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CAPITULO TRES

Los documentos quedaron listos y los testigos pusieron sus marcas pues no sabían escribir, de modo que los guardias pudieron salir a preparar el carruaje. Pitney indicó que era el turno de Ruark y Shanna contuvo el aliento pues había olvidado preguntarle si sabía firmar. No hubiera debido preocuparse. El firmó con mano rápida y segura. A continuación el ministro tendió la pluma a la novia. Shanna puso su nombre primero en el registro y después en una cantidad de documentos para la parroquia, el condado y la corona. Después vino una copia de los votos matrimoniales tal como fueron pronunciados. Cuando acercó la pluma al pergamino, sus ojos cayeron sobre una frase: "A mi esposo amaré, honraré y obedeceré". Acallando los gritos de su conciencia, Shanna puso su nombre al pie del documento y cuando trazaba su elaborada rúbrica final un relámpago iluminó el interior de la iglesia con una luz blanca y fantasmal. Antes de que se apagara, un trueno retumbó rápidamente y terminó con ruido ensordecedor. Los cristales de las ventanas vibraron y las tejas del techo parecieron bailar.

Con los ojos llenos de pavor, Shanna miró el pergamino que acababa de firmar, consciente de la mentira al pie de la cual había puesto su nombre. Se levantó, dejó la pluma a un lado como si le quemara los dedos. Ahora la tormenta rugía todo a su alrededor. Densas cataratas de lluvia golpeaban la iglesia y el viento aullaba como un espíritu de mal agüero en las sombras crecientes del día que moría.

Viendo su quietud, el reverendo Jacobs la llevó aparte.

– Pareces preocupada y alterada, criatura. Quizá esté bien que tengas dudas, pero debo decirte esto. Según se han desarrollado los acontecimientos, me he convencido de que lo que ha sucedido hoy aquí está verdaderamente bendecido y dará un largo y perdurable testimonio de la voluntad de Dios. Mis plegarias te acompañarán, hija mía. Tu esposo, parece un joven bueno y no dudo de que sepa comportarse.

Ruark levantó la mano y animó gentilmente a su esposa a que se llevara la copa a los labios mientras la miraba tiernamente a los ojos.

– Bebe, amor mío, ya tendríamos que ponernos en camino.

Después que bebieron el jerez y dejaron sus copas, la señora Jacobs corrió a buscar sus capas. Ruark tomó la prenda forrada en pieles y la envolvió alrededor de Shanna y se echó la suya descuidadamente sobre los hombros la condujo a ella hacia la puerta, precedido por Pitney. Se despidieron y el ministro expresó sus buenos deseos.

Fuertes ráfagas de viento los envolvieron e hincharon sus capas cuando se abrió la pesada puerta. Gruesas gotas de lluvia les cayeron encima. Pitney corrió a abrir la portezuela del carruaje y bajar la escalerilla plegadiza mientras Ruark esperaba con Shanna al abrigo del portal. Los dos guardias ya estaban encaramados en el asiento del conductor, acurrucados entre los pliegues de sus capotes para protegerse de la lluvia. Pitney llamó por señas a los recién casados, pero cuando ellos salieron al aire libre, una ráfaga de viento cargado de lluvia helada les golpeó en las caras. Shanna ahogó una exclamación, se volvió y se encontró luchando por respirar contra el pecho de Ruark. El la abrazó y la cubrió a medias con su propia capa. En seguida se inclinó, la levantó en sus fuertes brazos y corrió directamente hacia el carruaje. La depositó en el abrigado interior, subió inmediatamente detrás de ella y se sentó a su lado. Pitney plegó rápidamente la escalerilla, subió de un salto y se sentó en el asiento frente a la pareja.

– Hay una posada sobre el camino, no lejos de aquí -dijo con voz áspera- donde podremos cenar.

Ruark miró al hombre con atención.

– ¿Cenar? -preguntó.

– Ajá -dijo Pitney asintiendo con la cabeza, y a la luz mortecina del oscuro crepúsculo sus ojos grises se encontraron con los de Ruark-.A menos que quiera regresar a la cárcel sin nada en la barriga hasta mañana por la mañana.

Ruark miró a Shanna, -quien parecía muy pequeña y silenciosa en su rincón.

El carruaje tomó el camino surcado por torrentes de agua.

Continuamente estallaban relámpagos y los truenos retumbaban entre las colinas. Entre los voluminosos pliegues de su capa, Shanna daba un respingo con cada ensordecedora explosión de sonido. Los rayos zigzagueantes atravesaban el cielo sombrío y sólo Pitney se daba cuenta de la inquietud de ella.

Ruark hizo una pregunta a Pitney: – ¿Regresará a Londres, esta noche?

– Ajá-respondió Pitney, casi en un gruñido.

Ruark pensó un momento en la breve respuesta del hombre antes de preguntar: – ¿Por qué no se queda en la posada? Será un viaje de tres horas, por lo menos, antes de llegar a Londres.

– Un viaje bastante largo, en una noche como esta -dijo Shanna secamente.

Su marido enarcó una ceja ante el tono de ella y miro, los llameantes ojos verdes que taladraban la oscuridad.

– Parece que has recobrado tu coraje ahora que estás lejos del buen reverendo Jacobs -dijo en tono ligeramente burlón.

Shanna respondió como hacía rato que deseaba hacerlo:

– Canalla descarado, cuide, su lengua o lanzaré a Pitney sobre usted. Pitney bajó su sombrero sobre su, ancha frente y apoyó la cabeza en el respaldo, de su asiento como si fuera a dormirse. Parecía que su joven ama nuevamente sería capaz de defenderse sola.

Ruark observó a su hosco compañero y después dirigió nuevamente toda su atención a Shanna, quien casi retrocedió cuando él estiró una mano hacia ella.

El le tomó una mano que estaba crispada sobre el regazo y la aterró con fuerza. Sonrió despreocupadamente y trató de llevársela a 'los labios mientras Shanna se agitaba nerviosamente, en su asiento y dirigía rápidas miradas a su protector para ver si realmente dormía.

– Eres realmente una flor, Shanna -:-dijo Ruark y sus ojos se posaron fugazmente en Pitney -pero hieres, me hieres dolorosamente. Ciertamente, Shanna, eres una rosa, una belleza del bosque de suave y dulce textura, tentadora, implorando que te tomen, pero si una mano descuidada trata de hacerlo, sólo encontrará una cantidad de agudas espinas. -Rió suavemente y ello aumentó la inquietud de Shanna. Aplicó sus labios en un punto sobre la delicada muñeca de ella-. Pero además hay alguien que visita el jardín y no recibe las punzadas de las espinas. Con mano cuidadosa, toma el capullo y gentilmente quiebra el tallo donde crece. Entonces la rosa es para siempre suya.

Shanna retiró violentamente la mano.

– Compórtese, señor -dijo secamente-. No diga tonterías.

Shanna se afirmó resueltamente en su rincón y él levantó la cabeza y la estudió. Ella no sabía exactamente qué podría hacer ese asesino convicto. Lo que no podía soportar era esa sonrisa lenta, burlona que exhibía constantemente, como si ella sólo sirviera para divertido. ¿Dónde estaba la cólera de este hombre? Si él levantaba una mano para golpearla Pitney estaba allí para impedirlo. Entonces no había necesidad de fingir ni siquiera un poco de tolerancia hacia él ni de soportar su presencia en el coche. Tendrían que encadenarlo y obligarlo a viajar arriba, con los guardias.

Una violenta sacudida del carruaje envió a Ruark casi encima de ella y Shanna retrocedió súbitamente asustada y levantó un brazo como para protegerse del ataque de él. Ruark rió divertido cerca de' su oído, lo' cual hizo que ella recuperara el coraje en un relámpago de orgullo herido, y él le apoyó una mano en el muslo. Shanna se estremeció de furia. Fingiendo torpeza, pensó ella, los largos dedos de él, intencionadamente o no, la tocaron a través del vestido donde ningún hombre se había atrevido a tocada.

¡No me toque! -dijo ella, casi sofocada por la cólera, y lo empujó con todas sus fuerzas-. Vaya a acariciara sus remeras en la cárcel.

Pitney los miró debajo de su tricornio y Shanna se acomodo nerviosamente la falda.

– ¿Y dónde está esa posada? -preguntó ella con impaciencia-. ¿Cree que llegaremos antes de que muera de tantas sacudidas?

– Cálmese, muchacha -dijo Pitney con una.risita-. Pronto llegaremos. Aunque duró apenas unos minutos más, el resto del viaje hasta la posada fue intolerablemente larga para Shanna. Aun con la, mirada cautelosa pero tranquila de Pitney sobre ellos, la proximidad, ciertamente la mera presencia de su esposo colonial le resultaba sofocante y la hacía dolorosamente consciente de la artimaña que había perpetrado.

Por fin el carruaje se detuvo frente a la posada. Un letrero debajo del portal se sacudía violentamente en el viento y los árboles se inclinaban casi hasta tocar el suelo, como si sus ramas desnudas buscaran en la tierra empapada un refugio contra la tempestad. Los guardias expuestos a toda la fuerza de la lluvia y el viento durante el viaje, no se demoraron atendiendo a los pasajeros y corrieron a protegerse, dejando a Pitney a cargo de la tarea.

Ruark se apeó, apretó su capa alrededor de su cuello, bajó el tricornio sobre su frente y cuando Shanna se asomó a la portezuela se volvió y la tomó en brazos, aunque ella protestó con indignación por este ultraje.

– El la cargó y la llevó sin hacer caso de sus protestas. Shanna.apretó los dientes disgustada y odió el atrevimiento de él y el estrecho contacto contra ese pecho duro y musculoso.

Como siempre, Pitney los siguió muy de cerca y cuando llegaron al portal cubierto, la gran masa de su cuerpo los protegió de la violencia de la tormenta. Una linterna de sebo colgada junto a la puerta, y a su luz vacilante pudo verse la cara de Shanna hermosamente encendida por el resentimiento.

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