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Milly se volvió inmediatamente, a la defensiva. – Yo no 1o rompí. ¡Usted no puede culparme!

– Sí, la brisa es muy fuerte hoy. -dijo Shanna con un toque de sarcasmo-. Pero eso no importa. ¿Qué buscas aquí? ¿Has traído pescado?

– Yo… Hum… yo -Milly miró dentro del salón y tartamudeó-: Oí que el señor Ruark estaba herido y vine a ver si yo podía hacer algo por él.

– Llegas un poco tarde, pero entra. El está aquí.

Shanna hizo entrar a la muchacha, evitó la mirada interrogativa de Ruark y la hizo sentar junto a él. Pese a que él le había asegurado que nada tenía que ver con Milly, Shanna Sintióse un poco fastidiada ante la aparente incapacidad de la muchacha de dejar a Ruark tranquilo. Sir Gaylord se puso de pie cuando entró la recién llegada y Milly le hizo una rápida reverencia.

– Milly Hawkins, a sus órdenes, jefe -dijo la jovencita presentándose con atrevimiento. Se sentó y miró a Ruark-. Oí que estaba herido en la entrepierna, señor Ruark. Espero que no sea nada serio.

Shanna cerró los ojos como para borrar la visión de Milly mientras Ruark luchaba por contener la risa. Cuando recobró su compostura, le sonrió a Shanna.

– Fueron las atenciones de la señora Beauchamp las que me salvaron la vida, Milly.

– ¿Oh, sí? -preguntó Milly y volvió a Shanna sus ojos grandes y oscuros-. Vaya, ella debe de haberse calmado mucho desde la última vez que los vi juntos, cuando le arrojó esos arneses.

Gaylord preguntó, interesado:

– ¿Eh? ¿Arneses? ¿Qué dice usted?

– No tiene importancia -dijo Shanna rápidamente-. ¿Alguien desearía tomar té?

– Berta prometió traerme una bandeja aquí -dijo Ruark-. Tomaré una taza cuando ella llegue.

Súbitamente, Shanna comprendió por -qué el ama de llaves se había marchado con tanta prisa.

Sin duda, había visto a Ruark entrando en el comedor desde el vestíbulo.

Casualmente, sir Gaylord estaba pensando en eso. Berta raramente lo atendía con cortesía, empero, se ocupaba amablemente del siervo. El hosco Pitney no le dirigía la palabra más que el mínimo necesario hacia un caballero del reino, pero el individuo parecía beberse cada frase pronunciada por este rústico colonial. Hasta Orlan Trahern mostrabase reservado, aunque ciertamente nada podía decirse de su cortesía, y buscaba el consejo de este siervo que se había convertido en una molesta piedra en el camino del valiente sir Gaylord.

Llegó Berta y se mostró ansiosa de ayudar a Milán a servir el desayuno a Ruark. Sir Gaylord se mantuvo aparte, muy incómodo. Sentía como si acabara de oír un chiste cuyo meollo se le escapaba mientras que los otros reían a carcajadas. Casi era más de lo que un caballero podía soportar, y para hacer las cosas más intolerables, ni siquiera podía cuestionar graciosamente la presencia de este siervo.

– ¡Bueno! -dijo Milly, dándose una fuerte palmada en el muslo-, no pensaba quedarme mucho. Sólo quería ver cómo estaba el señor Ruark. Además, aquí no puedo conversar con tantas personas alrededor.

La joven se dirigió a la puerta meneando sus caderas y Berta la observó con expresión de reprobación. En el vano de la puerta que daba al vestíbulo, Milly se volvió.

– Saldré por aquí -anunció-. No me atrevo a pasar por el porche. Podría cortarme los pies con los trozos del tiesto, -Retorció los dedos de los pies descalzos-. Otra vez olvidé ponerme mis sandalias.

Shanna casi soltó un audible suspiro de alivio pero se contuvo justo a tiempo, cuando Gaylord, con sus enormes manos a la espalda, se le acercó y se inclinó levemente.

– Ahora, señora Beauchamp, acerca de ese paseo…

Shanna se animó. Por supuesto, sir Gaylord -dijo poniéndose de pie-, ¿Le gustaría acompañarnos, señor Ruark? Creo que un paseo le hará mucho bien.

La cara del inglés se contorsionó en una mueca de disgusto. – Yo no saldría si fuera él -dijo-. Podría resbalar y romperse la otra pierna.

Ruark se puso de pie con una agilidad que sorprendió a Shanna y dirigió al caballero una perversa -sonrisa de blancura deslumbrante-. Al contrario, creo que el ejercido me hará mucho bien. -Dobló un brazo y se inclinó-. Después de usted, señora.

– Saldremos por el frente -dijo Shanna dulcemente-. Al señor Ruark le será más fácil bajar los escalones apoyándose en la balaustrada.

Fue hasta la puerta del salón y se detuvo para permitir que otro la abriera. Gaylord se apresuró a hacerlo y se inclinó galantemente esperando que ella pasara. Se disponía a ponerse alado de ella cuando Ruark se interpuso.

– Gracias, sir Gaylord. – Ruark pasó junto a él y se ubicó al lado de Shanna-. Es usted sumamente considerado.

Gaylord no tuvo más remedio que quedarse atrás, como un- criado. Ni siquiera el ver a Milly que todavía se demoraba en el pasillo alteró la sensación de alivio que experimentó Shanna por haber burlado al caballero.

– Sí, jefe -resonó la voz de Milly en la inmensidad del hall cuando atrapó en el aire la moneda que le arrojó Ralston. Inmediatamente la guardó en su corpiño y corrió hacia la puerta. Por encima de su hombro, dijo-: Allí estaré.

Ralston saludó seriamente a los tres y en presencia de Shanna tuvo que hacer una inclinación de cabeza a Ruark. Miró fugazmente a Gaylord y en seguida volvió su mirada a Shanna.

– Vine a buscar unos papeles en el estudio de su padre. ¿Si me disculpa, señora?

– Naturalmente- dijo Shanna con frialdad-. ¿Quiere que le mande a Jasón para que le ayude a buscarlos?

– No es necesario -replicó tiesamente el agente-. Su padre me indicó dónde se encuentran.

El pequeño grupo traspuso la puerta mientras Ralston quedó observándolos con expresión sombría. Cerró su puño alrededor del mango de la fusta, ansiando castigar con ella al siervo, y pasó un largo momento antes de que se volviera y se dirigiera a las habitaciones del hacendado.

Ralston se sentó en el sillón de Trahern y empezó a revisar los papeles y dibujos dispersos sobre el enorme escritorio. Estudió atentamente los bosquejos del trapiche y el aserradero. La construcción del aserradero había entusiasmado a Trahern, y Ralston notó marcas recientes en el pergamino que sólo habían podido ser hechas por el siervo. Sin duda el ansioso hacendado había acudido junto a la cama del señor Ruark para discutir el proyecto sin demora. En esos momentos. Trahern estaba en el lugar de la construcción, asumiendo lo mejor que podía las funciones de arquitecto.

Aunque Ralston siguió cuidadosamente cada línea y cada anotación, poco logró entender del plano y desechó los dibujos como arma para desacreditar al proyectista. Con arrogancia, se echó atrás en el sillón que parecía empequeñecer su cuerpo mezquino y caviló sobre los éxitos de John Ruark. Chocaba a su sentido de su propia importancia el hecho de que el hombre se hubiera elevado a una posición tal que el hacendado lo consideraba indispensable. Algún día, se prometió Ralston, tendría la oportunidad de ocuparse de ese siervo en la forma que se lo merecía.

A sir Gaylord también le resultaba difícil manejarse con John Ruark y sus interferencias. Aunque herido, el siervo se las arreglaba para interponerse entre la dama y él. Gaylord ansiaba disponer de un momento a solas con ella para cortejarla y se sentía profundamente agraviado al encontrarse continuamente con el despreciable colonial. Finalmente, pidió que lo disculparan..

– Siervos y esclavos arrogantes -murmuró Gaylord para sí mientras cruzaba los prados con su andar desgarbado-. Deberían ser azotados. -Sonrió interiormente-. Pero después de la boda, me encargaré de ponerlos en el lugar que les corresponde.

Ruark se apoyó en el bastón de endrino y observó alejarse al inglés. -Por lo menos, ese bobo tiene el buen sentido de saber cuándo no se desea su compañía.

Cuando quedaron solos, a Shanna le resultó difícil mantener una apariencia de serenidad. Su corazón latía con fuerza en su pecho y ella se sentía como una jovencita tímida ante su primer cortejante. Por el rabillo del ojo, vio -fue él tropezaba y al mirarlo a la cara alcanzó a ver una expresión de dolor antes de que él pudiera disimular.

– ¡Tu pierna! -Fue como si ella misma sintiera el dolor-. Debe de dolerte terriblemente.

Ruark la miró a los ojos y el tiempo tembló hasta detenerse. Shanna apoyó gentilmente una mano en el hombro de él. Permanecieron inmóviles, tocándose. Esos labios rosados, suavemente curvados, parecían atraerlo cada vez con más fuerza…

– Tendríamos que regresar -dijo Shanna-. No estás acostumbrado a esto.

– Eso es verdad -dijo Ruark roncamente-. No estoy habituado a estar cerca de ti. Estás poniendo a prueba mi capacidad de controlarme.

Shanna se volvió para no encontrarse nuevamente con la mirada de él. Ruark se acercó y le puso una mano en la cintura.

– ¡No! -dijo ella, luchando por controlarse-. No me toques.

– Trató de reír alegremente pero medio se ahogó-. ¿Debo recordarle, señor, que estamos sin compañía? Mantenga su distancia.

Las palabras sonaron densas, no ligeras y divertidas como había sido su intención.

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