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– Hemos hecho dos cambios en el plan -dijo el francés, riendo burlonamente-. Tú quedarás a bordo como garantía de tu buena información y nosotros elegiremos el lugar de desembarco.

Ruark los miró fijamente. Un helado temor empezó a crecer dentro de su vientre.

Casi amanecía cuando Shanna regresó a sus habitaciones desde la casa de Pitney e inmediatamente cayó en un sueño de agotamiento, pero durmió sólo unas pocas horas, hasta que fue abruptamente despertada por los gritos de su padre que retumbaban en toda la casa.

– ¡Maldición! ¡Búsquenlo y encuéntrenlo!

Shanna saltó de la cama, se vistió de prisa y bajó. Cautamente, trató de aparecer tranquila cuando entró en el comedor, donde estaban reunidos numerosos hombres. Capataces, varios siervos, Elot con el sombrero aplastado de Ruark en las manos, Ralston y hasta Pitney se hallaban alrededor de la mesa, frente al hacendado, quien estaba cualquier cosa menos contento.

– ¿Qué sucede, papá? -preguntó Shanna, fingiendo inocencia, mientras se acercaba a la silla de su padre.

– ¡El muchacho! ¡Se ha ido… ha desaparecido!

Shanna se encogió de hombros dulcemente.

– Papá ¿de qué muchacho hablas? Aquí hay, por lo menos, unos… Trahern la interrumpió.

– ¡Hablo de John Ruark! ¡No se lo encuentra en ninguna parte! -Oh, papá -dijo Shanna y rió con ligereza. Su actuación era brillante-. El señor Ruark no es un muchacho. Es un hombre, sin duda:

¿No lo hemos discutido hace unos meses, acaso?

Trahern rugió:

– No estoy para oír frases ingeniosas cuando hay trabajo que hacer. ¡Y nada puede hacerse sin el señor Ruark!

– Pero seguramente, papá -Shanna puso una mano sobre el brazo de su padre- estos hombres son tan capaces como él para la tarea. ¿Ellos no pueden continuar con el trabajo del señor Ruark hasta que lo encontremos?

– ¡Se ha marchado! -La afirmación de Ralston siguió rápidamente a la pregunta-. Ha huido de su contrato de servidumbre. No se lo atrapará a menos que se envíe una flota para registrar a ese barco colonial que estuvo anclado ayer a la mañana.

Ralston se apresuró a cargar la culpa en cualquier parte antes que alguien recordara que había sido él quien trajera a John Ruark a Los Camellos. Pitney bebía lentamente un jarro matutino de ron y se mantenía fríamente remoto mientras observaba al padre y la hija.

– Elot encontró este sombrero en los establos -dijo uno de los capataces-. El estaba atendiendo a la yegua que trajeron.

– Ajá -dijo Ralston-. Una yegua por un siervo. ¿Es esto lo que los coloniales entienden por un buen trueque? Han tomado al señor Ruark bajo su protección y se lo llevaron, directamente debajo de nuestras narices..

– Tranquilícese, señor Ralston. -El hacendado miró fijamente al hombre flaco-. Yo no lo culpo a usted por la presencia de Ruark ni por este problema. Ciertamente, todos nos hemos beneficiado de los talentos del señor Ruark. Sólo que tenemos más de un proyecto en marcha y no podremos completarlos sin él.

Ralston no estaba más dispuesto a aceptar este enfoque de la cuestión, porque parecía que el señor Ruark podía regresar sin sufrir ningún castigo y eso iba en contra de sus intereses. No pudo pensar una réplica y quedó en confundido silencio.

En medio de esta discusión, que sir Gaylord entró lentamente, con aspecto bien descansado y sus mejillas rosadas pregonando su buena salud..

– Diría que aquí hay mucha conmoción. -Miró a. Shanna momentáneamente ceñudo-. ¿Puedo ayudar en algo?

Shanna casi le hizo una mueca de desprecio pero se dio cuenta de que eso hubiera sido una locura en presencia de su padre. En cambio, tomó delicadamente una taza de té y bebió un sorbo, antes de responder.

– Parece, señor, que el señor Ruark ha desaparecido. ¿Quizá usted sepa dónde se encuentra?

Gaylord levantó las cejas, sorprendido.

– ¿El señor Ruark? ¿El siervo? ¡Vaya! ¿Dice usted que ha desaparecido? Bueno, yo le vi por última vez… a ver, déjeme recordar… anteanoche, en esta misma mesa ¿desde entonces está ausente?

Trahern suspiró con impaciencia. Le costó un esfuerzo considerable suavizar sus palabras.

– Esta mañana tendría que haber estado aquí, en mi mesa. Nunca llegó con retraso.

– Quizá haya enfermado -sugirió Gaylord-. ¿Han enviado a alguien

– El muchacho no está -interrumpió Trahern en tono cortante-. He enviado por él a toda la isla y nadie lo ha visto.

Gaylord pareció perplejo.

– Palabra de honor, no sabía que un hombre podía desaparecer así -dijo-, especialmente en una isla como ésta. ¿El es inclinado a… vagabundear un poco? -Ante la mirada interrogativa de Trahern y de Shanna, se aclaró la garganta y se disculpó ante ella-. Perdóneme, mi estimada señora, por ser tan atrevido en presencia suya. Pero siendo usted una viuda debe estar enterada de que algunos hombres, en ocasiones, disfrutan de… ah… de la compañía de… una dama. Quizá él ha sido… ejem… demorado.

La taza de Shanna tembló en el platillo y casi derramó el líquido caliente sobre su regazo antes de recobrar su compostura. Para desgracia de Gaylord, Berta entró a tiempo para escuchar las últimas palabras y rápidamente dio al hombre una acalorada respuesta.

– Ella es poco más que una criatura, apenas una niña, y le agradeceré que se guarde esas groserías para usted.

Pitney se llevó su ron a la boca y miró a Shanna mientras Gaylord se apresuraba a disculparse humildemente ante las dos mujeres.

Trahern soltó un bufido e ignoró el apuro de Gaylord.

– Reconozco al muchacho -dijo- el mérito de conocer la diferencia entre el placer y el trabajo. Temo que le haya ocurrido una desgracia; de otro modo estaría aquí.

– Ajá -dijo Ralston despectivamente-. Encontró un lugar donde ocultarse en ese barco que zarpó durante la noche. ¿Por qué, si no, zarparía sigilosamente? No volverán a ver al señor Ruark a menos que ofrezcan una recompensa por su devolución. Y si lo atrapan, habría que colgarlo como ejemplo y para que los demás no hagan lo mismo.

Trahern soltó un largo suspiro.

– Si no se lo encuentra tendré que aceptar que se ha marchado por su propia voluntad. Si es así, ofreceré cincuenta libras por su captura.

Ralston se pavoneó con su renovada importancia y dirigió una mirada a Shanna.

– ¿Qué piensa usted, señora? -dijo-. ¿No está de acuerdo en que es un renegado traidor que debería ser colgado por villano?

Shanna estaba aturdida, incapacitada de replicar. Sus pensamientos se atropellában unos a otros en tremenda confusión. Ni siquiera en sus momentos de más descabellada imaginación había pensado que cazarían a Ruark como a una bestia enloquecida. Vio que Pitney la miraba serio, ceñudo, ominoso Y acusador, y no supo qué responder.

La búsqueda de Ruark continuó toda la tarde. Shanna se retiró a su dormitorio y trató de aventar los corrosivos temores que habían empezado a atormentarla. Dio a Hergus la excusa de que no se sentía bien para vestirse y buscó nuevamente la comodidad de su cama para recuperar algunas de las horas de sueño que había perdido durante la noche. Finalmente el agotamiento se impuso a su mente agitada y se hundió en un dulce olvido. Los sueños empezaron a invadir la paz de su sueño. Veíase feliz, rodeada de niños de diferentes edades mientras apretaba a un bebé contra su pecho. Oía las risas de los pequeños que jugaban y uno que apenas estaba aprendiendo a caminar era levantado en los fuertes brazos del padre. Sus cabezas oscuras se unieron y el padre resultó Ruark, quien reía, se le acercaba y se inclinaba para besarla.

Shanna despertó sobresaltada, con el cuerpo empapado en transpiración. ¡Era una mentira! Súbitamente cayó en una profunda tristeza. ¡El sueño jamás podría realizarse! Una sensación opresiva, dolorosa, de soledad la acometió y ella se retorció bajo su peso aplastante y sepultó la cara en las almohadas. A causa de sus actos no volvería a ver jamás a Ruark, no sentiría la dulce, acariciante calidez de los labios de él en los suyos y no volvería a ser consolada entre esos brazos protectores.

Estaba oscuro cuando llegó Hergus con una bandeja de comida. Shanna ocultó sus ojos hinchados detrás de las páginas de un libro y pidió suavemente a la mujer que dejara la bandeja sobre una mesa, sin preguntarle por qué la había traído. La criada, sin embargo, ofreció la información mientras observaba con recelo a su joven ama.

– Su padre me pidió que le dijera que sir Gaylord cree que vio a alguien parecido al señor Ruark en la aldea y el hacendado se ha ido a registrar la población, llevándose consigo a todos los hombres de]a isla

para ver si encuentran al señor Ruark. Vaya, no ha quedado un solo hombre en la casa. Su papá está fuertemente decidido a capturar al señor Ruark, si es que pueden encontrado. Me pregunto adónde puede haber ido.

Shanna siguió muda y la mujer finalmente se marchó, sin más información que la que traía al entrar.

Para Shanna el tiempo empezó a deslizarse en una agonizante eternidad. No pudo obligarse a tomar ni siquiera un pequeño bocado de la comida que estaba en la bandeja. Se puso un camisón liviano y una bata y se sentó a leer con un libro de poesías sobre su regazo. No logró concentrarse: en cada verso veía al héroe, esbelto y moreno, un hombre semidesnudo, de aspecto salvaje y con ojos de ámbar. Con un gemido, arrojó el libro a un lado y se tendió sobre la cama para mirar al vacío. Su reloj anunció las once de la noche. Tiempo después oyó un ruido abajo y pensó que era su padre que regresaba, derrotado, por supuesto. Entonces llegó a sus oídos el ruido de vidrios rotos. ¿Su padre encolerizado? Eso podía entenderlo. El había llegado a estimar a Ruark. Ahora seguramente creía que Ruark 1o había traicionado.

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