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Trahern gruñó una respuesta pero siguió con la atención fija en las páginas de los libros. de contabilidad. Sumido en sus pensamientos, recorría las cifras que tenía ante sus ojos y apenas se percató de que su hija se había sentado en la silla que estaba junto al escritorio.

– Me pregunto si el señor Hawkins habrá capturado hoy algunas langostas en sus trampas. Quizá le preguntaré a Milán si podríamos tenerlas para la cena. ¿Te gustaría, papá?

El hacendado dirigió a su hija una mirada con la que apenas se dio por enterado de su presencia y volvió a su trabajo. Pero Shanna no se dio por vencida tan fácilmente. Se inclinó y miró el trabajo que él intentaba terminar.

Con una -suave vocecita, preguntó:. – ¿Estoy interrumpiendo algo, papá?

Trahern lanzó un suspiro, empujó su silla hacia atrás, miró a su hija en la cara, cruzó las manos sobre la barriga y hundió la cabeza entre los hombros, como un halcón cansado.

– Veo que no tendré tranquilidad hasta que hayamos discutido lo que te traes entre manos. Adelante, muchacha.

Shanna se alisó la falda y se encogió levemente de hombros.

– Ah, padre… ese hombre, Ruark -empezó vacilante y adoptando inconscientemente una manera más formal de dirigirse a él-. ¿De veras nos conviene tenerlo aquí en Los Camellos? ¿No podríamos deshacemos de él? ¿Cambiarlo por otro? ¿O quizá vender sus papeles de servidumbre? Cualquier cosa con tal de que se marche de la isla.

Shanna hizo una pausa, levantó la vista y vio que su padre la miraba fijamente, con los labios fruncidos, como si estuviera perdido en sus pensamientos. Antes que él pudiera responder, ella se apresuró a continuar.

– Quiero decir que el señor Ruark parece demasiado atrevido y arrogante para ser un siervo. Ciertamente, es como si estuviera más acostumbrado a ser un amo que un esclavo. ¡Y sus ropas! ¡Vaya, son sencillamente espantosas! Nunca antes había visto un hombre paseándose semidesnudo como hace él. Y a él ni siquiera, le importa lo que pueda decir la gente. Y hay otra cosa. He oído el rumor de que la mayoría de las muchachas de la isla están simplemente locas por él. Probablemente estarás manteniendo a varios hijos de él antes que termine el año.

– Hum -gruñó Orlan Trahern-. Quizá deberíamos castrar a ese semental para proteger a las damas de nuestro hermoso paraíso.

– ¡Santo Dios, padre! -Shanna mordió el anzuelo como un rodaballo muerto de hambre-. ¡Es un hombre, no un animal! No puedes hacer una cosa así.

– Ah, ya veo. -La voz de Trahern sonó pesada, lenta, y él se meció en la silla como para acentuar sus palabras-. ¡Un hombre! No un animal! Es excelente que admitas eso, Shanna. Excelente.

Shanna casi respiró aliviada pero súbitamente se percató de que su padre la miraba con los ojos entre cerrados y que le hablaba en un tono extrañamente inexpresivo, señal segura de un inminente estallido de cólera. Su mente trató desesperadamente de recordar las últimas palabras que acababa de decir y su respiración casi se detuvo mientras se preparaba para la próxima tormenta. Dio un salto cuando él golpeó violentamente el escritorio, haciendo temblar la pluma. en el tintero.

– ¡Por Dios, hija, me alegra que admitas eso!

Trahern se inclinó hacia adelante y aferró los brazos de su sillón como si fuera a levantarse.

– Yo tengo sus papeles y él me servirá Como esclavo hasta que estén pagados. No sé cual fue su pecado pero reconozco que es inteligente y que posee una comprensión más profunda que yo de los trabajos de esta plantación. Yo podré saber de mercados y comercio pero él conoce a los hombres y sabe cómo obtener 1o mejor de ellos. En el poco tiempo que lleva aquí ha probado 1o que vale para mí y yo lo respeto como hombre más de lo que tú podrás respetarlo jamás. No es una bestia a la que se pueda domeñar o entrenar para una tarea sencilla. Es un hombre digno de trabajar y producir donde rinda más y te apostaría lo que quieras a que él pagará su libertad en forma centuplicada. Por ejemplo -buscó entre los papeles que tenía sobre el escritorio y arrojó sobre el regazo de Shanna uno cubierto de croquis y cifras- ha sugerido la construcción de un gran trapiche y una destilería que incrementarán diez veces o más la producción de jarabe y de ron. Eso requerirá menos hombres de los que ahora trabajan en los cultivos.

Orlan le arrojó otra hoja de papel.

– Después de eso, ha sugerido construir un embalse en el río para impulsar la maquinaria de un aserradero, a fin de que podamos aserrar nuestros propios árboles y vender el exceso de madera elaborada. Ya ha indicado una docena de formas de ahorrar hombres y animales. Ajá, mi poderosa y altanera hija, yo lo aprecio mucho y no estoy dispuesto a deshacerme de él como un animal sólo porque no satisface tus exigencias con su comportamiento.

El orgullo de Shanna quedó al desnudo con esta réplica. Se irguió y frunció la nariz con altanería.

– Si no puedes entender mis razones -dijo- entonces tengo ciertamente derecho de pedir que, por 1o menos, no 1o invites a mi mesa de desayuno donde él pueda cometer torpezas, mirarme descaradamente

y hasta insultarme con sus agudezas..

Trahern extendió el brazo y apuntó Con el dedo hacia el pequeño salón comedor.

– ¡Eso es mi mesa y mis sillas, tal como ésta es mi casa! -gritó, y continuó, apenas un poco más calmado-: Yo te invito a ti a compartir mi desayuno y es allí donde empiezo mi jornada de trabajo. Si quieres intimidad, entonces búscala en tu habitación.

Shanna 1o miró fijamente, atónita por este estallido, pero probó una vez más.

– Padre, si mi madre te hubiese pedido que no trajeras a esta casa a alguien a quien ella detestaba o que le era desagradable, tú no se 1o hubieras negado.

Esta vez Trahern se levantó y se irguió dominante ante su hija. Su voz y su gesto fueron duros.

– Tu madre era la señora y ama de esta casa y de todo lo que yo poseía. Nunca, que yo, haya sabido, ella rechazó a alguien a quien yo había invitado a comer. Si deseas ser aquí la señora tendrás que conducirte como una anfitriona amable con todos. A ese hombre, Ruark, lo tratarás como a un huésped de mi casa cada vez que venga. Poca importancia le doy a los oropeles, la pompa y los refinamientos. Ciertamente, vine aquí huyendo de esas cosas. Y valoro mucho más la honradez, la lealtad y un buen día de trabajo. Todo eso me ha dado el señor Ruark. Y me atrevo a decir, hija, que a ti él te ha dado no menos de lo que te mereciste. Pero basta de tonterías. Debo terminar con estos libros de Ralston. -Descargada su ira, su voz se volvió casi implorante-. Ahora sé buena con este viejo, criatura, y déjame terminar mi tarea.

– Como quieras, padre -dijo Shanna rígidamente-. He dicho lo que tenía que decir.

Satisfecho, Trahern se sentó, tomó la pluma y pronto estuvo nuevamente absorbido por su trabajo. Shanna no hizo ademán de retirarse y quedó un momento considerando este giro de los acontecimientos. Aquí no podía hacer nada más, pero tampoco era el final de sus recursos. Con súbita determinación, se puso de pie y apoyó una mano en el hombro de su padre, hasta que él levantó la vista.

– Ahora saldré a caballo, papá. Tengo varias diligencias que hacer en la aldea y también debo comprar unas cosas. Quizá regrese tarde, así que no te preocupes por mí.

Dio un rápido beso en la frente de su padre y se retiró. Orlan Trahern la vio alejarse y sacudió lentamente la cabeza, desconcertado.

– Demasiada instrucción para una mujer -murmuró, y en seguida se encogió de hombros y volvió a la pila de papeles que estaban sobre su escritorio.

Promediaba la tarde cuando Shanna detuvo a Attila y lo ató al poste frente a la casa de Pitney. Era un cottage de encantador estilo antiguo, erigido un poco sobre el pueblo y similar a los que pueden encontrarse en la parte occidental de Inglaterra. Detrás de la casa había un pequeño cobertizo donde Pitney habitualmente se encontraba entregado a la fabricación de hermosos muebles con las maderas preciosas que traían los capitanes de los barcos de Trahern de dondequiera que los llevaran sus viajes. De niña, Shanna había pasado muchas horas aquí, observando cómo las manos hábiles de él convertían toscas tablas en bellas y sólidas sillas, mesas y cofres: Las piezas más grandes eran embellecidas por diseños originales de Pitney. Fue aquí donde Shanna lo encontró dibujando cuidadosamente un plano sobre una delgada pieza de madera, con sus grandes pies hundidos en rizadas virutas. El la vio llegar y se irguió para saludada mientras enjugaba el sudor de su frente con un trozo de descolorida tela azul.

– Buenas tardes, muchacha -dijo él amablemente-. Hacía mucho tiempo que no venía a visitarme.

Pero venga, nos sentaremos en el porche. Tengo un buen ale refrescándose en el pozo.

Pitney bebía los vinos de Trahern por buena educación pero su preferencia por el ale amargo inglés era bien conocida. Trajo una silla con cojín para Shanna y mientras él daba vueltas a la manivela del pozo, ella se sentó.

– Para mí solamente un vaso de agua -dijo-. No me gusta su ale.

El pozo en sí era una rareza. Pitney había encontrado hacía unos años un manantial de agua helada cuando estaban construyendo la mansión de Trahern y el pueblo consistía apenas de unas pocas casitas

Dispersas, y construyó su morada alrededor del manantial. La pared de piedra de la fuente formaba el extremo de su porche. El agua podía izarse desde el porche o por una ventana del cottage.

Pitney trajo un jarro de peltre lleno de agua helada que hizo doler los dientes de Shanna cuando la probó.

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