– Está bien -gruñó su benefactor-. Porque yo no le debo nada a nadie-. Nuevamente miró a Ruark fijamente, como perforándolo con un ojo bizco-. Hablas muy bien para ser un siervo. -Aunque fue una afirmación, sonó como una pregunta.
Ruark rió levemente.
– Le aseguro que es un estado temporario, capitán, y en verdad no sé si condenar a quienes se volvieron contra mí o agradecerles. -Señalo con la cabeza hacia el castillo de proa-. Si me disculpa, capitán, tengo que atender necesidades que esperan desde hace mucho rato. Le quedaré muy agradecido si puede arreglar que yo hable con el capitán de este barco más tarde.
– Puedes estar seguro de eso, muchacho. -El hombre escupió otra vez.
Ruark atendió sus necesidades y después encontró comida y un jarro de ale. Esto último parecía la mercadería más abundante a bordo. Tomado su desayuno, buscó un rollo de cuerda en un lugar a la sombra y se tendió para recuperar el sueño perdido la noche anterior.
Cuando no faltaba mucho para el crepúsculo fue despertado y llevado á la cabina del capitán, donde fue sometido a un largo y silencioso examen por unos hombres sentados alrededor de una mesa.
Ruark nunca había visto caras más siniestras. Un mulato se echó adelante en su silla, apoyó sus gruesos brazos en la mesa y atravesó a Ruark con una mirada sombría.
– ¿Un siervo, dices? ¿Cómo sucedió eso?
Ruark pensó rápidamente mientras miraba las caras con cicatrices que lo miraban curiosas. Si estos eran buenas personas de cualquier sociedad, él era un niñito inocente.
– Asesinato. -Los miró a todos, uno por uno, y ninguno pareció sorprenderse-. Me compraron en la cárcel y me hicieron trabajar para pagar mi deuda.
– ¿Cómo saliste de la isla? -preguntó Harripen, escarbándose los dientes con las uñas.
Ruark se rascó perezosamente el pecho y sonrió lastimeramente.
– Una dama a quien no le gustó una muchachita retozona que estaba aguardándome en el henil.
– Debe de ser una dama muy rica por las monedas que pagó para verte lejos.
Ruark se encogió de hombros.
– ¿Qué guarda el hacendado en sus depósitos? -preguntó el capitán de la goleta-. ¿Tesoros? ¿Sedas? ¿Especias?
Ruark miró al hombre con una perezosa sonrisa y se frotó la barriga.
– Hace tiempo que no pruebo bocado, compañero. -Señaló con el pulgar las fuentes que seguían llenas en un extremo de la mesa-, ¿Puedo comer algo?
Le acercaron una pierna a medio comer de algún animal pequeño junto con un jarro de ale tibio. Ruark acercó una silla y se dispuso a comer.
– ¿Qué hay de esos depósitos?,-insistió el hombre de la cicatriz.
– Páseme el pan por favor, compañero. – Ruark se limpió la boca con el dorso de la mano y bebió un sorbo de ale. Cortó un trozo del pan que mojó en el jugo del plato, después tomó una camisa que colgaba del respaldo de su silla y se limpió las manos con ella.
– Ya has comido lo suficiente -gruñó el mulato-. ¿Qué hay en esos depósitos?
– De todo. – Ruark se encogió de hombros y soltó una carcajada burlona-. Pero no tiene ningún valor para ustedes. -Sonrió a los hombres que lo miraban ceñudos-. Nunca podrán entrar al puerto. -Hundió un dedo en el ale y dibujó sobre la mesa un círculo parcial, dejando sus extremos separados. Su dedo ensanchó el fondo del círculo-. Esto es el pueblo, donde están los depósitos -añadió para beneficio del mulato-.
Aquí -trazó una "X" en un extremo del arco- y aquí -trazó otra "X" frente a la primera- hay baterías de cañones. Para entrar al puerto hay que pasar entre ellos. -Trazó una línea a través de la abertura.
Ruark se echó atrás en su silla, miró los rostros que lo observaban y rió por lo bajo.
– Los harían volar en pedazos antes que se acercaran a los depósitos -dijo.
Ruark sólo había supuesto que podían ser piratas, pero ahora la decepción de sus rostros se lo confirmó. El inglés, Harripen, se echó atrás y nuevamente se limpió los dientes.
– Pareces muy alegre, muchacho -rugió-. ¿Podría ser que estés guardándote algo en la manga?
Ruark cruzó sus brazos desnudos y estuvo un largo momento sin responder, como si estuviera considerando un problema.
– Bien, compañeros -dijo con una sonrisa torcida- si yo tuviera una manga eso podría decirse, pero como pueden ver, nada tengo más que un triste par de calzones apenas dignos de ese nombre. De modo que, en mi pobreza, todo lo que yo posea me es muy preciado y tiene un precio. -Rió ante las expresiones súbitamente iracundas-. Como ustedes, yo no hago nada por nada. He observado mucho tiempo las debilidades de la isla de Trahern y conozco un camino para llegar con pocas pérdidas y con la probabilidad de muchas ganancias. -Ruark se inclinó, hacia adelante, apoyó los codos sobre la mesa y con un gesto les indico que se acercaran, como si fuera a confiarles algo-. Puedo mostrarles un camino para entrar y decirles dónde se guardan los dineros de la tienda y del propio Trahern.
Los piratas encontrarían en esos cofres dinero suficiente para que lo consideraran un buen botín, pero Ruark sabía que Trahern guardaba la mayor parte del dinero en su propia caja fuerte en la mansión.
– Por supuesto -Ruark se reclinó en su silla y pareció despreciar las expresiones ahora ansiosas de los piratas- si ustedes quieren la estopa y las balas de cáñamo de los depósitos, también pueden ir allí. -Esperó un momento, se encogió de hombros y extendió sus manos-. No tengo mucho más para ofrecer, caballeros. ¿Qué dicen?
El capitán mestizo francés sacó un cuchillo de hoja ancha y pasó el dedo por el filo bien asentado.
– Tienes tu vida, siervo -dijo con gesto despectivo.
– Ajá, tengo mi vida -dijo Ruark, y agregó-: Devolví el favor advirtiéndoles de la presencia de los cañones. Pero también les diré que el Hampstead, con veinte buenos cañones, está anclado en el puerto. Si
ustedes entraran en la rada tendrían que enfrentarse con eso. ¿Y cuánto tiempo resistirían?
– Sin duda, exigirás la parte de un capitán por tu plan -replicó sarcásticamente el mestizo- mientras nosotros arriesgamos nuestros pescuezos.
– La parte de un capitán estaría muy bien, gracias -aceptó Ruark con una risita, ignorando la ironía del otro-. No soy excesivamente codicioso. En cuanto a los pescuezos, yo los guiaré y de esa forma arriesgaré el mío por ambos lados.
– ¡Hecho, entonces! La parte de un capitán si tomamos el botín
– dijo el capitán Harripen, disfrutando el disgusto de su compinche francés-. Vamos muchacho, habla. ¿Cuál es tu plan?
Aunque no se notó ningún movimiento, la atmósfera de expectativa se intensificó sensiblemente. Todos eran todo oídos para escuchar los detalles del plan.
– Cerca del extremo oriental de la isla -improvisó Ruark- el agua es profunda y el barco podría llegar a menos de un cable de la costa.
– ¿Y por el oeste? -preguntó el mulato con recelo.
– ¡Poca profundidad! -replicó Ruark-. Dos o tres brazas, como máximo, con un arrecife frente a la costa. Lo más cerca que llegarían serían una o dos millas. – Ruark no quería que desembarcaran cerca de la mansión pero sus palabras eran, en su mayor parte, exactas, aunque no mencionó los hombres que patrullaban las costas de noche..
– ¡Deja que el muchacho hable! -interrumpió Harripen con impaciencia, y el mulato obedeció de mala gana.
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– En la colina hay un cañón de señales -empezó Ruark nuevamente.
– Sí, eso 1o sabemos. Lo oímos cuando llegamos -dijo el holandés.
– Un disparo es un barco avistado, pero si oyen dos es una alarma -continuó Ruark-. Ahora bien, ustedes pueden desembarcar una fuerza pequeña y yo les mostraré dónde obtener el mejor botín en la forma más sigilosa y sin despertar a toda la isla.
Las cabezas se acercaron y Ruark expuso para ellos su falso plan. El sabía que el cañón haría fuego y que de noche un disparo era 1o mismo que dos para dar la alarma. Donde él haría desembarcar a los piratas, el pueblo tendría una hora larga para prepararse, y ninguno de los pequeños botes que él había visto en la cubierta tenía capacidad para más de unos pocos incursores. Aun si eran arriados dos botes no podrían embarcarse en ellos más de treinta hombres y varios tendrían que quedarse a cuidar las embarcaciones. Trahern no tendría dificultad en despachar a la partida de desembarco y, con la tripulación de la goleta reducida, el Hampstead no tendría problemas en capturar al barco pirata.
A él no le sería fácil escapar una vez que estuviera en tierra aunque, seguramente, Trahern lo escucharía antes de castigarlo. Pero Ruark ya no se sentía obligado por ningún compromiso a seguir protegiendo el secreto de Shanna y diría la porción de la verdad que fuera necesaria.
Los capitanes piratas parecieron satisfechos con su plan y dejaron que Ruark regresara a su lecho de cuerdas. En la hora más oscura de la noche, la tripulación levó anclas y desplegó las velas. El barco apenas había empezado a moverse cuando Ruark encontró al inglés y al mestizo Pellier de pie ante él, apuntándole con sus pistolas.