– Si un marinero inglés puede ser azotado por desobedecer a un oficial -dijo- seguramente este hombre merece un millar de latigazos. Ahora veremos que pague por lo menos por unos pocos de sus perversos pecados, uno de los cuales es el rapto de su hija. La justicia tiene que ser rápida para ser buena. Primer oficial -gritó, dispuesto a no mostrar piedad- traiga el látigo de nueve colas y hagamos gemir a este bastardo.
Trahern permaneció en silencio, porque para él, ese hombre que había sido una vez honrado con su confianza merecía todo lo que le estaba sucediendo. Ralston se acercó arrogantemente a Ruark y levantó con su mano enguantada la cabeza inclinada del desdichado.
– Ahora, mi buen hombre -dijo burlón- recibirás el premio que te mereces por tu aventura y tu huida. Sentirás nuestra justicia en tu espalda y también servirás de ejemplo a los otros esclavos.
Retiró la mano y la cabeza de Ruark cayó nuevamente. Ralston le arrancó la mordaza.
– ¿No tienes nada que decir en tu defensa? -preguntó-.Shanna miró desesperadamente a su alrededor. ¿Nadie la ayudaría?
El primer oficial apareció agitando el látigo de nueve colas. Las pequeñas esferas de plomo a cada extremo de las cuerdas trenzadas del instrumento de tortura golpearon sobre cubierta. Pitney se apartó de la batayola. Había visto bastante de esta farsa y no estaba dispuesto a permitir que continuara. Pero antes de moverse, miró a Shanna y se detuvo. La cara de ella tenía una expresión de indignación que él nunca le había visto.
Ralston vio que se acercaba el primer oficial y sus tendencias sádicas 1o impulsaron a nuevas maldades.
– yo mismo aplicaré el castigo -dijo jactanciosamente- para asegurarme de que los golpes son suficientemente fuertes. Déme el látigo.
Un instante después Ralston soltó un grito de temor y dolor cuando las colas del látigo se enroscaron y mordieron la carne de su brazo. Se volvió, sorprendido, y se encontró frente a frente con Shanna, quien levantó nuevamente el látigo, lista para golpear otra vez.
– ¡Le daré un latigazo, bastardo, si vuelve a tocar a ese hombre! El primer oficial se adelantó mascullando unas disculpas y trató de arrebatar el látigo de la mano de Shanna, pero se detuvo súbitamente. Pitney había sacado una pistola y ahora apuntaba a pacos centímetros de la nariz del marino. Ralston se hubiera adelantada furioso, pero contuvo su heroísmo parque Pitney sacó su otra pistola y la amartilló.
– ¡Desátenlo! -ordeno Shanna, y amenazó con el látigo a los dos hambres que habían atado a Ruark.
Ellos se apresuraran a obedecer, cortaron la cuerda y Ruark se desplomó sobre la cubierta. Shanna hubiera querida correr a su lada pero se contuvo. Se plantó, rígida, frente a su padre mientras Pitney seguía alerta, listo para detener a cualquiera que quisiera interferir. Una de las pistolas seguía apuntada al media del pecho de Ralston, quien miraba espantado el negro agujero de la boca.
– Has cometido una tremenda equivocación, padre -declaró Shanna en tona muy formal-. Fue el señor Ruark quien nos salvó a todas de las piratas, como confirmarán estas buenas personas. -Señaló con la cabeza a Gaitlier y Dora, quienes habían seguido toda la escena con ojos dilatados por el miedo temerosos de que ésta fuera también la recompensa reservada para ellos.
– Ciertamente -dijo. Shanna- fue el señor Ruark quien me salvó de esos villanos, a riesgo de su vida. Gracias a él no he sido tocada.
Ralston hizo un sonido despectivo y las ojos azul verdoso, helados, se volvieron hacia él. Pero Shanna continuó con su defensa aunque sin mirar a su padre. Tampoco podía soportar la mirada de Pitney.
– El señor Ruark -dijo- fue llevado de Los Camellos a Mare's Head contra su voluntad, y gracias a su ingenio pudo sacarnos a todos de allí. Si insistes en castigarlo, también tendrás que castigarme a mí.
Ruark saltó un gemido y ella arrojó el látigo y corrió a arrodillarse a su lado.
– ¡Traigan al cirujano! -ordenó Trahern-. Después, pongan proa a Mare's Head.
Shanna apoyo la cabeza de Ruark en su regazo Pitney se inclinó, para poner a Ruark en una posición más cómoda y oyó que Shanna decía en voz muy baja:
– Todo está bien ahora, amor mío. Todo está bien.
Ruark cerró los ojos y se hundió en un misericordioso desmayo.
A media mañana del día siguiente, Ruark pudo ponerse de pie al lado de Trahern en el alcázar del Hampstead . Se apoyaba en el grotesco bastón del hacendado que le había sido facilitado -no de muy buena gana- para que la usara como muleta. El cirujano había quitado de la herida varias astillas pequeñas y trozos de tela, después trató la herida con ungüentos y hierbas y la envolvió con vendas limpias. Aunque un poco afiebrado y ligeramente mareado, Ruark se negó a permanecer acostado. Disfrutaba de la brisa refrescante que soplaba en el alcázar y saboreaba anticipadamente el regreso a Mare's Head.
En la cubierta principal, la tripulación ya tenía todo dispuesto, y cuando el Hampstead ancló fuera del arrecife de la isla de las piratas, los grandes cañones ya estaban cargados y listos para hacer fuego. Cuando todo estuvo en condiciones, el Hampstead entró en la caleta más allá del arrecife.
La escena que los recibió fue de caos. Los botes empezaban a dirigirse a los barcos fondeados. El mulato ya había retirado su navío de la maraña del pantano. y ahora la embarcación estaba muy cerca del muelle. Había febril actividad en la balandra y en el cobertizo que ocultaba los cañones. Cuando todavía el Hampstead estaba fuera de alcance, un relámpago y una nube de humo brotaron de la balandra y una columna de agua se elevó abruptamente a doscientos metros de la proa fue un disparo de prueba desafortunado parque reveló el alcance máxima de los arcaicos cañones de las piratas.
El sonido del cañonazo fue seguido de una orden del jefe de artilleras. Así empezó la batalla. Brotó un géiser muy cerca de la balandra y una nube de polvo formóse en la colina que dominaba el poblado.
En la aldea se produjo una súbita detención de todas las actividades, porque todos comprendieron que la isla no era tan segura como habían supuesto. De repente había un frenético movimiento de personas que corrían entre las casas, tratando de poner a salvo sus posesiones.
Los cañones ladraron otra vez y ahora se elevaron sobre el pueblo nubes de polvo. mezclado con escombros y trazas de madera. Ruark vio el desagradable espectáculo de personas inocentes que trataban de ponerse a salvo de la andanada que caía sobre ellas. Los artilleros del Hampstead no eran expertos en el uso de las buenas piezas de artillería; conocían, en cambio, el azaroso alcance y precisión de los más antiguos cañones de bronce. Ruark soltó un juramento y penosamente se dirigió al lugar donde trabajaban los artilleros. Los cañones rugieron otra vez, y nuevamente se elevaran nubes de escombras y astillas que cayeron sobre la gente. Mientras tanto, la balandra del mulato estaba siendo arrastrada por medio del cabrestante del ancla y las velas estaban subiendo en sus mástiles.
Ruark usó el bastón de Trahern para hacer a un lado a los jefes de los artilleros y empezó a apuntar él mismo los cañones. Retrocedió un paso, levantó un brazo y dos hombres se prepararon con sus mechas encendidas. Ruark bajó la mano y la cubierta saltó baja sus pies cuando ambos cañones dispararon al unísono. La cubierta de la balandra se hizo pedazos cuando los proyectiles cayeron sobre ella y derribaron el palo de trinquete. Ruark urgió a los hambres a que recargaran las cañones y otra vez apuntó. A su señal, las piezas hablaron al mismo tiempo.
Esta vez cayó el palo mayor del barco pirata, el cual escoró marcadamente cuando una gran vía de agua se abrió en el lado de estribor, a la altura de la línea de flotación. Los hombres se arrojaron al agua mientras el barco caía contra el muelle y empezaba a asentarse en el fondo del puerto poco profundo.
Ruark cambió la dirección y dos de los barcos más pequeños empezaron a hundirse cuando los proyectiles perforaron sus costados. De uno empezó a brotar humo y la tripulación del otro huyó hacia el pantano. Fueron hechos más disparos hasta que la pequeña flota pirata fue una masa humeante de restos flotantes o semi sumergidos. Ahora Ruark apuntó con más cuidado, pero todavía fueron necesarias tres andanadas hasta que el blocao desapareció en una explosión. Nuevamente apuntó en otra dirección y la posada de Madre recibió el grueso del ataque. Poco después la fachada empezó a desmoronarse lentamente, dejando descubierto el interior.
Una vez más Ruark hizo recargar los cañones y apuntó cuidadosamente. Bajó la mano y Shanna contempló cómo la pared oriental de la habitación donde había vivido se disolvía en una nube de polvo. Desde la cubierta principal, Ruark le gritó a Trahern:
– A menos que quiera matar a inocentes, el daño mayor ya esta hecho. Pasarán meses antes de que un barco pueda salir de aquí. Los responsables de la captura de su hija están muertos o han huido. Espero su decisión, señor.
Trahern agitó una mano y se volvió al capitán Dundas.
– Asegure los cañones -dijo-. Ponga proa a Los Camellos. Ya hemos visto demasiado de este lugar. Dios mediante, no veremos más.
El esfuerzo había costado a Ruark las pocas energías que le quedaban. Ahora dejó caer la cabeza y se apoyó débilmente en el espeque. Uno de los jefes artilleros le entregó el bastón del hacendado; él lo tomó y dio unos pasos hacia el alcázar, hacia Shanna. Sentía la boca extrañamente seca y su cara y brazos calientes, mientras el sol empezaba a girar locamente entre los mástiles sobre su cabeza. Vio que Shanna corría. hacia él y en seguida la áspera cubierta tocó su mejilla y el olor a pólvora entró con fuerza en su nariz. El día se le volvió gris hasta que oscureció por completo. Sintió unas manos frescas debajo de su cuello y una extraña humedad cayó sobre su rostro. Creyó oír que 1o llamaban desde lejos por su nombre, pero estaba muy cansado, muy cansado. La noche más negra cerróse a su' alrededor.