– ¡Maldito maníaco!
Con el rostro contorsionado por la ira, Ruark pateó el barril y lo envió rodando por el suelo hasta que se detuvo contra la pared.
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– ¡Harás que nos cuelguen a todos por tus locuras! -gritó con indignación.
Empuñaba una pistola, con la cual disuadió a cualquiera que tuviera intención de interferir. Pero nadie parecía ansioso por detenerlo. Ciertamente, Harripen miraba a Pellier y parecía regodearse anticipadamente pensando en un derramamiento de sangre. Como si fuera una, liviana mesa de juego, Ruark aferró el enrejado y lo arrojó a un costado. De abajo llegaron chillidos y ruidos y después silencio. Sin dejar de vigilar a los piratas, Ruark llamó:
– ¿Mi lady?
Un ruido en el agua y Shanna apareció tendida sobre la pila de desperdicios. Un gemido de dolor se le escapó cuando rodó sobre sí misma y él pudo ver el rostro pálido en la penumbra, contorsionado por miedo. Shanna abrió grandes los ojos cuando lo reconoció, se puso de pie y sollozó el nombre de él. Ruark soltó una maldición y su mirada furiosa recorrió los rostros alrededor de la mesa y se detuvo amenazadora en Pellier. Se juró que esto alguien tendría que pagarlo.
Dobló una rodilla, dejó la pistola apoyada en el borde del agujero y tomó una de las manos de ella que se tendían hacia arriba en silenciosa súplica. Shanna aferró con ambas manos la muñeca de él y él la levantó como si ella fuera una pelusilla de cardo hasta que la depositó sobre el suelo de piedra. Ella se aferró a él, temblando, sollozando suavemente contra su pecho. Entonces vio las caras voraces de los piratas que la miraban y resueltamente se apartó de Ruark para quedar de pie ella sola, sin ayuda. Sin embargo, el esfuerzo fue demasiado para sus miembros trémulos y, como una marioneta cuyos hilos fueran súbitamente cortados, cayó lánguidamente al suelo. Sus sollozos apagados parecieron quemar la mente de Ruark. El no quedaría satisfecho hasta haber saboreado la venganza.
– ¿Ves? -dijo Pellier, riendo burlonamente_. Ella ya ha perdido mucho de esa altanería Trahern.
– Veo que eres incapaz del más simple de los razonamientos -replicó Ruark-. ¿No te das cuenta de que una pieza valiosa debe ser guardada con cuidado?
– Hazte a un lado, bellaco -repuso Pellier-. Quiero ver cómo la ha pasado la perra Trahern..
Shanna levantó la cabeza y dirigió al pirata una mirada cargada de odio.
Ruark se hizo a un lado y permitió que el hombre contemplara a Shanna, pero hizo un llamado al resto de los piratas.
– Es seguro que Trahern pagará el rescate, pero cuando vea así a su hija, encontrará el modo de acabar con todos ustedes.
Los piratas lo miraron fijamente pero se cuidaron de indicar que estaban de acuerdo. El peligro de provocar la ira de Pellier era muy grande.
Pellier se puso de pie y se ajustó los calzones.
– Creo que la dama necesita un poco más de pozo -dijo.
– ¡Ruark! -El gemido de Shanna brotó semi ahogado por el miedo y ella aferró frenéticamente una pierna de Ruark y se apretó contra él.
– Vaya, mi lady -dijo Pellier, burlón-. ¿Acaso su alojamiento no le resulta agradable? -Se acercó unos pasos pero después se detuvo como para reflexionar-. Quizá las sábanas no estén tan limpias como a usted le gusta. -Su voz se convirtió en un áspero gruñido. O quizá sus pequeñas amigas son para usted una compañía más agradable que nosotros;
– Entonces rugió-: ¡Vuelve a tu agujero, perra!
Con esta orden, avanzó para aferrar a Shanna pero ella corrió al ponerse detrás y varios pasos más allá de Ruark. Pudo ser que Pellier simplemente no creyera que otro hombre se atrevería a interferir. Cualquiera que haya sido la causa, ignoró a Ruark y eso fue su caída.
No vio el pie que se proyectó hacia adelante y le hizo una zancadilla. De todos modos, nuevamente probó la dureza del embaldosado de piedra, esta vez con la cara
Un silencio mortal cayó sobre el salón; los que miraban contenían el aliento aguardando lo que sabían que vendría. Pellier rodó sobre, sí mismo, escupiendo polvo, y sus ojos oscuros y llameantes se posaron en Ruark. El colonial se apoderó de una silla y la hizo girar para apoyar su pie sobre ella. Se inclinó hacia adelante, apoyó un codo en la rodilla sacudió la cabeza y habló en tono de reprimenda.
– Aprendes muy lentamente, amigo mío. Yo tengo más derechos que tú sobre la joven. Fui yo quien la veía pasearse de un lado a otro mientras sudaba trabajando para su padre. Fui yo quien los guié a ustedes
hacia la isla. Y si no hubiera sido por mí, ahora estarías sirviendo, de alimento a los peces en el fondo del puerto de Trahern.
La mirada de Pellier pasó a Shanna, quien se refugió detrás de Ruark. Deliberadamente, Pellier se puso de pie y se sacudió el polvo de sus ropas. Ahora estaba extrañamente calmo y había en él una aura de muerte.
– Me has tocado dos veces, siervo -dijo con aire arrogante.
– Para educarte, buen hombre -replicó Ruark y sus palabras fueron como latigazos para el orgullo de Pellier-. A su debido tiempo te enseñaré a respetar a quienes son superiores a ti.
– Me has fastidiado desde el principio -dijo Pellier, luchando por mantener el control de su carácter-. ¡Eres un cerdo! ¡Un cerdo colonial! Nunca me gustaron los coloniales.
Ruark se encogió de hombros ante el insulto y declaro simplemente:
– La mujer es mía.
– ¡La perra Trahern es mía! -aulló Pellier, perdiendo completamente el control. ¡Esto era demasiado! El no podía permitir nuevas erosiones a su posición si quería conservar el dominio que ejercía sobre los demás piratas.
Se abalanzó con la esperanza de tomar desprevenido a su contrincante, pero la silla le golpeó dolorosamente las espinillas.,En seguida Ruark 1o, tomó de la camisa y lo levantó en el aire lo abofeteó con la palma1a en una mejilla y con el dorso de la misma mano, en la otra.
Ruark sacudió al aturdido pirata hasta que los ojos del hombre dejaron de bailar.
– Creo que una bofetada es un desafío -le informó a Pellier en voz tan alta como para que oyeran todos los demás-. La elección de armas es tuya.
Ruark soltó a Pellier, quien se tambaleó hacia atrás hasta chocar con la mesa. Con el rostro enrojecido, enderezó su chaqueta de un tirón. En sus ojos apareció un brillo calculador cuando empezó a considerar las armas que tenían a mano. Las pistolas estaban colgadas en el respaldo de una silla, listas, tentadoras, pero él había oído hablar mucho de la buena puntería de los coloniales.
– Tienes un acero, cerdo -gruñó-. ¿Sabes usado? -El había matado a demasiados hombres con su espada para dudar de su propia destreza.
Ruark asintió, arrimó la silla a la pared y condujo a Shanna hasta allí: Sacó sus pistolas, las amartilló a ambas y las dejó sobre Un barril, bien a su alcance. Por un momento bajó la mirada hacia ella. Shanna hubiera querido decirle alguna palabra amable en lo que podía ser la última oportunidad, pero todavía sentía hacia él un rencor que le sellaba los labios. No pudo mirado a los ojos.
Carmelita se apoyó contra la puerta del cuarto trasero, con la mirada ansiosa de ver sangre. Detrás de ella se acurrucó la muchacha flaca, con el rostro desprovisto de emociones, manteniendo cuidadosamente su lugar. Los otros piratas se prepararon para el espectáculo y la mesa fue empujada hacia un costado para hacer lugar para el duelo. Se hicieron apuestas y mucho dinero cambió de manos. Solamente Madre se abstuvo. El estudiaba atentamente al hombre mas joven.
Ruark sacó la vaina de su faja y la sostuvo en su mano. Una funda suelta, floja, había traído la muerte a más de un buen espadachín y era, en sí misma, un arma efectiva. Cuando desenvainó el sable, el acero brilló con un color azulado y Ruark se alegró de haberse tomado el tiempo suficiente para elegir un arma buena.
Los ojos de Ruark se encontraron con los de Harripen cuando el inglés cambiaba piezas de oro con el holandés.
– Lo siento, muchacho -rió el inglés con un encogimiento de hombros-. Pero tengo que recuperar mis pérdidas. La bolsa que tú tienes irá para el ganador con todas las posesiones del perdedor.
El hombre completó gustosamente su apuesta. Solamente Shanna estaba angustiada por el inminente acontecimiento. Su mirada seguía cada movimiento de Ruark. En su mente exhausta, un millar de pensamientos se perseguían en tremenda confusión. Este hombre que se disponía a defenderla era el mismo con quien ella había compartido momentos de pasión y a quien había hecho expulsar de su lado. Su ira parecía solamente un recuerdo de días pasados, ahora irreal e irracional frente a la ansiedad que por él sentía.:
La ligera espada de Pellier no podía rivalizar con el sable. Por lo tanto, Pellier se apoderó de un machete que colgaba con sus pistolas en el respaldo de su silla. Era un arma ancha, pesada algunos centímetros más corta que el sable que tenía Ruark.
– ¡Un arma de hombre! -dijo Pellier en tono burlón-. Hecha para matar. ¡A muerte, siervo!
De un salto, se lanzó inmediatamente al ataque. Su embestida, fue – intensa y traicionera, pero Ruark adoptó una posición cómoda y, detuvo con facilidad cada golpe. Demasiado tiempo habíase visto obligado a depender de las decisiones de otros para sobrevivir, pero ahora podía apoyarse en su propia destreza. Pronto empezó a atacar, y se dio cuenta de. que su contrincante no era ningún neófito. Pellier mostrabase decidido, pero a medida que sus aceros se encontraron una y otra vez, Ruark empezó asentir la falta de firmeza en el brazo del otro. Lanzó cuatro rápidos ataques y, como por arte de magia, apareció un pequeño corte en la chaqueta de Pellier. El hombre retrocedioo sorprendido.