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– ¡Un siervo armado! -exclamó, y miró exasperado a Trahern-. Realmente, señor, debo protestar. Usted trata a este siervo como si fuera un noble de sangre.

Trahern se limitó a encogerse de hombros. -Si él le protege el pellejo -dijo-, ¿cuál es la diferencia para usted?

– ¿Proteger mi pellejo? ¡Ese bribón es capaz de agujereármelo! -Gaylord apuntó a Ruark con un dedo-¡Usted! ¿Con qué derecho lleva armas?

– Con el derecho de nadie salvo el mío propio, por supuesto -repicó Ruark calmosamente. Cuando el caballero se erguía en victoriosa arrogancia, Ruark continuó pacientemente, como si estuviera dando una lección a un niño caprichoso-: Aquí hay animales, grandes, atrevidos y peligrosos, y también salteadores, aunque son raros. Además están esos salvajes paganos de los que hablaba usted. – Ruark sonrió sardónicamente-. No vi a nadie que se ofreciera para proteger a las damas. -Sonrió en la cara enrojecida del otro-. Pero tenga la seguridad sir Gaylord, de que si usted encuentra un voluntario, me sentiré muy aliviado de entregarle las armas a él.

Ruark aguardó pero sir Gaylord no dijo nada. Entonces se sentó en un lugar que extrañamente se formó entre Shanna y su padre.

El posadero puso ante él un jarro humeante y la cocinera trajo una gran olla de apetitoso guiso y empezó a llenar los platos. Un muchachito trajo una bandeja de madera cargada con doradas hogazas de pan y platillos con mantequilla. También sirvieron pequeñas cazuelas con miel y mermeladas y pronto los hambrientos viajeros atacaron la comida con entusiasmo. Trahern probó cada plato en medio de elogios, hasta hacer -enrojecer a la posadera. Cuando se levantó para marcharse, ella le puso en las manos un gran trozo de budín para que comiera en el camino.

Cuando Ruark tomaba su sombrero y su chaqueta, Ralston se acercó a la puerta donde tomó el largo rifle y pasó su mano por la culata de suave arce pulido donde había una placa de bronce grabada.

– Tiene aquí un arma excelente, señor Ruark -comentó cuando el joven se acercó para tomarla. Un arma costosa. ¿Dónde la obtuvo?

Con ojos entrecerrados, Ruark miró a lo largo del cañón hasta encontrar una mirada de halcón. Shanna contuvo el aliento, porque el rifle apuntaba directamente a la cabeza de Ruark y los dedos flacos acariciaban el disparador como si Ralston deseara que el arma estuviera cargada.

– Debo advertirle, por si no lo sabe -dijo Ruark señalando despreocupadamente el arma- que está cargado.

Ralston sonrió lentamente. -Naturalmente -dijo.

– ¡Señor Ralston! -ladró Orlan Trahern-. Baje esa maldita cosa antes de que se vuele su propia cabeza tonta.

Con la orden de Trahern la sonrisa de Ralston desapareció, y obedeció de mala gana. Ruark tomó el rifle y bajo la mirada fría del otro, pasó un paño suave por la pulida culata y la placa de bronce y borró cuidadosamente las marcas de los dedos. El insulto fue leve pero directo. El hombre flaco giró sobre sus talones, salió de la taberna y cerró violentamente la puerta tras de sí.

El "Camino de los Tres Cortes" era largo, estrecho en algunos lugares, ancho en otros. La campiña siempre variaba. Viajaron entre altos riscos de granito y por senderos sembrados de rocas al borde de acantilados. El camino descendía a profundos valles y pasaba sobre troncos atravesados para cubrir el suelo demasiado blando. A media tarde pasaron frente a una rara plantación y unas pocas granjas pequeñas con cabañas de troncos. A un costado del camino apareció un letrero que proclamaba que una encrucijada lodosa era el camino de postas del Valle del Medio. Allí florecía una pequeña comunidad y más allá había una gran casa con un letrero que la identificaba como posada.

El grupo de cansados viajeros comió en silencio una cena de carne de venado. Se contentaban con estar sentados sobre una superficie que no se movía, a salvo de las sacudidas de los carruajes, y las conversaciones morían casi al empezar.

– Tenemos solamente tres cuartos para que pasen la noche -explicó el posadero-. Los hombres tendrán que acomodarse en dos y las mujeres en el otro.

Gaylord levantó la vista de su plato y señaló a Ruark con su tenedor. -El puede dormir en el establo con los cocheros -dijo-. Así el señor Ralston y yo dispondremos de un cuarto y el hacendado y el señor Pitney podrán dormir en el otro.

Trahern miró ceñudo al caballero y el posadero se encogió de hombros como disculpándose. -No tenemos más habitaciones -dijo- pero hay una vieja cabaña atrás de la casa que nadie usa. Alguien podría dormir allí.

Ruark se ofreció en seguida. Se llevó la copa a los labios. Sus ojos encontraron a los de Shanna. Entonces se levantó, dejó el jarro y se puso su chaqueta.

– Iré a ver los caballos de la señora Beauchamp, señor Trahern. Sugeriría que nos acostemos temprano pues mañana tendremos que viajar un largo trecho y eso será bastante cansado. -Se puso el sombrero. Dio media vuelta y fue hacia la puerta-. Buenas noches -dijo desde allí.

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