– Un pacto como ese -dijo, más serio- torturaría a cualquier hombre y yo no puedo culparlo por eso. -Bajó la vista y miró al suelo, de repente serio y pensativo-. Y yo le he hecho mucho daño. Sí, yo le causé mucho dolor. Sin embargo, conmigo siempre se ha mostrado cortés. Desde luego, un siervo no podría hacer otra cosa.
– ¿De modo que se pone de su parte y en contra de mí? -preguntó Shanna con incredulidad.
Pitney respondió en tono inexpresivo.
– No sé cuál es su plan -dijo- pero yo no tengo nada que ver en eso.
Los ojos de Shanna se llenaron de lágrimas. Sollozó lastimeramente y puso en juego sus artimañas.
– Se me ha acercado varias veces -gimió- y trató de reclamar sus derechos.
– No puedo culparlo. El es un hombre y yo no soy tan viejo como para no apreciar que tiene buen gusto.
Shanna sintió la futilidad de sus ruegos y empezó a desesperar.
– ¡Lo quiero lejos de esta isla! ¡Esta noche! No me importa cómo, pero si usted no me ayuda encontraré a otro que lo haga.
– ¡Maldición! -rugió Pitney-. ¡No lo haré! Y no haré que usted quede con esa fechoría sobre su conciencia. Primero acudiré a su padre.
– ¡Ruark trató de violarme en los establos! -exclamó Shanna, con los ojos llenos de lágrimas furiosas.
Pitney se incorporó, evidentemente sorprendido.
– ¡Lo hizo! -gritó Shanna y se ahogó en llanto. Sus labios temblaban de vergüenza pues ella recordaba su propia respuesta apasionada-.Me derribó sobre el heno…
Retorciéndose las manos, Shanna se volvió, incapaz de continuar. No había mentido, pero sabía que la ausencia de toda la verdad distorsionaba el significado de la versión que daba.
Sin saberlo, Shanna dio a Pitney la confirmación de lo que decía porque había briznas de paja enredadas en los rizos que le caían en cascada sobre los hombros. Pitney podía comprender muy bien el apasionamiento de Ruark, pero se enfureció al pensar que Shanna pudo ser maltratada… por cualquiera.
Shanna consiguió detener sus sollozos.
– Lo odio -dijo-. No puedo soportar a ese hombre. No puedo volver a verle la cara… jamás. Quiero que se vaya de esta isla, esta misma noche.
Pitney no dio señales de haberla escuchado. Echó en el agua unas hojas de té que sacó de una lata y dejó la tetera a un lado mientras pensaba en lo que tenía que hacer. Esa misma mañana había entrado en el puerto un barco proveniente de las colonias. El capitán y algunos de sus marineros habían bajado para llevar un caballo a la mansión de Trahern. Pisándole aparentemente los talones a ese barco, había sido avistado otro que enarbolaba la bandera de la Compañía de Georgia. Podía ser una nave hermana de la anterior porque ancló a cierta distancia y sólo vino a tierra un bote pequeño con unos cinco hombres que fueron a la taberna a pasar el tiempo. Trahern registraría al barco colonial que estuviera, en puerto en busca de su siervo, pensó Pitney, pero si había monedas suficientes, quizá el capitán del otro navío pudiera ser persuadido a zarpar y se pusiera fuera de alcance.
– Por usted lo sacaré de la isla -murmuró finalmente Pitney, se caló el tricornio y agregó-: No permitiré que sea maltratada.
Se marchó, cerrando. la puerta tras de sí. Shanna quedó sola mirando la puerta. Sabía que se había salido con la suya pero no se sentía contenta.
Debía mantenerse alejada de la mansión hasta que Pitney concluyera su negocio. Se sirvió una taza de té y se sentó ante la mesa para beberlo. Las últimas ascuas del fuego se apagaron. En la casa vacía, las campanadas del reloj parecieron un eco de las palabras de Pitney.
¡Maltratada!
Shanna percibió súbitamente lo absurdo de ello, la grotesca falacia del mundo. Empezó a reír histéricamente y si alguien la hubiera escuchado habría dudado de su cordura.
Ruark yacía sobre su cama mirando al vacío cuando sonaron Cascos de caballo en el camino que llevaba a la cabaña. Se dirigía a la puerta cuando sonó un leve golpe en la madera. Lo invadió un gran alivio. Era Shanna, por supuesto. Pero cuando abrió, sólo encontró la cara ancha y colérica de Pitney. Entonces la noche estalló en un millón de luces titilantes antes que descendiera la oscuridad con el ruido sordo que hizo su cuerpo al caer sobre la alfombra.
El dolor en su cabeza hizo que Ruark se percatara del lento movimiento del suelo debajo de él. Parecía como si lo acunara, y con sus sentidos atontados sólo oyó unos extraños crujidos. Después se dio cuenta de que estaba amordazado y fuertemente maniatado y que tenía la cabeza cubierta con un saco mohoso. Reconoció el chirrido de toletes y el lento golpear del agua contra la madera. Sólo eso, y una respiración laboriosa cerca de él, le bastó para comprender que lo llevaban mar adentro en un bote de remos, aún no sabía por qué fechoría pero adivinó que todo era obra de Shanna. Se agitó amargamente en el oscuro vacío de su confinamiento. Ella ni siquiera había querido escuchado antes de condenarlo.
– Creo que esta vez es definitiva -dijo la voz de Pitney, y Ruark se dio cuenta de que el hombre estaba hablando solo. Permaneció inmóvil, fingiéndose inconsciente y escuchó las roncas palabras que penetraban en su dolorido cerebro-. No puedo arrojarte a los peces y quizá te espere un destino peor, pero ella dijo que me deshiciera de ti y tengo que hacerla antes que encuentre otra forma de hacerla. -Una larga pausa de silencio mezclada con el ruido de los remos, después un profundo suspiro-. Si por lo menos hubieras tenido el buen sentido de dejar en paz a la muchacha.
Te lo advertí una vez, pero supongo que lo olvidaste. Demasiado tiempo me he ocupado de la seguridad de la muchacha para dejar que alguien la tome por la fuerza. No, ni siquiera tú.
Ruark maldijo mentalmente y trató de aflojar las cuerdas de sus muñecas pero estaban atadas muy bien y muy apretadas. Era inútil luchar, de todos modos. No creía que Pitney le quitaría la mordaza para escucharlo y menos cuando Shanna lo había convencido.
Los remos se movieron más despacio y una voz llegó hasta el bote. Pitney respondió y momentos después Ruark fue levantado sobre un hombro y arrojado sin ceremonias sobre la cubierta del barco. Ruark contuvo un gemido y permaneció sin moverse, aunque le parecía que todo su cuerpo palpitaba con el dolor de su cabeza. No pudo entender las palabras del diálogo que siguió pero oyó el tintinear de monedas mientras era contada una suma considerable. Unas fuertes pisadas cruzaron la cubierta y Ruark supo que Pitney se marchaba. No mucho después le quitaron el saco de la cabeza y arrancaron la mordaza de su boca. Le arrojaron un balde de agua salada y rudamente lo hicieron ponerse de pie. Todavía maniatado, lo amarraron a un mástil.
Acercaron una linterna y en su luz apareció una fea cara.
– Muy bien, muchacho -dijo una voz ronca y áspera-. Quédate quieto aquí hasta que podamos ocuparnos de ti.
La linterna se alejó. En medio de órdenes en voz baja fueron izadas el ancla y las velas. Pronto una fresca brisa matutina acariciaba. el rostro de Ruark y la goleta cabalgaba sobre las olas. Ruark giró el cuello y vio que las luces de Los Camellos, cada vez más lejos, se perdían de vista. Por fin Shanna lo había hecho abandonar la isla.
Ruark suspiró resignado y apoyó nuevamente su cabeza en el mástil. De alguna manera encontraría una forma de regresar y renovar sus reclamaciones. Esto nada cambiaba. Ella aún era su esposa: Pero primero debía superar lo mejor posible esta situación y sobrevivir.
Ruark pasó su primera noche a bordo atado a la base del mástil principal. La goleta apenas había perdido la isla de vista cuando echó el ancla otra vez. Con excepción de la guardia en el alcázar, el navío parecía desprovisto de vida. Sólo cuando hacían dos horas y que había salido el sol, un tripulante pasó lo suficientemente cerca para que Ruark lo llamara. El hombre se encogió de hombros y se dirigió a la popa. Momentos más tarde llegó un inglés corpulento quien después de estar unos minutos apoyado en la borda, vio a Ruark y fue a su lado.
– Yo. diría, señor -dijo Ruark, iniciando la conversación- que hay pocos motivos para tenerme atado, pues no les he hecho ningún dasafio y ciertamente no pienso hacérselo. ¿No sería posible que me desaten para poder atender a mis necesidades?
– Bueno, muchacho -dijo el inglés-, no tenemos motivos para causarte incomodidades pero tampoco veo razón para confiar en ti. Vaya, si ni siquiera te conozco.
– Ese problema se soluciona muy fácilmente -repuso Ruark-. Me llamo Ruark. John Ruark, hasta hace poco siervo de Su Majestad lord Trahern. -Tuvo la inspiración de pronunciar el apellido en un tono levemente despectivo-. Me doy cuenta de que usted ha recibido una suma importante para recibirme a bordo y diría que como pasajero que tiene su pasaje pagado, por lo menos debería disfrutar de libertad en el barco -Señaló con la cabeza hacia el horizonte-. Como podrá usted imaginar, no tengo intenciones de abandonar la cubierta.
– En eso no veo inconveniente. -El hombre escupió por arriba de la borda. Sacó un cuchillo y probó el filo con su pulgar-. Me llamo Harripen o Capitán de mi propio barco cuando estoy a bordo. Harry, para, mis amigos. -Se inclinó y con rápidos movimientos cortó las cuerdas que tenían a Ruark asegurado al mástil.
– Muchas gracias, capitán Harripen. -Ruark eligió el título más, respetable y se frotó vigorosamente las muñecas para restablecer la circulación-. Estoy en deuda con usted.