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Cuando el capitán se acercó caminando por la cubierta Shanna advirtió que era delgado, casi flaco, y se movía con el andar característico de un marino consumado. Su rostro era largo y un poco anguloso. Aunque en sus ojos castaños había un indicio de fino humor, los labios denotaban severidad o más bien la firme determinación de un hombre habituado a mandar. Se detuvo frente a ella, se llevó las manos a la espalda y se balanceó sobre los talones en el más fugaz de los saludos cordiales.

– ¿Señora Beauchamp? -Las palabras salieron de sus labios con un leve acento arrastrado.

Orlan Trahern se les acercó, apoyó ambas manos en el nudoso pomo de su bastón y los miró fijamente.

– Sí, capitán -dijo Trahern-, yo pensaba presentarle a mi hija, Shanna Beauchamp. -Algo extraño brilló en los ojos del hacendado y Shanna se preparó para cualquier cosa. Pero el choque fue lo mismo apabullan te-. Querida mía, éste es el capitán Nathanial Beauchamp.

Las palabras fueron lentas y deliberadas y él aguardó que todo el peso de ese apellido cayera sobre su hija. Shanna abrió la boca como para hablar pero no dijo palabra. Sus ojos se dirigieron interrogantes al alto capitán.

– Sí, señora -dijo él con su voz profunda-. Tendremos que discutir esto largamente, antes que mi propia esposa me acuse de bribón.

– Más tarde, quizá, capitán -interrumpió Orlan Trahern-. Debo ponerme en Camino. Si nos disculpa, señor. ¿Y tú, Shanna querida, me acompañarás de regreso a la casa.

Shanna asintió aturdida, incapaz de formular un comentario. Trahern la condujo gentilmente hasta la planchada y allí se volvió.

– Capitán Beauchamp -dijo.

Shanna dio un respingo al oír el apellido.

– Más tarde enviaré un carruaje por usted y sus hombres. Sin aguardar una respuesta, el hacendado abandonó el barco y se alejó llevando del brazo a su confundida hija. El capitán se acercó a la borda y contempló cómo se alejaba el birlocho y desaparecía detrás de un depósito.

Shanna se detuvo fuera del salón cuando reconoció la voz del capitán Beauchamp que respondía a Pitney. Ralston interrumpió en seguida, pero esa voz profunda, segura, era inconfundible. Shanna unió sus manos trémulas tratando de serenarse y lanzó una mirada hacia la puerta principal junto a la cual estaba Jasón, alto, silencioso.

– Jasón -dijo suavemente-. ¿Aún no ha llegado el señor Ruark? -No, señora. Envió una nota con un muchachito del trapiche diciendo que se ha presentado una dificultad y que tendrá que permanecer allí.

"¡El maldito pícaro!", pensó Shanna. "¡Me deja sola para las explicaciones! Ni siquiera sé si él es realmente un.Beauchamp. Muy bien podría. haber tomado prestado ese apellido. ¿Cuál es, entonces, el nombre de ese miserable? ¿Y el mío? ¿Señora de John Ruark?" Shanna gimió interiormente. " ¡No lo permita Dios!"

El pánico casi la hizo huir a sus habitaciones como una cobarde, pero finalmente logró dominar los corrosivos sentimientos que casi le hacen perder su compostura.

Shanna calmó sus caóticas emociones con el pensamiento "Yo soy la señora Beauchamp", alisó los varios metros de satén verde claro de su falda y empezó a arreglarse su elaborado peinado cuando el joven oficial que la había recibido a bordo del Sea Hawk se acercó a la puerta para dejar su copa en una mesilla. Cuando la vio, se detuvo bruscamente y casi soltó una exclamación.

– ¡Señora Beauchamp! -dijo-. ¡Qué hermosa… -sus ojos descendieron hacia las curvas de los pechos, tartamudeó, enrojeció y una vez más se recobró-…ah, qué hermosa casa que tiene usted!

La conversación en el salón cesó y Shanna, cuya presencia había sido anunciada, no pudo seguir demorándose. Se obligó a sonreír y entró graciosamente en el salón, apoyando delicadamente sus manos en la amplia falda para que no ondeara demasiado. Era una visión que a los hombres les costaba aceptar como realidad y fue evidente que el joven oficial del Sea Hawk estaba completamente hechizado. Orlan Trahern estaba obviamente lleno de orgullo de presentar su hija a sus invitados. Durante las presentaciones, Shanna se percató de que Nathanial Beauchamp la observaba con una mirada lenta y firme y quedó intrigada cuando él miró ceñudo a su joven oficial, quien se las compuso para ubicarse junto a ella. También se dio cuenta de que la atención de Ralston parecía más intensa que lo habitual, pero no le dio mucha importancia pues, en realidad, no le preocupaba lo que pudiera estar pensando ese hombre. Terminadas las presentaciones y segura del brazo de su padre, Shanna se detuvo ante el capitán colonial.

– Señor, me interesa saber cómo es que tenemos el mismo apellido. ¿Quizá tiene usted parientes en Inglaterra?

Nathanial Beauchamp sonrió y la miró con sus ojos castaños llenos de humor.

– Señora, yo adquirí ese apellido honradamente pues me lo dieron mis padres. Lo que realmente tendremos que discutir es cómo lo adquirió usted. Por supuesto, todos los Beauchamp somos parientes en una u otra forma. Aunque hemos tenido nuestros pícaros, piratas y salteadores, el nombre parece prolongarse con sorprendente regularidad.

– Perdóneme, señor -dijo Shanna-. No fue mi intención entrometerme. ¿Pero debo llamado tío, primo o alguna otra cosa?

– Lo que a usted más le plazca, señora -sonrió Nathanial-. Pero sea bienvenida a la familia.

Shanna asintió y rió pero no se atrevió a insistir en el tema porque su padre estaba dedicando demasiada atención al diálogo y parecía disfrutar de cada palabra.

La cena transcurrió en relativa calma pues el capitán Beauchamp y sus oficiales conversaron con Trahern acerca de las posibilidades comerciales entre Los Camellos y las colonias. Ralston no estaba a favor de ese intercambio y habló con atrevimiento.

– ¿Qué se puede obtener allí, señor, que no pueda obtenerse en Inglaterra y Europa? La corona no estaría muy complacida si usted extendiera sus negocios a otras partes.

El sobrecargo del Sea Hawk replicó:

– Nosotros_ pagamos buenos impuestos a la corona pero conservamos nuestro derecho de comerciar donde mejor nos convenga. Mientras se paguen los impuestos, ¿quien podría quejarse?

Ralston hizo un gesto despectivo pero su tono fue cuidadosamente cortés cuando se dirigió a Trahern.

– Seguramente, señor, usted no puede esperar obtener mucha ganancia comerciando con colonias atrasadas.

Edward Bailey, el primer oficial, se inclinó hacia adelante. Era un hombre bajo, apenas más alto que Shanna, pero fuerte y con hombros y brazos musculosos. Su cuello, cortó y grueso, sostenía una cara rubicunda, casi de querubín, continuamente iluminada por una sonrisa. Sus mejillas jamás perdían su vibrante color y cuando él montaba en cólera, como ahora, el color se acentuaba aún más.

– Es evidente que usted no ha pasado por las colonias en sus viajes, señor Ralston, pues ignora las riquezas que allí pueden obtenerse. En las regiones del norte se producen lanas y otras mercaderías que pueden rivalizar con las mejores de Inglaterra. Fabricamos un rifle largo con el que se puede acertar en el ojo de una ardilla a cien pasos de distancia. En las costas del sur hay cordelerías y aserradero s que producen cuerdas, tablas y vigas de calidad. El barco en que navegamos fue construido en Boston, y de ningún otro lugar han salido barcos semejantes.

Trahern empujó su silla hacia atrás.

– Sus palabras me fascinan, señor. Tendré que ir a ver todo eso. Con esa señal que indicaba el final de la cena, el joven oficial se apresuró a ponerse detrás de la silla de Shanna y casi derribó la suya en su apuro. Cuando se levantaba de su asiento, Shanna vio fugazmente que el capitán Beauchamp miraba a su joven oficial con expresión ceñuda. Pero cuando volvió a mirar. una vez más el hombre sonreía. Shanna se preguntó si el capitán se había molestado por la torpeza del joven o si había querido hacer una advertencia. En todo caso, el joven limitó en adelante sus atenciones al nivel de la cortesía común y pareció algo retraído.

La velada se acercaba a su fin y Shanna se retiró a sus habitaciones con una sensación de insatisfacción. Al no encontrar alivio a su descontento, se sentó en silencio ante su tocador mientras Hergus le cepillaba el cabello. La sirvienta percibió el mal humor de su ama y contuvo la lengua, consciente del esfuerzo de Shanna por evitar a Ruark en los últimos días.

Vestida con un camisón y una bata de seda y ahora sin la compañía de Hergus, Shanna empezó a caminar por sus habitaciones, iluminadas por una única vela. Su mente no se detenía en ningún punto fijo. Distintos nombres la presionaban desde todas partes y la acosaban a preguntas.

¿Shanna Beauchamp? ¿Señora Beauchamp? ¿Capitán Beauchamp? ¿Nathanial Beauchamp? ¿Ruark Beauchamp? ¿John Ruark? ¿Señora de Ruark Beauchamp? ¡Beauchamp! ¡Beauchamp! ¡Beauchamp!.

Por fin con un grito ahogado de frustración, Shanna sacudió la cabeza e hizo ondular su radiante melena. En busca de,aire fresco, salió a la veranda y trató de aventar sus cavilaciones caminando.

La noche era apacible, tibia, con una suave cualidad conocida solamente en las islas del Caribe. Muy alta, arriba de los árboles, la luna flirteaba con nubes blancas y onduladas y las besaba hasta que resplandecían con su luz plateada para después ocultar su rostro detrás de ellas. Shanna caminó por la veranda, pasó el enrejado que separaba su balcón de los de las habitación vecinas. Un rostro empezó a formarse en su mente y una mirada ambarina penetró la oscuridad. Shanna gimió para sí misma.

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