El joven enrojeció intensamente pero siguió sonriendo. Como su padre, era alto y delgado, pero tenía cabellos rojizos y ojos castaños, como su madre.
– Es un placer, Jeremiah -murmuró Shanna dulcemente y le tendió la mano.
– y esta es mi hermana Gabrielle -dijo Nathanial, acariciando dulcemente el mentón de la muchacha. Más tarde conocerá a Garland, su hermana melliza.
– Creo que eres demasiado hermosa para expresarlo con palabras -exclamó Gabrielle-. ¿De veras has estado en París? Garland dice que debe de ser un lugar perverso. ¿Cómo haces para hacer que el cabello se te mantenga así? El mío me caería sobre los hombros a media mañana.
Shanna respondió con una alegre carcajada y tendió las manos ante la catarata de preguntas.
– ¡Gabrielle! -Amelia puso un brazo afectuosamente alrededor de la muchacha-. Debió haberla traído a nosotros hace tiempo. Bienvenida a Los Robles, Shanna..
En ese momento, dos coches salpicados de lodo se detuvieron frente a -la mansión. Los caballos, al sentir el final del viaje y oler las praderas que los aguardaban, se habían adelantado al carro más pesado, que todavía no estaba a la vista. Ruark abrió la portezuela del primer coche. Trahern se levantó de su asiento y se apeó dificultosamente, mientras Nathanial se acercaba para saludado. Pitney también descendió y poco después sir Gaylord se unió al grupo.
– Gaylord Billingham -se presentó, y extendió delicadamente la mano-. Caballero del reino y de la corte. Hace unos meses le envié una carta cuando supe que el hacendado Trahern viajaría hasta aquí.
– Sí, ya recuerdo -repuso Nathanial-. Pero no es momento de hablar de negocios.
Nathanial condujo a los caballeros hasta donde estaban sus padres y empezó las presentaciones.
Sólo el caballero inglés percibió que él fue presentado en último término, o casi, porque Ralston fue el único que lo siguió.
Fue la mayor de las señoras Beauchamps quien puso fin a la conversación que empezaba a desarrollarse.
– Señores y señoras:-dijo-, no sería conveniente que cojamos un resfriado cuando tenemos a mano una casa cómoda y abrigada. -Tomó un brazo de su marido y con el otro rodeó la cintura de Shanna-. Dentro de unos momentos nos sentaremos a la mesa. Sin duda, los caballeros querrán beber algo antes de comer, y yo, por lo menos, tengo frío.
Amelia condujo a todos al interior y pronto los hombres estuvieron paladeando un brandy añejo. En la copa de Shanna chispeaba un ligero jerez, pero ella sólo bebió un poquito, porque desde la boda de Gaitlier sentía una leve aversión a los licores. Sus ojos sonrieron a Ruark, quien se había quedado atrás y observaba desde la puerta.
Gabrielle se acercó a Nathanial y le dio un codazo, señalando a Ruark con un movimiento de cabeza.
– ¿Quién es ese? -preguntó.
– Oh, por supuesto – Nathanial pareció avergonzado por un momento. -Ese es… ah… John Ruark, otro asociado del hacendado Trahern.
– ¡Oh, el siervo! -dijo Gabrielle por encima de su hombro, con infantil inocencia-. ¿Mamá? ¿Tendría él que estar en nuestra casa?
Shanna contuvo el aliento, sorprendida. ¿Se ofenderían los Beauchamp? Ella no lo había pensado.
Gaylord no dejó pasar el diálogo. -Una muchacha brillante, rápida para percibir las diferencias de clase -dijo-. Llegaría lejos en la corte.
Shanna le dirigió una mirada glacial, pero él sonrió ante su propia inteligencia.
– Sshh, Gabrielle -ordenó severamente Amelia Beauchamp. La joven miró atrevidamente a Ruark, quien le devolvió la mirada con una expresión terrible que indicaba violentos pensamientos.
Gaylord, como de costumbre, estaba listo con una explicación. -Una, clase de gente inferior, jovencita, incapaz de manejar los asuntos más simples de la vida.
Un tenso silencio recibió este comentario antes que la mayor de las señoras Beauchamps reprendiera severamente a su bija.
– ¡Gabrielle! ¡Cierra la boca! El señor Ruark no tiene la culpa de ser como es.
Gabrielle arrugó la nariz, disgustada.
– Bueno, de todos modos yo no querría a un siervo por marido.
– ¡Gabby! -George Beauchamp habló suavemente pero en un tono que no toleraba desobediencias-. Hazle caso a tu madre. No es de cristianos despreciar a los menos afortunados.
– Sí, padre -dijo dócilmente Gabrielle.
Shanna vio que Pitney reía detrás de su copa y musitó, presa de súbito rencor: "Para ser un tío, no es demasiado brillante. Se ha embriagado con ale y se ríe como un idiota" mientras ellos se divierten a costa de Ruark".
Pero cuando miró a su marido, Shanna quedó desconcertada, porque él parecía tranquilo y de ninguna manera irritado mientras su mirada seguía a la jovencita, Gabby. Ciertamente, había algo de placer en su cara y cuando Gabrielle se volvió, le dirigió a él una sonrisa de cándida inocencia. El la miró con expresión, amenazadora.
Shanna dejó su copa a un lado, vio que los profundos ojos castaños de Gabrielle la observaban y la intrigó la súbita expresión de preocupación que marcó la frente de la joven.
– El señor Trahern ha sido muy bondadoso con el hombre -continuó Gaylord en tono imperioso-. Recibió al señor Ruark en su propia casa y lo trató como un miembro de la familia. Demasiado bondadoso, digo yo. El alojamiento de los esclavos bastará para él. No hay necesidad de molestarlos a ustedes con alguien como él.
– Allí no hay espacio -dijo Amelia en tono irritado. Cuando su marido le puso un brazo sobre los hombros, en tono más suave agregó:
– Puede quedarse en la casa.
– Como he dicho antes, el joven es amigo de los caballos. – Lentamente, el caballero tomó una pulgarada de rapé-. Que duerma con ellos…
– Yo no… -empezó Amelia en un estallido de cólera, pero Ruark la interrumpió.
– Perdóneme, señora, pero dormiré allí, si usted no pone objeción. -Se apoyó en la puerta y cruzó los brazos, mientras Gaylord lo fulminaba con la mirada.
Súbitamente, Shanna sintió el fuerte deseo de decir toda la verdad. La misma casi brotó de sus labios cuando ella se levantó, trémula, de su silla. Ansiaba defender su amor y su casamiento con este siervo. Lo único que la contuvo fue el temor de que Gaylord acudiera a su padre magistrado con la noticia de que el hombre que había condenado a la horca seguía vivo. Se llevó una mano a la frente.
– Señora Beauchamp, ¿podría recostarme un momento antes de comer? Creo que el viaje me ha fatigado más de lo que pensé.
Trahern la miró con expresión de preocupación. Como una criatura viva, Shanna siempre había parecido poseer energías inagotables. También aquí tendría que reajustar sus pensamientos.
– Por supuesto, criatura -dijo Charlotte-. Ha sido un viaje largo y cansado para ti. Quizá también te gustaría refrescarte.
Cuando pasó junto al siervo, Amelia se detuvo.
– Señor Ruark, ¿querría subir el equipaje de la señora? Creo que el carro ha llegado.
– Sí, señora -replicó él respetuosamente, y se marchó.
La señora Beauchamp acompañó a Shanna a la habitación que le tenía preparada. Poco después regresó Ruark con un pequeño baúl sobre el hombro y una maleta debajo del brazo, y siguió a las dos mujeres. Había en la habitación una atmósfera acogedora, varonil. Una alfombra oriental cubría el suelo y varios sillones de madera y cuero aumentaban la sensación de comodidad. Una sólida cama de cuatro postes tenía un grueso cobertor de terciopelo de color herrumbre, y las ventanas tenían cortinas de la misma tela.
– Esta es la habitación de mi hijo cuando está en casa -explicó la señora Beauchamp, mientras encendía las velas de un candelabro-. Espero que no le importe usarla, puesto que todas las habitaciones para huéspedes estarán ocupadas. Supongo qué falta un toque femenino.
– Es hermosa -murmuró Shanna. Su mirada se encontró con la de Ruark. Enrojeció y cruzó las manos cuando se dio cuenta de que la mujer estaba observándolos-. Mi baúl grande. ¿Lo ha visto, señor Ruark?
– Sí, ahora bajaré a buscarlo.
– Que David le ayude a traerlo, señor Ruark -sugirió Amelia. La puerta se cerró tras él y la mujer se inclinó para abrir la cama.
– Envié a Hergus, su criada, a la cama con una bandeja. Pobre mujer, parece haber sufrido mucho con el viaje.
Sin duda, compartiendo el coche con Gaylord y Ralston, pensó Shanna. En voz alta, dijo:
– Nunca le gustó mucho viajar.
Distraída, Shanna tomó un libro encuadernado en cuero que estaba sobre la mesa de escribir y dirigió a la señora Beauchamp una mirada de interrogación, al ver que en el mismo no había una sola palabra que ella pudiera entender.
– Griego. Es de mi hijo -replicó la mujer, mientras ahuecaba una almohada-. Siempre está leyendo o haciendo algo.
Llamaron suavemente a la puerta. Ruark entró con un hombre mayor, inmaculadamente vestido como sirviente. Entre los dos pusieron el gran baúl de Shanna a los pies de la cama, y se marcharon.