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– Ten cuidado, Shanna -dijo Ruark haciéndose oír entre las ráfagas y la lluvia-. El lugar es alto y el camino empinado.

El viento se llevó la respuesta de ella, que tuvo que detenerse para recobrar aliento. Empezó a descender detrás de Ruark. Cuando llegaron al rellano él tuvo que gritarle al oído.

– La choza del capataz. La cabaña junto al camino. ¡Corre!

La empujó y Shanna recogió su falda, cruzó corriendo la plataforma, bajó los escalones y atravesó el claro hacia la sencilla cabaña que él le había indicado. Shanna llegó a la puerta sin aliento. Ruark se inclinó sobre ella para protegerla de la fuerza ahora brutal de la lluvia mientras se afanaba con el cerrojo de la puerta.

Un relámpago cruzó el cielo y un trueno ensordecedor resonó en sus oídos. Shanna se estremeció y ocultó el rostro en el pecho del hombre. El pavoroso estallido se desvaneció y después de un largo momento Shanna se apartó un poco y miró a Ruark. El bajó lentamente la cabeza y la besó en la boca.

Por fin la puerta se abrió como dándoles la bienvenida al oscuro interior. Ruark la tomó en brazos. Entraron.

El viento aullaba, rugían los truenos, estallaban los relámpagos y la cabaña se estremecía, ya fuera por la tormenta interior o por la exterior.

Después quedaron, acostados juntos sobre el angosto catre que servía como cama ocasional. Las ropas de Shanna estaban sobre una silla frente al fuego que crepitaba en el pequeño fogón. Afuera seguía cayendo la lluvia. Los dos quedaron silenciosos, uno en brazos del otro, con sus emociones calmadas por el momento.

Shanna se incorporó y miró a Ruark en la cara.

– ¿Has estado enamorado? -preguntó suavemente, pasándole los dedos por los labios.

Ruark la miró sorprendido y sonrió lentamente.

– Shanna, ya te he dicho que tú eres mi único amor.

– Hablo en serio -lo regañó ella suavemente-. Sé que has tenido otras mujeres. ¿Alguna vez estuviste enamorado de una de ellas?

El se alzó ligeramente de hombros.

– Sólo un pequeño episodio cuando era muchacho, eso fue todo. – ¿Un muchacho? ¿De nueve años? ¿De diez?

– No tan joven. Tenía dieciocho años y ella era una viuda -joven con flamígero cabello rojo. Me enseñó mucho acerca de las mujeres.

La curiosidad de Shanna no quedo satisfecha.

– ¿Qué sucedió? ¿Le hiciste el amor?

– Shanna, Shanna, mi ratita inquisitiva. ¿Para qué quieres saberlo? Pasó hace mucho tiempo y ya está olvidado.

– Te dejaré si no me lo dices -amenazó ella-. Y puedes quedarte aquí hasta que te pudras

– Mala mujer -bromeó él-. Y también celosa, creo.

– ¿De la viuda? ¡Ja! -replicó Shanna-. Eres muy presumido. Pasó un momento de silencio y después ella insistió:

– Supongo que estuviste terriblemente enamorado de ella. ¿Era bonita?

– Bonita -admitió Ruark-. Alta, esbelta. Tenía veinticuatro años. Ella compró un semental y yo…

– Tú te convertiste en su semental -interrumpió Shanna, sin poder disimular su irritación-. ¿No fue así? ¿Ella era como tu pequeña golfa de la posada?

Ruark trató de distraer su atención y la abrazó. Pero ella se resistió y se sentó sobre sus talones.

– Maldición -gritó-. Dime. ¿Era como tu pequeña golfa de la posada?

– ¡Oh, demonios! -exclamó Ruark. Se arrodilló frente a ella, la miró ceñudo y la obligó a que apoyara la espalda en la pared-. Ni siquiera recuerdo la apariencia de ninguna de las dos.

Su mirada se suavizó cuando contempló la desnudez de ella. Suspiró y trató de explicarle.

– Yo era solo un muchacho, Shanna. La viuda era una mujer mundana. Si eres capaz de creerlo, ella me sedujo. Después crecí. Mucho de ese esplendor se desvaneció. Ella empezó a exigirme demasiado de mi tiempo. Yo entrenaba caballos y además trabajaba en otros lugares. Ella se casó con un lord rico y viejo y cuando yo me negué a continuar como su amante se puso furiosa y terminó la relación. En realidad, me sentí muy aliviado. Me alegré de verme libre de ella. Y si puedes creerme, Shanna, después no tuve muchas mujeres más. Lo que dije esta mañana es verdad. Mi padre me consideraba casado con mi trabajo y quizá lo estuve, hasta que tú…

Shanna rió perversamente y sus ojos brillaron llenes de picardía. – ¿Qué te propones ahora, mujer? -preguntó él-. Nada bueno, seguramente. Shanna pasó los dedos por el pecho velludo de él y habló en tono de broma.

– Supongo -dijo- que si quiero verme libre de ti, primero tendré que cansarte con constantes exigencias.

Ruark sonrió tranquilizado.

– Inténtalo -dijo-. Envía por mí cada vez que estés libre y ya verás si consigues cansarme. La idea me parece interesante. Pero existe cierto peligro, desde luego, y ambos somos susceptibles. ¿Qué sucederá si te enamoras de mí?

Shanna bajó la vista y se preguntó qué haría si eso sucedía.

El silencio se prolongó hasta hacerse incómodo, pero la mente de la muchacha estaba sumida en un caos. Ninguna respuesta salía a la superficie. Ella casi temía lanzarse a las turbulentas profundidades porque no sabía lo que encontraría allí. Nunca había estado enamorada salvo del hombre ideal de su imaginación y, en realidad, nunca se había sentido atraída por ninguno hasta conocer a Ruark.

Cesó la lluvia. Los pájaros estaban callados y el viento ya no rugía. El silencio era denso, casi como si se lo hubiera podido cortar con un cuchillo. Y Ruark seguía aguardando una respuesta.

El silencio fue roto por el sonido de cascos que se acercaban rápidamente. Ruark soltó un juramento y se incorporó de un salto. Rápidamente se puso sus calzones mojados. Parecía muy probable que la puerta se abriera de un momento a otro y Shanna nada pudo hacer fuera de acurrucarse debajo del cobertor en un rincón de la cama. Los cascos se detuvieron junto a la puerta. Shanna intercambió una mirada angustiada con Ruark. Entonces oyeron un extraño sonido, como si alguien raspara la puerta, y Ruark sonrió y miró a Shanna, se adelantó y abrió completamente la puerta mientras ella ahogaba una exclamación de protesta.

Allí, en el vano, iluminado por el sol, estaba Attila. Se había soltado de sus ataduras. El caballo agitó la cabeza, relinchó y golpeó el suelo con sus cascos. Ruark buscó su camisa y sacó algo del bolsillo.

– Es así como lo he entrenado -explicó y tendió la mano mostrando dos terrones de azúcar moreno-. Se ha aficionado mucho al azúcar y hoy olvidé darle su ración.

– Oh -suspiró débilmente Shanna y se apoyó nuevamente en la pared-. Me ha dado un susto tremendo.

El caballo mordisqueó el azúcar que le ofrecía Ruark y echó la cabeza hacia atrás con evidente placer. Ruark cerró la puerta, se apoyó contra ella y miró a Shanna. El cobertor había caído y Ruark devoró el espectáculo con tanta voracidad como Attila el azúcar. Shanna tomó su camisa, se la puso rápidamente y lo miró con ojos acusadores.

– Si buscas la comida con la misma voracidad con que me buscas a mí -dijo en tono humorístico- pronto tendrás una barriga como la de mi padre.

Ruark le pasó un brazo por la cintura y ella se levantó para buscar su vestido que estaba secándose.

– Si mi comida -replicó Ruark- viniera con la misma regularidad que tu amor, hace tiempo me habría muerto de hambre. Como con la comida, mi necesidad de ti es cosa de todos los días y estos ayunos tan largos no apaciguan mi hambre.

– ¡De todos los días! ¡Ja! -Shanna empezó a pasar distraídamente un dedo sobre el pecho de él, como si estuviera escribiendo algo-. Tu lujuria es un dragón esclavizante que devora en un momento todo lo que puedo ofrecerte. Me temo que nunca saldrías más allá de la puerta del dormitorio si viviéramos como marido y mujer.

Shanna frunció súbitamente el entrecejo cuando vio lo que había escrito su dedo. Contra la piel oscura de él, las marcas blancas se desvanecían ya mientras las miraba, pero quedaron grabadas a fuego en el cerebro de Shanna. Las palabras "Te amo" escapan sin terminar, pero lo mismo revelaban sus sentimientos. Rápidamente se deshizo del abrazo y empezó a vestirse con mucha prisa.

Confundido por el abrupto cambio de ella, Ruark la observó atentamente mientras tomaba uno de sus dibujos y jugaba con el cilindro de pergamino.

– Había pensado pasar la noche aquí -empezó él casi con vacilación-. El señor MacLaird me trajo hasta aquí cuando vino con provisiones para el trabajo de mañana pero yo dejé varios dibujos que necesitaré por la mañana. ¿Me llevarías de regreso?

Shanna se detuvo en el acto de ponerse el vestido.

– Te llevaré -murmuró. Una vez cubierta con las ropas se calmó, se levantó el cabello y le volvió la espalda-. ¿Quieres abrocharme el vestido?

Ruark así lo hizo, sin apurarse. No tenía ninguna prisa por terminar la tarde.

Shanna se estuvo quieta casi todo el tiempo que él demoró en abrocharle el vestido, pero una vez extendió la mano y tomó algunos de los dibujos que estaban sobre la mesa. Los estudió y reconoció la escritura de Ruark en la parte superior. Cuando él terminó con el vestido, ella se volvió.

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