– Por Júpiter -dijo, y en seguida bajó la voz y dirigió una mirada furtiva al balcón-. No veo que pueda hacer otra cosa que dar a los tres siervos un premio por sus servicios.
Ruark se aclaró la garganta, y como Trahern pareció aguardar que dijera algo, habló:
– Señor, el señor Gaitlier y la señorita Dora arriesgaron sus vidas en grado no pequeño. Si se habla de recompensas, seguramente hay que tenerlos en cuenta. Me temo que ellos están en grandes aprietos.
– Tenga la seguridad de que no los he olvidado y que seré muy generoso con ellos. – Trahern carraspeó y miró a Pitney-. Me han llamado la atención, aunque yo ya lo había pensado, sobre el hecho de que usted me ha hecho un gran servicio al devolverme sana y salva a mi hija. Cuando se encuentre bien, le daré sus documentos, pagados y redimidos. Usted es un hombre libre.
Aguardó la gozosa reacción que esperaba,.pero en cambio Ruark arrugó la frente y miró primero a uno y después a otro de sus visitantes. Ruark notó que Pitney estaba más inquieto que Trahern y adivino 1a razón. Pero Trahern estaba algo desconcertado por la demora en responder de su siervo.
– Señor, ¿quiere usted que yo acepte una recompensa por haberme conducido decentemente? -Ruark rechazó con un movimiento de la mano cualquier posible discusión-. Me hice a mí mismo un servicio al escapar de esa banda de delincuentes y no hubiera podido hacerlo sin salvar a unos inocentes. No puedo aceptar un pago por ello.
En sus palabras había un doble significado, pero Ruark no iba a aceptar ninguna recompensa por haber salvado a Shanna. Además, ser siervo le proporcionaba una buena razón para permanecer en la isla, con ella.
– ¡Bah! se ha más que ganado la libertad con el trapiche y el aserradero -replicó Trahern.
– Sería así si usted me hubiera contratado como hombre libre para servirle. Pero yo trabajé lo mejor que pude para mi empleador y amo.
Orlan Trahern lo miró desconcertado, pero Pitney evitó mirarlo a los ojos.
– Si no me hubiera visto obligado a comprarme ropas caras le recordó Ruark al hacendado, con un brillo de picardía en los ojos- ya habría ganado lo suficiente para comprar mi libertad.
Trahern protestó como cualquier buen comerciante.
– ¡Yo pagué mucho más que usted por sus ropas!
Ruark rió y en seguida se puso serio. Miró de soslayo a Pitney cuando habló y notó las finas gotas de sudor que aparecían en su frente.
– Se me conoce como una persona que siempre pago mis deudas hasta el último penique. -Miró directamente a Trahern-. Cuando ponga en sus manos todo el importe de mi deuda con usted, entonces no habrá ninguna duda de que mi libertad no es el regalo de otro hombre.
– Usted es un hombre raro, John Ruark -suspiró Trahern-. No lo veo como un comerciante porque acaba de rechazar un pago justo.
Se levantó de la silla, se detuvo y observó atentamente a Ruark.
– ¿Por qué siento como si me hubieran esquilmado? -se preguntó.
Sacudió la cabeza, se volvió y se dirigió a la puerta, dejando que Pitney lo precediera. Miró atrás otra vez.
– Mi intuición de comerciante se siente atropellada. He sido timado, John Ruark, pero no sé como.