– ¡Jamás había sido tan insultada en mi vida! -dijo casi ahogada con la furia-. ¡Déjeme!
Obedientemente, Ruark sacó el brazo que la sostenía por debajo de las rodillas y dejó que los pies de ella se deslizaran hasta el escalón; pero su otro brazo siguió sosteniéndola contra su pecho. Shanna lo empujó indignada para apartado. Atónita, se percató de que el encaje del corpiño de su vestido se había enganchado en un botón del chaleco de él.
– ¡Oh, mire lo que ha hecho! -gimió.
Le era imposible retroceder ni un solo paso. El tenía los pies ligeramente separados y ella estaba como atada a él, obligada a permanecer de pie en el espacio entre las piernas de él, o apartarse y desgarrar el corpiño de su vestido. Sintió los muslos duros y nones de él contra los suyos y la situación le resultó sumamente comprometedora y humillante. El brazo de Ruark rodeándola flojamente, su cabeza cerca de la de ella y su tibio aliento acariciándole la mejilla no facilitaban los intentos de Shanna por recuperar su compostura. Pitney, incómodo, se ¡aclaró la garganta pero siguió mudo. Los dedos de Shanna temblaban.
y aunque ella trató de desenredar el encaje enganchado en el botón se encontraba en tal estado que sólo consiguió enredarlo más. Furiosa, emitió un gemido de frustración ella.
– A ver, déjame a mí -dijo Ruark riendo y apartó las manos de Shanna se sintió sofocada y sus mejillas ardieron cuando los nudillos de Ruark se apretaron contra sus pechos y rozaron, por casualidad, los pezones mientras él trataba de desenredar el encaje. Sentíase sofocada por la proximidad de él y no podía respirar con esas manos en su pecho. Finalmente no pudo tolerar más ese manoseo.
– ¡Oh, basta ya, tonto chapucero! -gritó y perdiendo la paciencia lo empujó con fuerza.
Ruark retrocedió casi tropezando y su movimiento fue acompañado por el ruido de la tela al desgarrarse y una exclamación ahogada de Shanna. El encaje y su forro de seda habían cedido a la tensión. Un trozo pequeño de encaje quedó firmemente adherido al chaleco de Ruark. muda de horror, Shanna bajó la vista y vio que ahora sus pechos estaban apenas cubiertos por la delicada camisa de batista. Sus pechos redondos presionaban retozones con la delgada tela y los pezones suaves y rosados parecían ansiosos de reventar la camisa. Con la luz de la vela de sebo bañando la piel satinada, era un espectáculo excitante para Ruark, cuya forzada castidad de las últimas semanas habíale ofrecido muy poco alivio, fuera de las visiones conjuradas por su imaginación, dentro de las cuatro paredes desnudas de la celda de una prisión.
Ruark sintió que la boca se le secaba de repente y la respiración se le atascaba en la garganta con un doloroso nudo. Como un hombre famélico, miró las llenas, maduras delicias que tenía delante y casi no pudo resistir un impulso de tomar esos pechos en sus manos.
– ¡Usted, colonial idiota! -exclamó Shanna.
Al oír el grito Pitney se acercó preocupado, ignorante del motivo del disgusto de su ama.
– ¡No! -gritó Shanna, y tomando el corpiño desgarrado de su vestido, le volvió la espalda.
El pánico en la voz de ella hizo que Pitney se volviera inmediatamente porque creyó que el daño era mayor que un ligero desgarro. Se retiró varios pasos para no ponerla en una situación aún más embarazosa.
Shanna metió el extremo del trozo desgarrado entre sus pechos y al hacerlo su escote bajó de modo que la reparación Resultó casi más reveladora que el desgarrón. Ruark casi se ahogó de deseo y atrajo la atención y la mirada fulminante y acusadora de Shanna. No podía apartar los ojos de la piel desnuda, no podía dejar de absorber con la vista las deliciosas curvas, como si temiera que lo privaran de un momento a otro del espectáculo. Shanna se había sentido deseada con anterioridad, pero nunca tan completamente devorada. El deseo ardía en esos ojos dorados y la dejaba sin, aliento. Sólo pudo murmurar, con un poco menos de rencor:
– Si tiene algo de decencia, vuelva la cabeza.
– Shanna, amor mío -dijo Ruark, con voz torturada y cargada de tensión-. Soy un.hombre que pronto va a morir. ¿Me negarías hasta una visión fugaz de tanta belleza?
Shanna lo miró subrepticiamente, extrañada porque ahora no sentía repugnancia de él. Esa mirada audaz agitaba algo profundo dentro de ella y la sensación no era desagradable. Empero, se cubrió con su capa.
Hubo un momento de silencio mientras Ruark luchaba con sus propias emociones. Debajo de su flotante capa, se llevó las manos a la espalda y las enlazó con fuerza.
– ¿Preferirías regresar al carruaje ahora? -preguntó con amable solicitud.
– Hoy he comido poco pues he estado muy inquieta -replicó Shanna en un arranque de sinceridad-. Todavía puedo disfrutar de lo que resta de mi orgullo.
Los ojos. de Ruark centellearon con humor demoníaco y sus labios se curvaron lentamente en una delicada sonrisa.
– Eres la luz y el amor de mi vida, Shanna. Ten piedad de mí. Shanna levantó su fino mentón.
– ¡Ja! Se me ocurre que usted es un libertino y que ha tenido muchas "luces y amores" en su vida. No creo que yo sea la primera.
Ruark abrió gentilmente la puerta para que ella pasara.
– No puedo negar que no eres la primera, Shanna, porque antes no te conocía. Pero eres mi único amor y seguirás siéndolo mientras
– viva. -Sus ojos adquirieron una expresión seria y parecieron sondearla-. Yo no exigiría de una esposa más de lo que esté dispuesto a darle. Te aseguro, amor mío, que desde ahora no pasará un solo día sin que estés permanentemente en mis pensamientos.
Confundida por la gentil calidez de esa mirada y la franqueza de esas palabras, Shanna no supo qué responder. Era imposible determinará si él estaba burlándose o diciendo la verdad. El era diferente a todos los hombres que había conocido cuando ella hablaba para insultarlo, ofenderlo o tratar de infligirle una afrenta más profunda, él lo tomaba con buen humor y seguía haciéndole cumplidos. ¿Cuándo se le acabaría la paciencia?
Perdida en sus cavilaciones, Shanna pasó junto a él y entró en la posada. Mientras él se quitaba y sacudía su capa y su tricornio empapados por la lluvia, ella aguardó, aparentando por el momento ser una dócil esposa. El regresó, le rodeó la cintura con un brazo y la guió a una mesa que Pitney le había señalado. La misma estaba metida en un oscuro rincón de donde no había forma de escapar.
El señor Hadley y John Craddock, que los habían precedido, ahora estaban sentados ante la larga mesa común que llenaba el centro de la estancia. La posada estaba vacía salvo el posadero y su esposa, porque los clientes locales habían huido a sus casas cuando empezó la tormenta. Un fuego crepitaba acogedor en el hogar y lanzaba sombras danzarinas hacia las toscas vigas de madera que sostenían el techo, además de proporcionar calor a los mojados huéspedes. Después de una larga y torva mirada de advertencia a Ruark, Pitney se unió a los dos guardias y vació rápidamente un pichel de ale.
Ruark se sintió muy aliviado al hallarse en una mesa solo con su esposa. Hizo sentar a Shanna y se sentó muy cerca, a su lado. Pronto les sirvieron a todos una comida apetitosa: jugosas carnes asadas, pan, legumbres, y un vino exquisito para la pareja. Consciente de la mirada de su marido, Shanna vio que le temblaban los dedos y sintió que no tenía tanto apetito como había dicho hacía unos momentos. El empezaba a ponerla nerviosa. Nunca había conocido a un hombre tan persistente y concentrado en un solo propósito. Adivinaba muy bien lo que él pensaba cuando se apoyaba en el respaldo de su silla y la contemplaba. Y no deseando responder a ninguna pregunta que pudiera hacerle él, ella misma hizo una.
– ¿Quién era la muchacha que lo acusan de haber asesinado? ¿Era su querida?
Ruark la miró y enarcó una ceja.
– Shanna -dijo- ¿tenemos que discutir esto en nuestra noche de bodas?
– Tengo curiosidad -insistió ella- ¿No quiere contármelo? ¿Por qué lo hizo? ¿Ella le era infiel? ¿Fueron los celos que lo impulsaron a matarla?
Ruark se inclinó hacia adelante, apoyó los brazos sobre la mesa, agitó la cabeza y rió ásperamente.
– ¿Celoso de una criada con quien apenas hablé unas pocas palabras? Mi querida Shanna, ni siquiera conocía su nombre y estoy seguro de que ella tuvo muchos hombres antes que yo. Me encontraba allí, en el salón de una posada donde ella trabajaba, y ella dejó a otro hombre para venir a mí mesa. Me invitó a su habitación…
– ¿Así de simple? Quiero decir ¿no hubo nada más entre ustedes dos? ¿Usted nunca la había visto antes?
Ruark arrugó el entrecejo y estudió pensativo el líquido de su copa a la que inclinó de un lado a otro.
– Ella reconoció el color de las monedas de mi bolsa cuando yo pagué la comida. Fue suficiente para que nos hiciéramos amigos. El tono amargo de su voz dijo mucho que Shanna no comprendió.
Está arrepentido de haberla matado ¿verdad? -preguntó Shanna.
– ¿Matarla? -Ruark rió brevemente-. Ni siquiera recuerdo haberme acostado con ella y mucho menos haberle puesto una mano encima. Ella me robó mi bolsa y me dejó sin nada, aparte de mis calzones, para enfrentar a los casacas Rojas, los soldados que a la mañana siguiente me arrancaron de su cama. Me acusaron de haberla asesinado porqués ella llevaba en su vientre un hijo mío, pero Dios sabe que eso es mentira. Es no era posible porque yo había llegado de Escocia y alquilado un cuarto en esa posada esa misma tarde. Nunca había visto a la muchacha. Pero me llevaron ante el magistrado, lord Harry se llamaba – Ruark rió despectivamente- y me dieron solamente un momento para, defenderme antes de que me acusaran de mentir y me arrojaran a la más oscura mazmorra, hasta que el mismo lord Harry decidió cuál era mi culpa. Asesinato, declaró, para no casarme con la muchacha. ¿Puede imaginarse, con todos los bastardos que hay en el mundo, cómo podría ser verdad una cosa así? Habría sido más fácil abandonar el país. Y todavía más simple, si en un momento de locura yo hubiese matado a la muchacha, huir de su habitación antes de que el posadero fuera a despertarla para que empezara su trabajo del día. Pero como un perfecto tonto, me quedé dormido en su cama hasta el día siguiente. Por Dios, yo no la maté ¡Sé que yo no lo hice!