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– Eso les dará algo en que pensar por un rato.

Pero algo del espíritu de Shanna había revivido. Furiosa, se aparto de él

– ¡Quítame las manos de encima!-dijo-. Búscate una mujerzuela si quieres jugar, pero yo no haré el papel de obediente esposa.

Ruark apretó la mandíbula y no dijo nada. Shanna se movió hasta1 que la cama quedó entre los dos, y trató de cerrar los restos desgarrados de su bata en un impulso de modestia.

– Eres un mujeriego -dijo ella y lo miró, trémula de ira y fatiga-. Tan fuerte, tan viril tan talentoso en la cama. ¿Crees que yo me quedaré haciendo girar mis pulgares mientras tú te acuestas con todas las mujerzuelas que se te ofrezcan?

– ¿De qué estás hablando? -dijo Ruark, herido en su orgullo-. ¡Yo debo limitarme a contemplarte mientras tú flirteas con todos los hombres, y ni siquiera puedo gritar que eres mía!

– ¡Tuya! -Shanna lo miró con incredulidad y dio un paso hacia él-. ¿Me consideras tu esclava? -Arrancó de su cuello la banda de seda roja y la pisoteó con furia-. Esto hago con tu collar de esclava, Ruark Beauchamp. Yo no soy tuya.

– ¿Debo tolerar que te manoseen y callarme la boca? -replicó él. Se quitó el chaleco y lo arrojó al otro extremo de la habitación. ¡Maldición, mujer! ¡Tú eres mía! ¡Mi esposa!

Sus palabras parecieron inflamar a Shanna.

– ¡Yo no soy tu esposa! -gritó-. ¡Soy viuda! Y no estoy dispuesta a seguir soportando tu errática lujuria.

– ¡Mi errática lujuria! -Ruark rió cáusticamente-. Te he visto menear las caderas delante de los hombres y hacer que ellos te siguieran, babeándose de anticipación. Sí, tú debes sentir la necesidad de exhibirte ante un establo de ardientes pretendientes y te debe resultar muy difícil limitar tus atenciones a tu marido.

Shanna abrió la boca, atónita, pero en seguida se recobró.

– ¿Tú me acusas a mí, cuando vagabundeas por las colinas como un macho cabrío y te acuestas con todas las mozas que se muestren dispuestas: ¿Por qué no podré librarme de ti? ¿Nunca terminará tu persistencia?

– ¡Bien que trataste de librarte de mí! -replicó él-. Pero el bueno de Pitney no es un asesino. De modo que aquí estoy, para seguir tu juego una vez más. Maté a un hombre por ti y tú no me lo agradeces. ¡Demonios! Seguramente hubieras preferido verme muerto si no hubiese sido por tu miedo a que otros abusaran de ti.

– ¡Eres un malvado! -sollozó ella-. ¡Un engendro de Satanás enviado para atormentarme!

– ¡No, Shanna! -dijo él enérgicamente. La ira puso luces doradas de color ámbar. La tomó de los hombros, sin mucha gentileza y la sacudió con violencia-. No, Shanna, Soy yo quien a sentido dos veces la mordedura de tu traición. Tu marido legítimo, de quien quisiste deshacerte… no dentro de la ley si no ensangrentando tus manos. Tú serás mi esclava.

Shanna abrió la boca pero el no la dejo hablar.

– serás mi esclava cuando haya otras personas presentes. Me obedecerás. Te mostrarás dócil y obediente delante de esos bribones. -Señaló hacia la puerta con la cabeza-. Y si me desobedeces, te trataré como a una esclava rebelde. ¿Comprendes? -La sacudió nuevamente, pero con más suavidad-. Serás mi esclava mientras estemos aquí.

Shanna lo miró sin expresión mientras él esperaba una respuesta, y en el silencio de la habitación resonaron con fuerza unos tímidos golpes en la puerta. Ruark miró por encima de su hombro, furioso por la interrupción, y después volvió a mirar a Shanna. La cabeza de ella cayó a un lado. Olvidada de su bata abierta, Shanna no tuvo más fuerzas para seguir de pie y hubiera caído si él no la hubiese sostenido.

La cólera de Ruark se disipó, y con delicadeza, la depositó sobre una silla, donde ella quedó inmóvil. Ruark cubrió la desnudez de ella con una manta y se dirigió hacia la puerta.

Desenvainó el sable, descorrió el cerrojo y abrió. Gaitlier estaba allí cargando dos cubos de madera llenos de agua. Bajo la firme mirada de Ruark, el hombre pareció encogerse y se apresuro a dar una explicación, mirándolo sobre sus gafas cuadradas.

– Señor… ah… yo era el sirviente del capitán Pellier y ahora me dicen que el amo es usted. Traigo agua, capitán. ¿Quizá desee tomar un baño?

Ruark le indicó bruscamente que entrara y el hombre se apresuró a obedecer. Ruark no dejó de vigilado, bajó su sable y se apoyó en él.

– ¿Cómo llegó a convertirse en pirata, hombre? -preguntó-. Usted habla como una persona educada.

Gaitlier se detuvo y lo miró vacilante.

– Yo era maestro de escuela en Saint Domingue -dijo-. Enseñé al capitán Pellier en su juventud, aunque él no aprendió mucho. Hace varios años me encontraba en un barco pequeño, camino a Inglaterra, cuando él se apoderó del barco. -Se detuvo y se frotó nerviosamente las manos-. Para él, capitán Ruark, fue un placer convertirme en su esclavo. -Señaló con la cabeza a Shanna-. Hay otras como ella, traídas aquí a la fuerza y obligadas a quedarse. -Gaitlier soltó un largo suspiro-. ¿Deseará algo más esta noche, señor?

Ruark señaló con un ademán toda la habitación. -Quizá mañana usted se haga tiempo para limpiar esta habitación. El lugar no es adecuado para alojamiento de un hombre y mucho menos para una dama, que no está acostumbrada a vivir en una pocilga.

– Muy bien, señor. Me ocuparé de que sea fregado y limpiado. Y si necesita una criada, la muchacha Dora estará dispuesta a trabaja para usted por un par de monedas de cobre.

Cuando Gaitlier se marchó Ruark dirigió su atención a la cama. Pellier no se había privado de comodidades. Ruark arrojó por ventana dos colchones de pluma hasta que encontró debajo uno que parecía bastante limpio. Sacó sábanas limpias de un arcón, las puso sobre la cama y las extendió lo mejor que pudo. Su anterior educación no le había preparado para tender una cama.

Finalmente acercó un cubo a los pies de Shanna. Retiró delicadamente la manta y las ropas sucias y las arrojó por la ventana. Mojó un paño en el agua tibia, levantó la cara de Shanna y la lavó con cuidado no rozar indebidamente las mejillas quemadas por el sol. Cuando le lavaba las manos y los brazos, su expresión se endureció al ver las marcas rojas alrededor de las muñecas y los magullones que habían dejado los crueles golpes y pellizcones de sus captores. Por lo menos, a uno de esos canallas lo había enviado merecidamente al infierno.

Colocó los delicados pies dentro del cubo y lavó la suciedad acumulada en las pantorrillas y muslos. Después la secó. Por un momento fugaz, dejó que su mirada se detuviera en una anhelante caricia. Aunque ella había sido groseramente maltratada, su belleza aún provocaba estremecimientos en el corazón de él.

Miró ceñudo los cabellos en desorden, pero por el momento no podía hacer nada en ese aspecto. La levantó en sus brazos, la depositó sobre la cama y la cubrió con una sábana. Después, por un largo momento, estuvo mirándola, fijamente.

– Es una pena, amor mío -murmuró- que aceptes una mentira como verdad, sin preguntar. Créeme, yo no te he traicionado.

Fue casi como sí ella lo hubiera oído porque su rostro se suavizo. Shanna rodó sobre un costado, se acurrucó debajo de la sábana y pareció descansar más contenta.

Ruark puso un sillón frente a la puerta, dejó sus pistolas sobre, una mesilla que, ubicó a su lado y acercó un pequeño escabel para apoyar sus pies. Se sentó, con el sable sobre las rodillas, y trató de descansar

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