– ¡Que me condenen! -murmuró el pirata-. El halcón ha volado de su nido y la avecilla está sola, para que cualquiera la tome.
Shanna se acurrucó en un ángulo de la cama y escuchó las voces apagadas en el pasillo. Unos momentos antes Gaitlier había susurrado, a través de la puerta, que había oído que los piratas pensaban invadir la habitación y apoderarse de ella. Uno de ellos había visto a Ruark cuando se alejaba sigilosamente. Ella envió al sirviente a buscar a Ruark a toda prisa, pues Gaitlier no hubiera podido, con su magro cuerpo, detener mucho tiempo a los piratas. Vio que la barra de la puerta y el pesado baúl que Ruark había acercado a la, misma resistirían unos minutos, y se preparó para el ataque. La pistola y su daga quedaron debajo de la almohada y el fusil de chispa lo tomó en sus manos y apoyó el caño sobre la cama.
Un golpe y un crujido, en la puerta, como si alguien hubiera apoyado un hombro en la madera. Poco después, quien estaba afuera empezó a golpear con los puños.
– ¿Quién es? -preguntó Shanna, haciendo que su voz sonara como si ella acabara de despertarse.
– El capitán Harripen, señora. Le ruego que abra la puerta. Tengo que discutir algo con usted.
Shanna no le creyó.
– El día que haga frío en el infierno -dijo.
Otro golpe hizo estremecer la puerta, y otros más. La madera empezó a astillarse en los goznes. La barra saltó.
Con manos temblorosas, Shanna levantó el fusil de chispa y apuntó a la puerta. Cerró los ojos y disparó.
El estampido la ensordeció momentáneamente.
Aunque uno de los piratas fue arrojado hacia atrás contra la pared del pasillo, los otros cargaron todos al mismo tiempo: el mulato, Harripen y el holandés, y otros dos.
Shanna arrojó el arma inútil y antes de que pudiera empuñar la pistola, ellos se abalanzaron. Ella gritó furiosa y luchó frenéticamente a puntapiés, arañazos y mordiscos, pero no pudo contra los cinco que se le arrojaron encima.
El holandés le aferró por los cabellos. Unas manos la tomaron de las piernas. Harripen le tapó la boca con una toalla y se inclinó sobre ella.
– Hemos venido por lo que nos toca, muchacha. Echamos suertes para ver quién de nosotros te tendrá primero y esta vez no está aquí el señor Ruark para salvarte. Nos hemos ocupado de eso.
Los ojos de Shanna se dilataron de horror. Su mente enloquecía de miedo. ¿Habían matado a Ruark? Se retorció frenéticamente para escapar a las rudas caricias del pirata.
– ¡Sujétenla! -gritó un hombre joven cuando la rodilla de Shanna lo golpeó en la entrepierna. Se retiró a un costado de la cama donde había tratado de montarla y miró furioso a sus compañeros-. Ella no es mas que una muchachita y ustedes no pueden tenerla quieta.
– ¡Al demonio, muchacho! Hazte a un lado y deja que un hombre de verdad te enseñe cómo se hace -dijo Harripen.
– ¡Maldición si te dejaré! -replicó el joven ¡Sujétenla!
Las manos de los piratas lastimaron las muñecas y tobillos de Shanna. Los bandidos se inclinaron sobre ella y el fétido olor que despedían casi la hizo vomitar de asco. El mulato se apartó de la pelea y se quedo junto a la puerta, mientras que el joven, que se había jactado durante la noche de sus hazañas con mujeres, empezó a desabrocharse la ropa mientras reía y fanfarroneaba.
– No se moleste peleando, señora mía. Yo la haré olvidar a ese siervo bastardo.
– ¡Date prisa! -gritó Harripen-. O haré que seas el último. Hace tiempo que estoy caliente con esta hembra.
El holandés rió.
– Mala suerte, Harripen, si te tocó ser el último.
Shanna gritó debajo de la toalla mientras el joven extendía la mano hacia su blusa. Aunque trató de escapar, los otros tres la sujetaron y ella no podía moverse. El ruido de tela desgarrada pareció llegarle al alma y Sintióse llena de un horror espantoso. Nuevamente trato de gritar cuando los dedos del joven empezaron a tironear de su camisa y a levantarle las faldas.
Súbitamente, el joven sintió como si una mano gigantesca lo levantara y arrojara fuera de la cama. Antes de que tocara el suelo, la habitación resonó con el estampido ensordecedor de un disparo y todos los ojos fueron hacia Ruark, quien trasponía la puerta, empuñando una pistola mientras arrojaba la otra para poder empuñar su sable. Era evidente que Gaitlier lo había encontrado justo a tiempo. Pero ahora el mulato salió de atrás de la puerta y golpeó a Ruark en el hombro con una pesada cabilla. Ruark cayó, hacia adelante y la pistola voló de su mano. Ruark rodó, medio aturdido, y trató de empuñar su sable, pero los cuatro capitanes se le arrojaron encima. Fue una lucha salvaje, Ruark trató de ponerse de pie pero fue inmovilizado contra la pared. Harripen se apartó y sacó su machete. Levantó la hoja para dar el golpe.
Un gemido horrible escapó de los labios de Harripen y el acero cayó de sus manos. Horrorizado, miró su hombro, donde asomaba el puño de una pequeña daga de plata. Alzó la vista y se encontró mirando la boca amenazante de la pistola que empuñaba Shanna.
– ¡Atrás! -ordenó ella.
Harripen retrocedió y se sentó en un gran arcón. Ahora la pistola apuntó al enorme mulato. Al ver la seguridad de ella, el hombre retrocedió cautamente. Ruark lanzó un puñetazo en el blando vientre del holandés y levantó su pistola cargada antes de desenvainar su largo sable sediento de sangre. Se ubicó al lado de Shanna y su fría mirada recorrió lentamente a los piratas.
– Parece que ustedes no siguen sus propias leyes -dijo- pero si quieren probarme, los complaceré con gusto.
Levantó interrogativamente el sable amenazando a Harripen. El inglés se alzó de hombros y, habiendo arrancado la pequeña daga de su brazo, la arrojó a los pies de Ruark.
– Estoy herido -gruñó, y permaneció sentado.
El sable apuntó al holandés, quien todavía se sostenía la barriga con ambas manos. El hombre sacudió la cabeza con tanta energía que sus mofletes temblaron. El mulato arrugó la frente y hubiera aceptado el desafío, pero vio la pequeña pistola con la cual Shanna seguía apuntándole y retrocedió lentamente hacia la puerta. Los otros se apresuraron a seguirlo, pero una vez que salieron, un silencio mortal cayó sobre la posada.
Ruark se acercó a la puerta y disparó la pistola. Oyó que el proyectil silbaba y rebotaba en las paredes del pasillo. Rió satisfecho cuando el lugar se llenó con el ruido de pisadas apresuradas.
– Con esta muchacha -gritó- han perdido más que cualquier otro tesoro que hayan buscado jamás. Corran, mis buenos amigos. Huyan de ella.
Ruark se volvió hacia Shanna y la miró.
– He soportado cosas peores que ellos -dijo ella-. ¿Pero ahora, mi capitán pirata Ruark, que haremos?
Ruark envainó su acero y observó los daños mientras cargaba sus pistolas. El pirata joven estaba tendido de espaldas, con los ojos hacia arriba; la puerta estaba destrozada y ya no brindaba protección. Otro pirata era un montón informe en el pasillo. -Debemos marchamos -afirmó- antes de que se recuperen y junten nuevamente coraje bebiendo.
Ya estaban terminados los preparativos. Ruark sacó del arcón la escala de cuerdas y la aseguró en la ventana con nudos que podrían desatarse desde abajo. Shanna tomó los atados de ropa que Gaitlier había sacado del fondo del armario.
Ruark miró hacia el patio antes de arrojar los líos de ropa. Indicio a Shanna que saliera por la ventana. Mientras ella bajaba, él saltó sobre el antepecho y cerró los postigos tras de sí. Era un pequeño engaño pero haría que los piratas registraran el resto de la posada antes de empezar a perseguirlos. Shanna tomó los líos y, como le dijo Ruark, fue hacia la parte posterior de la posada y el borde del pantano. Ruark tiró de la cuerda y la escala cayó a sus pies. Dejó que la escala fuera arrastrando se tras de él para borrar las pisadas y siguió a Shanna. Cuando estuvieron entre los densos arbustos, ocultó la escala y se unió a Shanna. Tomó 1os bultos de ropa. Aferró una mano de Shanna y la condujo rápidamente colina abajo hasta que estuvieron con el agua cubierta de lodo hasta 1os tobillos. Del pantano elevaba se un olor fétido y Shanna, quien seguía Ruark, sintióse al borde de la sofocación.
Se oían ruidos extraños, graznidos y gruñidos a medida que las criaturas de esta ciénaga oscura huían de los intrusos que invadían sus dominios. Shanna respiraba con dificultad.
Por fin Ruark se detuvo y la subió sobre un tronco retorcido de enorme ciprés. El se ubicó a su lado y ambos descansaron apoyados en el árbol que se elevaba como un alto contrafuerte.
Momentos más tarde oyeron gritos en la cima de la colina y aguardaron en silencio. El ruido de la persecución desapareció gradualmente cuando los piratas comprendieron que sería inútil buscarlos en el pantano.
Ruark abrió uno de los líos, sacó una calabaza llena de agua, 1a abrió y se la tendió a Shanna. Ella bebió un gran sorbo y se ahogó cuando descubrió que estaba mezclada con ron bebió más lentamente. La bebida calmó el ardor de su garganta y contribuyó a darle tranquilidad. Él le dio un trozo de carne seca, dura y correosa, pero en este momento, tan apetitosa como cualquier cosa que ella hubiera probado. Shanna mordió otro pedazo y Ruark, saciada su sed, la imitó.