Pitney se sentó en la barandilla, bebió un sorbo de su ale espumoso y oscuro de su propio jarro y esperó pacientemente que ella estuviera dispuesta a hablar.
La casa miraba hacia el oeste, donde podían verse todos los brillantes colores del crepúsculo, y desde la altura Shanna veía los tejados del pueblo que se extendía más abajo. Esta era la morada de un hombre, sólida, de paredes gruesas y bastas y con puertas un poco más grandes que 1o habitual, en general muy parecida al mismo Pitney. Hasta donde Shanna sabía, solamente tres mujeres habían puesto el pie aquí: su madre, ella el1a misma y una anciana de la aldea que hacía la limpieza una vez por semana.
Finalmente Shanna dejó de soñar y dirigió sus pensamientos al asunto que la traía aquí. Miró a Pitney en la cara y fue directamente al grano.
– Ruark Beauchamp vive y está aquí en la isla. Es un siervo de mi padre y se hace llamar John Ruark.
Pitney puso su jarro sobre la barandilla y asintió con la cabeza.
– Ajá -dijo. Todo eso ya lo sé.
Su voz sonó tranquila y Shanna lo miró fijamente y no supo qué decir.
– Yo sabía que no 1o colgaron -continuó Pitney y que sepultamos otro hombre, a un anciano muerto de vejez. Se lo hubiera contado inmediatamente, pero Ralston estaba allí con usted. Y después no vi en ello nada malo y no quise preocuparla. También sabía que él venía con nosotros, en el Marguerite. Seguí a Ralston hasta la cárcel, porque sabía que es allí donde él consigue a sus hombres y no en la subasta de deudores,- donde dice siempre. Yo se lo hubiera contado pero había demasiada gente que se lo habría dicho a su padre. Si con esto le hice un daño a usted, no es menos que el daño que le hice a ese muchacho. Usted no lo hubiera reconocido cuando lo trajeron al barco, tan golpeado estaba. En realidad, muchacha, fue el que usted salvó de que lo apalearan la noche antes de zarpar. En verdad, no sé cómo el hombre soportó todo sin quedar mutilado de por vida o por lo menos con cicatrices. Yo mismo he estado allí.
Pitney no explicó cuál había sido su propia odisea ni Shanna se lo preguntó pues pensó que él se lo contaría a su debido tiempo. Pero sintió que su causa no progresaba y tuvo que hacer, otro intento.
– ¿Hará que él se marche de aquí? -preguntó severamente, sabiendo ya cuál sería la respuesta-. ¿No puede sacarlo de la isla y enviarlo de regreso a sus colonias, o donde quiera que él desee ir?
Pitney miró largamente hacia la caleta antes de mirar a Shanna directamente a la cara.
– Señora Beauchamp. -Pareció ensayar el título por algún capricho propio. Sus palabras fueron estudiadas y lentas-. Yo la tuve a usted en mis rodillas cuando usted no era más grande que mi mano, y la he visto crecer y convertirse en una hermosa mujer. Ha tenido problemas con su papá y no siempre he estado de acuerdo con él. La he acompañado en sus viajes jurándole a él que cuidaría de usted y la traería de regreso sana y salva. No estoy seguro de haber hecho lo primero cuando cedí a sus ruegos acerca de este casamiento en contra de los deseos de Orlan, pero lo segundo lo he cumplido bien. Ahora nada me perturba salvo el haberme sumado a los enemigos de un hombre y haberlo maltratado sin ninguna razón.
– Sin ninguna razón! -Shanna se puso furiosa ante las excusas de Pitney-.
Pero el hombre estaba acusado de asesinato y condenado a la horca. Un asesinato brutal de una mujer encinta. Vaya -agitó una mano en dirección a la aldea-, la próxima podría ser cualquiera de las de allí, o hasta yo!
– Muchacha -dijo Pitney, volviendo a una forma más familiar de tratamiento-, no crea todo lo que llegue a sus oídos. Yo diría que el hombre no pudo hacer semejante cosa. Y según lo que he oído de él, muchos creerían 1o mismo.
Shanna se puso de pie con irritación, incapaz de encontrar la mirada de Pitney, y se alisó nerviosamente su traje de amazona.
– ¿Entonces no me ayudará? -dijo.
– No, muchacha. -Su voz fue ronca y firme-. Ya he lastimado bastante a ese hombre. No volveré a levantar mi mano contra él sin una causa más grave.
– ¿Qué tengo que hacer, entonces? -susurró ella, casi tímidamente.
Pitney pensó un momento y cuando volvió a hablar había en sus ojos una extraña semisonrisa.
– Vaya y hable con el hombre, con John Ruark, como hizo en la cárcel. Le daré instrucciones para encontrarlo. Quizá pueda convencerlo de que se marche. Si él quiere irse, yo lo ayudaré.
Con un tono algo angustiado, Shanna preguntó: – ¿Lo ayudaría a él y no a mí?
– Ajá -dijo Pitney asintiendo con la cabeza-. Lo suyo es nada más que un capricho. Lo de él sería una necesidad.
La noche descendió para ocultar el paso de Shanna a través de la aldea; La gente había buscado refugio en sus hogares después del día de trabajo y las calles estaban silenciosas y desiertas. Shanna dejó a Attila frente a la tienda, donde no llamaría indebida atención, y caminó por los callejones manteniéndose en la oscuridad y en las sombras. Cuando vio la residencia de Ruark se detuvo asombrada. Era poco más que un colgadizo apoyado contra la pared posterior de un depósito de adobe. La luz de una débil linterna se filtraba por numerosas hendiduras entre las tablas que lo cubrían y por la puerta que estaba entreabierta.
Shanna se acercó cautelosamente y, espió el interior, cuidando de no revelar su presencia..Por un momento creyó que él estaba desnudo lavándose los hombros y brazos con una esponja yagua de una pequeña jofaina, pero cuando él se ubicó más a la luz, se percató de que todavía llevaba esos infernales pantalones recortados. Preparada para la confrontación, estiró el brazo y golpeó la puerta, que en seguida se abrió sola. Ruark se volvió instantáneamente y ahogó una exclamación.
– ¡Shanna! -Su primera palabra brotó con algo de sorpresa pero él se recobró rápidamente, sonrió y le tendió la mano invitándola a entrar-. Perdóname, amor mío. No esperaba visitas, y menos una encantadora.
Se pasó una mano por su mentón sin afeitar.
– Si hubiera sabido que vendrías habría hecho algunos preparativos.
En la escasa luz sus ojos brillaron suavemente cuando se clavaron en los de ella.
Shanna miró nerviosamente la pequeña y atestada habitación, incapaz de soportar la atención que él tan libremente le prodigaba. La presión de la mano de él en la cintura era leve pero ella la sentía como una trampa de acero. Empezó a dudar seriamente de su prudencia al haber venido sola.
El olor a vinagre y al fuerte jabón de lejía que se había usado para fregar las tablas del lugar le producía escozor en las fosas nasales. Aunque las instalaciones eran muy pobres, estaban limpias y bien reparadas. Una estrecha cama con un colchón de paja llenaba un rincón y sobre una mesa pequeña y rústica había una pila de dibujos, pluma y tintero. Los únicos otros muebles eran una silla rota y reparada con un trozo de cuerda y un alto estante. En el estante había varios libros, una hogaza de pan, un trozo de queso, una botella de vino y algunos platos, todos diferentes.
El delgado cobertor de la cama estaba deshilachado y muy remendado, pero se encontraba prolijamente doblado, mientras las sábanas, muy gastadas, estaban impecables, evidentemente blanqueadas al sol.
Viendo la dirección de la mirada de Shanna, Ruark sonrió.
– Un lugar no muy adecuado para una cita, Shanna, pero es lo mejor que pude conseguir. No me costó dinero, sólo mis servicios de vigilancia contra los vándalos. -Rió ligeramente y sonrió cuando los ojos de ella se encontraron con los suyos-. No creía que vendrías tan pronto para cumplir tu promesa.
Shanna ahogó una exclamación, atónita ante la sugerencia de él. – ¡No he venido aquí a pasar la noche contigo!
– Qué lástima -suspiró él tristemente, apartó un rizo de la mejilla de ella y se inclinó, acercándosele más-. Entonces tendré que sufrir más torturas. Ah, Shanna, amor mío, ¿no comprendes que el solo verte basta para causarme dolor?
Su voz sonaba grave y ronca en los oídos de ella y Shanna debió echar mano a todas sus reservas de voluntad para evitar el lento embotamiento de sus defensas.
– ¿Sabes que mis brazos sufren por no poder llenarse de ti? Estar tan cerca y no tocarte es para mí una agonía terrible. -Sus dedos la acariciaron levemente entre los omóplatos-. ¿Acaso eres una bruja decidida a hacerme sufrir el infierno en la tierra? Sé compasiva, Shanna, sé mujer, sé mi amor.
Se acercó más, sus labios quedaron peligrosamente cerca.
– ¡Ruark! -dijo Shanna bruscamente, se apartó de él y ordenó-: ¡Compórtate!
– Lo hago, amor mío. Yo soy un hombre. Tú eres una mujer. ¿De qué otro modo podría comportarme? -Hizo ademán de tomarla en brazos.
– ¡No me presiones así! -Shanna eludió su abrazo-. ¡Sé un caballero por una vez!
– ¿Un caballero? ¿Pero cómo, amor mío? -dijo, haciéndose el tonto-. Solo soy un colonial, ignorante de los modales de la corte, formado solamente en la honradez y en la verdad de un pacto acordado de buena fe. No puedo tolerar verte aquí, sola conmigo, y no tocarte.
– De acuerdo. -Shanna retrocedió más y siguió moviéndose mientras él la seguía-. Deberíamos limitar nuestros encuentros.
Shanna 1o miró y súbitamente se sintió como una gallina frente a un zorro salvaje y esperó ser devorada en cualquier momento.
– Si dejas de tratar de ganarte a mi padre y accedes a mantenerte lejos de la casa, eso facilitará las cosas. ¡Ahora basta!