– Shanna rió. – ¿Es suficiente empezar con uno?
– Oh, uno o dos. -Sus caricias se hicieron más atrevidas-. Lo que soporte el mercado.
– Pero de este… ¿te disgustaría que fuera una niña?
Ruark se detuvo y el silencio pareció crecer… y crecer. Muy gentilmente apartó las pieles, expuso el cuerpo de ella a la tibia luz del fuego, tocó suavemente los pechos erguidos y el vientre suave.
– Eso es diferente -sonrió él.
– ¿Lo sientes? -preguntó ella, mirándolo a la cara.
– ¡No! -Ruark sonrió ampliamente y la cubrió con las pieles. – ¿Cuanto tiempo?
– Si tuviera que adivinar -dijo Shanna- diría que fue en la isla de los piratas.
Ruark rió por lo bajo. -Cada día que pasa vienen más cosas buenas de aquello. -Se inclinó y dijo, seriamente-: Te necesito, Shanna. -La besó con ternura-. Te necesito y te deseo, Shanna, amor mío. Te amo, Shanna.
Todavía estaba oscuro cuando Ruark la acompañó hasta la posada, pero los primeros rayos del sol asomaban en el horizonte. Todo estaba silencioso en el salón común. Un perro se levantó perezosamente del hogar apagado y buscó un lugar más cómodo sobre una alfombra de retazos.
Subieron la escalera y se despidieron en la puerta de la habitación con un último beso apasionado que tendría que bastarles para todo el día.
Pasó un momento. La puerta del extremo del pasillo se abrió completamente y Ralston salió de la habitación que compartía con Gaylord cubierto con una larga bata. Se detuvo frente a la puerta de Shanna, rió silenciosamente y se rascó una mejilla.
– Mi lady puede ser la esposa de John Ruark -murmuró despectivamente-. Pero pronto sentirá nuevamente el dolor de ser viuda. Lo prometo.
La lluvia había cesado y el sol hizo su aparición con una escarcha que mordía las mejillas y narices. Shanna aguardó junto a Ruark al abrigo del portal mientras los carruajes eran preparados y traídos hasta allí. Su padre y Pitney aún estaban en el interior de la taberna terminando su café, mientras que Gaylord se paseaba en círculos a corta distancia de la joven pareja, en un esfuerzo por contrarrestar el frío. Shanna tenía las manos hundidas en su manguito y se cubría con una capa de terciopelo forrada de pieles. Aunque sabía que pasaría un largo día antes que llegaran a la casa de los Beauchamps, había puesto cuidado especial en su apariencia. El vestido de terciopelo azul, con su espumoso cuello de encaje antiguo, la favorecía muchísimo. Su cabello, peinado alto bajo la caperuza de la capa azul, le daba un aire de dignidad y serenidad.
Ralston pasó junto a ellos y al hacerla preguntó:
– ¿Ha dormido bien, señora?
Shanna sonrió dulcemente.
– Ciertamente, señor. ¿Y usted.
Ralston se golpeó la bota con la fusta.
– Estuve despierto casi toda la noche.
Sin más comentarios, el hombre se alejó hacia donde Gaylord se inquietaba y gruñía.
– ¿Qué crees que quiso decir? -preguntó Shanna, mirando a Ruark.
– Eso, amor mío, sólo lo sabe él -repuso Ruark, mirando al hombre con expresión de desconfianza.
Después que Trahern se sentó en el coche, Pitney subió y se ubicó al lado del corpulento hacendado. A continuación subió Shanna.
Gaylord, al ver que la joven estaba sola en el asiento, se adelantó, hizo al siervo a un lado y puso un pie en el estribo para subir. Pero súbitamente, el bastón de Trahern le cerró el paso.
– ¿Le importaría viajar en el otro coche? -preguntó el hacendado-. Querría hablar unas palabras con mi siervo.
El caballero se irguió arrogante. -Si usted insiste, señor.
Trahern asintió con la cabeza y sonrió levemente.
– Insisto.
Una vez en camino, la conversación giró alrededor de las tierras por las que pasaban y de la riqueza de la campiña. Los movimientos del carruaje, combinados con la brevedad del sueño de la noche, hicieron adormilar a Shanna. Ella cerró los ojos, bostezó y se recostó en los cojines del asiento, pero finalmente apoyó la cabeza en el hombro de su marido. Ruark, bajo la mirada de Trahern, no se sintió muy cómodo.
– ¿Dijo usted que tenía algo que discutir conmigo, señor. -preguntó, aclarándose la garganta.
Trahern miró pensativo la cara de su hija dormida.
– En realidad, muy poco -dijo- pero son muchas las cosas que no quiero discutir con Gaylord. -Hizo una pausa, Ruark asintió con la cabeza, y continuó-: Usted parece sentirse incómodo, señor Ruark. ¿Ella es muy pesada?
– No, señor -respondió lentamente Ruark y sonrió-. Es que nunca sostuve así a una mujer delante de su padre.
– Tranquilícese, señor Ruark -dijo Trahern y rió por lo bajo-.Mientras no pase de esto, consideraré una amabilidad de su parte que sirva de almohada a mi hija.
Pitney se bajó el tricornio sobre los ojos y miró fijamente al joven.
Ruark empezó a sentir que el enorme individuo sabía acerca de el y de Shanna mucho más de lo que sospechaban.
A mediodía se detuvieron y comieron el almuerzo que les habían preparado en la posada. Poco después reanudaron el viaje.
Finalmente todos los carruajes se detuvieron en Rockfish Gap. Un panorama magnífico se extendía ante los viajeros en todas direcciones. Shanna contempló maravillada la campiña, que el sol de la tarde teñía de oro y bronce.
– Las lluvias pueden haber ablandado parte de los caminos -explicó Ruark cuando Trahern volvía a subir al coche-. Yo iré a caballo adelante para dar las indicaciones a los cocheros. Desde aquí la mayor parte del camino es cuesta abajo.
Se llevó una mano al sombrero y se alejó.
A la izquierda empezaron a aparecer extensos campos. Súbitamente un caballo se acercó al coche y Shanna reconoció el pelaje gris de Attila. Cuando Trahern se asomó por la ventanilla Ruark dijo:
– Casi hemos llegado a la propiedad de los Beauchamps, señor. Estaba preguntándome si a la señora Beauchamp le gustaría hacer el resto del camino a caballo.
Trahern se volvió para interrogar a su hija pero Shanna ya estaba poniéndose sus guantes. Bajó, y Ruark la ayudó a montar a Jezebel.
– El vigor de la juventud -suspiró Trahern, y apoyó los pies en el asiento del frente.
Pitney levantó su jarro de ale en silencioso saludo.
– Será mejor que lleguemos pronto -dijo-, sólo queda una gota de ale.
La mansión de ladrillos rojos de los Beauchamps se levantaba, alta e inmensa, entre robles cuyos troncos apenas hubieran podido ser abarcados por los brazos de tres hombres. Shanna se sorprendió, porque era una de las casas más grandes que veía desde el desembarco. Había alas que se proyectaban hacia cada lado, y la porción principal tenía un techo empinado y con buhardillas, sembrado de altas chimeneas. Cuando estuvieron más cerca, oyeron gritos excitados y momentos después se abrió la puerta principal y una joven salió corriendo al pequeño pórtico.
– ¡Mamá! ¡Ahí vienen!
Varias personas acudieron al llamado, y cuando Ruark ayudaba a Shanna a apearse de Jezebel, Nathanial bajó la escalinata y se adelantó a recibir a la joven.
También había una pareja mayor, una mujer alta de cabellos oscuros y un muchacho joven que sonreía ampliamente.
– Mi padre y mi madre -anunció Nathanial cuando llevó a Shanna ante la pareja mayor-. George y Amelia Beauchamp.
Shanna hizo una respetuosa reverencia, y cuando se enderezó, el hombre mayor le sonrió y la observó cuidadosamente detrás de sus gafas con montura de acero. Era un hombre bien parecido, alto, delgado, de cabellos negros y anchas espaldas.
– De modo que esta es Shanna -dijo con voz profunda y firme, y asintió con aprobación-. Una hermosa joven. Ajá, la reclamaremos como una Beauchamp.
La mujer, con ojos castaños y cabello rojizo con hebras grises, se mostró más reservada y observó a Shanna por un largo momento antes de dirigir una mirada rápida y preocupada a su hijo mayor. Después suspiró y tomó la mano de la muchacha entre las suyas.
– Shanna. Qué hermoso nombre. -La miró a los ojos y finalmente sonrió-. Tenemos mucho que hablar, querida.
Shanna quedó intrigada ante los modales de la mujer pero tuvo poco tiempo para pensarlo porque Nathanial le presentó a la mujer alta de cabellos oscuros.
– Mi esposa Charlotte -dijo-. Más tarde conocerá a nuestros hijos.
Charlotte tendió sus manos a Shanna. -Me temo -dijo- que el nombre de señora Beauchamp llamará demasiado la atención aquí. ¿Podemos llamarte Shanna?
– Por supuesto. -Shanna quedó completamente conquistada por los modales desenvueltos de la mujer.
– Jeremiah Beauchamp -dijo Nathanial, señalando al muchacho joven-. Mi hermano menor. A los diecisiete años, apenas está empezando a apreciar el bello sexo, de modo que no se preocupe si él la mira con la boca abierta. Usted es la cosa más bella que él ha visto en mucho tiempo.