– Buenos días, Shanna -la saludó alegremente el ama de llaves-.
¿Hoy te sientes mejor?
Desde el comedor llegó la voz del padre.
– Aquí está ella. Mi hija, Shanna.
Crujió una silla y en seguida la gran silueta de Trahern llenó el vano de la puerta. El la tomó del brazo y la condujo a la habitación fresca y ventilada donde las blancas persianas dejaban entrar la brisa pero no el
sol y su calor.
– Lo siento, hija, pero yo quería hablar con este hombre -se disculpó el hacendado.
Shanna se detuvo súbitamente cuando vio al hombre y retiró la mano del brazo de su padre. El color huyó de sus mejillas y sus labios se entreabrieron por la sorpresa. Trahern se volvió para tomarle nuevamente la mano y la miró con expresión preocupada. Le habló en voz baja, casi en un susurro.
– Sí, es un siervo. -Su tono era de reproche-. Creo, sin embargo, que no nos rebajaremos si compartimos una mesa con él. Si quiere ser la señora de esta casa, deberás mostrarte amable y graciosa con todos los
que yo traiga como invitados.
– Vamos, Shanna -continuó Trahern, ahora en voz alta, y le acarició afectuosamente la mano-. Ven a conocer al señor Ruark, a John Ruark, hombre de cierta educación y may inteligente. Se ha desempeñado muy bien con nosotros y ahora debo escuchar sus consejos sobre unos asuntos.
John Ruark se puso de pie y sus ojos de ámbar le sonrieron y la tocaron en todo el cuerpo cuando Trahern se volvió para hablar con Berta. El rubor retornó rápidamente a las mejillas de Shanna y se intensificó cuando experimentó otra vez la sensación de hallarse desnuda ante esa mirada de oro. Murmuró inexpresivamente un saludo mientras su propia mirada se posaba desdeñosamente en los cortos pantalones que estaban limpios pero no por eso resultaban menos objetables para el estado mental de ella. Sin embargo, agradeció que por lo menos él se hubiera puesto su camisa. Al verlo sin el sombrero de paja, notó por primera vez que él llevaba el cabello muy corto. Unos mechones cortos y gruesos curvábanse ligeramente en torno a su cara y acentuaban las facciones finas y hermosas. La sonrisa burlona brillaba con sorprendente blancura en contraste con la piel tostada por el sol. De mala gana, Shanna admito para sí misma que el hecho de que fuera un siervo no parecía sentarle mal. Ciertamente, había en él una salud y una vitalidad que resultaban casi hipnotizantes.
En realidad, se lo veía aún más guapo que el día de la boda.
– Un placer, señora -repuso él cálidamente.
Shanna le dirigió una sonrisa amenazadora.
– ¿John Ruark ha dicho? -preguntó-. Conocí a unos Ruark en Inglaterra. Gente muy despreciable, asesinos y matones. Sucios y miserables. ¿Por casualidad usted es pariente de ellos, señor?
La dulzura de su tono no ocultó el desprecio qué ella quiso transmitir. El la miró con una sonrisa divertida pero Trahern carraspeó ruidosamente y dirigió al joven una mirada llena de simpatía.
– Debe perdonarme, señor Ruark -dijo Shanna-. No muy a menudo me veo en la situación de tener a un esclavo en mi mesa.
– Shanna -dijo su padre en tono amenazador.
Shanna se sentó en su silla. Ignoró a Ruark cuando él se sentó frente a ella y en seguida se volvió al anciano negro de cabellos grises que aguardaba para empezar a servirles y le dirigió la mejor de sus sonrisas.
– Buenos días, Milán -dijo en tono jovial-. Tenemos otro hermoso día ¿verdad?
– Sí, señorita -dijo el criado sonriendo-. Un día hermoso y radiante, como usted, señorita Shanna. ¿Y qué desea tomar esta mañana? Tengo guardado para usted un jugoso melón.
– Eso me gustaría mucho -dijo ella, sin dejar de sonreír.
Cuando el criado, después de poner frente a ella una taza de té, fue hasta un aparador, Shanna se atrevió a enfrentar la mirada divertida de Ruark, quien la observaba desde el otro lado de la mesa.
Mientras la conversación de los hombres giraba alrededor de muchos temas, Shanna bebía su té y escuchaba en silencio a Ruark, quien se expresaba con seguras opiniones en respuesta a las preguntas del hacendado. El joven tomaba rápidamente una pluma y hacía croquis cuando era necesario. No actuaba como un esclavo sino de igual a igual. Se inclinaba con el hacendado sobre pilas de dibujos que cubrían uno de los ángulos de la mesa y explicaba en detalle el funcionamiento mecánico de los diseños.
Shanna de ninguna manera se sentía aburrida escuchándolo. Se percató de que él era inteligente, de mente penetrante como su padre, y de que no parecía ignorar los trabajos de la plantación. En realidad, a medida que avanzaba la conversación, se fue haciendo evidente que podía enseñar mucho a su amo.
– Señor Ruark -interrumpió ella en una pausa, mientras Milán volvía a llenar las tazas- ¿Cuál era su oficio antes de convertirse en siervo? ¿Capataz, quizá? Usted es de las colonias ¿verdad? ¿Qué hacía en Inglaterra?
– Caballos… y otras cosas, señora -dijo él lentamente y con una amplia sonrisa, dedicando a ella toda su, atención-. Trabajé bastante con caballos.
Shanna arrugó ligeramente el entrecejo mientras pensaba en la respuesta de él.
– Entonces usted debe ser el que curó a mi caballo Attila. -No era sorprendente que el semental no le temiera. El maldito lo había cuidado-. ¿Quiere decir que entrenaba caballos? ¿Para qué, señor? ¿ Y por qué estaba en Inglaterra?
– Sobre todo para silla, señora. -Se alzó de hombros-. Y a algunos les gusta correr carreras con sus caballos. Fui primero a Escocia para seleccionar caballos de raza para cría.
– ¿Entonces su patrón confiaba en usted para conocer una buena línea de sangre con sólo ver el animal? -insistió ella.
– Así es, señora, y sin duda que para eso soy muy capaz. -Las luces de sus ojos refulgieron con destellos dorados cuando él recorrió lentamente con la vista las formas de ella. La insinuación fue muy clara.
La mirada de Trahern seguía fija en Shanna de modo que no se percató del lento examen y del gesto de asentimiento que lo siguió. El hacendado probó su té y frunció los labios al saborear la perfumada tibieza de la infusión
– Yo envié a mi hija allí en una misión muy similar -dijo Orlan Trahern -pero ella regresó viuda, con una cuna vacía. Ni siquiera llegué a conocer al joven yeso me corroe el corazón. Habiendo visto que ella rechazaba a tantos pretendientes, sentía gran ansiedad por conocer al flamante elegido.
Shanna se dirigió a su padre pero sus ojos siguieron fijos en Ruark, y sonrió detrás de su taza de té.
– Poco puedo contarte de él, papá. Pero fue solamente el destino lo que decretó que yo no tuviera hijos de él. Sabe, señor Ruark -Shanna dirigió abiertamente a él sus comentarios- mi padre me envió para que encontrara un marido digno que engendrara hijos para su dinastía. Pero no tenía que ser así, pese a mis esfuerzos. Sin embargo, no dudo que encontraré otro hombre, quizá más inteligente como para evitar el mismo final que el primero.
Levantó las cejas muy levemente para acentuar sus últimas palabras y miró directamente los ojos ambarinos, los cuales bajaron momentáneamente como reconocimiento a la respuesta de ella.
– En verdad, señora Beauchamp -dijo Ruark en un tono que indicaba interés y preocupación-, sólo puedo afirmar que un hombre tan excelente habría hecho que su vida fuera mucho más rica. Sin embargo, a menudo compruebo que lo que es atribuido al destino suele tener otros motivos. A veces un capricho o infatuación, un bajo deseo, pueden estropear los planes mejor trazados. Mi propio caso, por ejemplo. Aunque me encontraba en desesperante necesidad, me fue negada mi mejor oportunidad por la misma persona que propuso el pacto.
– Sí, he sufrido mucho por esa persona -continuó en tono meditabundo-. Pero la justicia, aunque a menudo se demora, habitualmente termina por llegar. Tengo deudas que pagar y las que tengo con su padre no son las únicas. Sin embargo, también a mí se me deben cosas que espero cobrarme con grandes expectativas.
Shanna reconoció la amenaza en esa afirmación y replicó con cierto despliegue de cólera:
– Señor, encuentro desacertada su referencia a la justicia porque usted, obviamente, es víctima de la misma y se encuentra donde tiene que estar ¡Mi padre puede tener interés en sus consejos pero a mí me resulta odiosa la presencia de un salvaje semidesnudo en mi mesa de desayuno!
Ante este vengativo estallido, el hacendado dejó su taza y miró fijamente a -su hija, razón por la cual no pudo ver la expresión socarrona y maliciosa de Ruark que contradecía el tono de suave disculpa de su voz
cuando dijo:
– Señora, sólo espero que usted cambie de opinión.
Shanna no se atrevió a replicar. Turbulentas emociones se agitaban en su interior y ensombrecían el verde de sus ojos. Se puso de pie, alzó orgullosamente el mentón y abandonó la habitación con paso majestuoso y decidido.
Sólo después que Ruark se marchó, Shanna se atrevió a encarar a su padre, y lo hizo llena de aprensión, porque no recordaba que el hacendado se hubiera tomado tanto interés por un siervo como el que evidentemente le inspiraba este colonial.
Trahern se encontraba en su estudio, revisando unas cuentas que había preparado Ralston, cuando Shanna entró en la habitación, las manos enlazadas en la espalda y una expresión de angelical inocencia en su rostro.
– ¿Crees que lloverá antes de que termine el día, papá? -preguntó, mirando por las ventanas abiertas al brillante cielo azu1.