó sus labios para besada.
Shanna abrió los ojos, porque el despertar del placer dentro de ella fue fuerte y turbador. Y así había sido toda la noche. Cuando se relajaba, el recuerdo de su propia reacción le quemaba el cerebro e inundaba su cuerpo con una excitación cálida y palpitante.
¿Cuál era la cura para esta enfermedad? ¿Por qué estaba ella tan afectada? ¿Sería ella una mujer que andaría siempre ansiosa de hombres pero que en ninguno encontraría satisfacción? Antes se había visto acosada por las atenciones de hombres mucho más encumbrados y su corazón no se había ablandado, pero ahora su mente veía constantemente la cara del que la obsesionaba, de este Ruark, este demonio, este dragón de sus sueños.
Sus párpados estaban pesados por la falta de sueño. Lentamente, ella sucumbió a ese peso y su mente voló inquieta sobre un agitado mar de sopor. El estaba allí, con su cuerpo reluciente, resplandeciente, de
Bronce aceitado, aguardándola antes de que ella pudiera alcanzar sus sueños, y ella supo que si lo tocaba, él sería sólido y real.
Sus ojos encontraron la cara de él y quedaron atrapados por una satánica seducción. Esos ojos la aferraron como garras doradas y los labios se abrieron y emitieron un Susurro grave, entrecortado:
"Ven a mí. Entrégate a mí. Ríndete. Ven a mí".
Ella se resistió con toda la fuerza de su miedo. Entonces la cara empezó a cambiar. La nariz creció hasta convertirse en una larga trompa de dragón por cuyas fosas nasales salían ondulantes nubecillas de humo.
La piel se volvió verde y escamosa y los ojos resplandecieron como dos linternas doradas que brillaban con hipnótica intensidad. Las orejas sobresalieron como pequeñas alas de murciélago. La blanca sonrisa se convirtió en una mueca estereotipada con amenazadores colmillos. Entonces, con un rugido aterrador, él despidió una bocanada de llamas que la envolvió completamente, privándola de sus fuerzas, debilitando su voluntad, hasta que ella empezó a retorcerse, indefensa y aterrorizada, y a rogar a la bestia que se apiadara de ella.
Shanna despertó temblorosa y con frío aunque el calor de la habitación la hacía transpirar. Su camisón y las sábanas estaban mojados. Ella luchaba por respirar, trataba de aspirar aire con dificultad, como si una presencia pesada, invisible, le tapara la cara. Presa de pánico, se arrojó de la cama y corrió hacia el balcón. Allí le volvió la cordura y se calmó. El mundo estaba en su lugar de siempre, el sol se encontraba un poco más alto y el día era apenas más caluroso.
Shanna empezó a caminar por su habitación, tratando de distraerse y no rendirse a las fantasías de su mente. Tendría que tomar medidas drásticas a fin de aliviar esta locura que la dominaba. No podía dormir. No podía comer. Su vida era un caos. El dormitorio cerrabas a su alrededor y en cada rincón oía la risa sardónica de Ruark y veía su rostro atezado y burlón.
Para escapar a esta tortura huyó a la planta baja, en busca de su padre. Orlan Trahern detuvo la cuchara con melón a mitad de camino a su boca. Era necesario un acontecimiento extraordinario para interrumpir su comida, pero la visita de su hija esta mañana lo hizo. Ella tenía el cabello enredado y en desorden, los ojos enrojecidos e hinchados, pálidas las mejillas y no estaba vestida y preparada para iniciar el día. Era inaudito que se presentara en ese estado. El hacendado dejó la cuchara en el plato y aguardó una explicación.
Bajo la mirada preocupada de su padre, Shanna se inquietó y comprendió que él estaba desazonado cuando lo vio dejar la cuchara. Se percató de que él esperaba que ella hablara pero no pudo encontrar palabras para responder a la muda pregunta de su progenitor. Endulzó demasiado la taza de té que le pusieron adelante y después dio un respingo cuando al probar la bebida se quemó la lengua.
– Lo siento, papá -empezó tímidamente-. Pasé una mala noche y todavía no me ciento bien. ¿Me disculpas si hoy no salgo contigo?
Orlan Trahern levantó su cuchara y masticó mientras consideraba el pedido de su hija.
– Últimamente me he acostumbrado a tu compañía, querida. Pero supongo que podré arreglármelas si no vienes conmigo un día o dos. Llevo aproximadamente una década en este negocio.
Se levantó, la tocó en la frente y encontró un poco de fiebre.
– Me apenaría muchísimo si te enfermaras -continuó él-. Sube a tu habitación y descansa por hoy. Enviaré a Berta para que te llévelo que desees. Ahora tengo que ocuparme de algunas cosas urgentes. Vamos, criatura, hazme caso y sube a tu cuarto.
– ¡Oh, papá, no! -Shanna no podía soportar la idea de volver a su dormitorio-. No tienes que preocuparte. Tomaré algún bocado y después subiré.
– ¡Tonterías! -dijo él-. Quiero verte acostada y atendida antes de marcharme. Sube ahora.
Shanna suspiró cansadamente, se apoyó en el brazo de él y supo que se había equivocado porque ahora estaba atrapada y tendría que pasar el día en sus habitaciones.
Trahern vio a su hija acostada y arropada antes de despedirse y marcharse. Shanna no tuvo tiempo de levantarse porque en seguida llegó Berta, sumamente preocupada por su estado. La frente de Shanna fue nuevamente tocada, le miraron la lengua y le tomaron el pulso.
– No estoy segura, pero podría ser la fiebre. Estás un poco caliente. Creo que un poco de caldo y un té de hojas de laurel te harán bien.
Antes de que Shanna pudiera negarse, la mujer se retiró y poco después regresó con una bandeja con la infusión. Shanna se estremeció de disgusto cuando probó el té pero el ama de llaves le ordenó que bebiera todo el pocillo. Cuando por fin quedó nuevamente sola, hundió la cabeza en la almohada y golpeó la cama con los puños, llena de frustración.
– ¡Maldito canalla! ¡Maldito canalla! ¡Maldito canalla! -gimió. Llegó la tarde, pero la batalla interior continuaba. La mente de Shanna estaba agotada por la lucha y parecía yacer, dentro de su cráneo, completamente inmóvil mientras todos los argumentos la atravesaban por senderos bien trillados. La razón y la innegable lógica de sus propios motivos desaparecían bajo la abrumadora fatiga, mientras que la multitud de amenazas derivadas del hecho de que Ruark no había sido colgado la golpeaban hasta el atontamiento. Cansadamente, se sentó en una mecedora y apoyó la cabeza en el alto respaldo. Sabía con seguridad que no se veda libre de Ruark Beauchamp. Con cada día que pasaba él se volvía más audaz y cada vez que se encontraban la encaraba más abiertamente. Pocos motivos le quedaban para enorgullecerse de la forma en que había burlado la voluntad de su padre. De todos sus más allegados, Pitney era el único a quien no había engañado y las mentiras no la hacían feliz. La habían criado dentro del culto a la verdad y le habían enseñado a hacerle frente, y cada vez que cerraba los ojos, una visión de un rostro en penumbras detrás de la ventanilla enrejada la atormentaba y en sus oídos resonaba el aullido en la noche. Ya no podía seguir luchando. Tenía que librarse de este conflicto interior.
Con un sollozo, Shanna se arrojó sobre la cama. Su gemido de desesperación fue ahogado por la almohada..
– Está decidido. Está decidido. Cumpliré con el pacto. Me rendiré. Shanna cerró los ojos casi con temor, pero allí había una oscuridad suave y cálida. Entonces el sueño la envolvió como una. ola silenciosa y la sumió en un refugio de paz.
Hergus, la escocesa, era leal y de confiar. La mujer guió a Ruark en la oscuridad, deteniéndose a menudo para asegurarse de que él la seguía pero manteniéndose varios pasos adelante de él. Rodearon la casa de la plantación y tomaron un estrecho sendero que corría entre los árboles de la parte posterior. Pasaron por una cabaña sin uso y después por otra. El sendero atravesó un denso seto de arbustos y los llevó a un pequeño claro. Allí, en profundas sombras, había otra cabaña más grande y espaciosa que las demás. Una luz brillaba débilmente en una de las ventanas.
Ruark sabía que estas eran las casas de huéspedes de la mansión. Sin embargo, se las usaba muy poco pues la mayoría de los invitados preferían el lujo de la casa grande. Pero Ruark nada sabía del motivo por el cual lo habían ido a buscar. La mujer había llegado a su humilde cabaña y sólo dijo que era Hergus y que él debía venir con ella. El sabía que ella era miembro de la servidumbre de la casa de Trahern pero no pudo imaginar que el hacendado lo hiciera venir en esta forma tan discreta.