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Una puerta se cerró violentamente. Shanna se levantó, tomó una vela, cruzó su saloncito y salió al pasillo. Hergus había dicho que todos los hombres habían salido con el hacendado. Si él había regresado, entonces los sirvientes tenían que haber venido con él. Pero la casa estaba a oscuras y por primera vez en su vida le pareció extrañamente amenazadora.

– ¿Quién está ahí? -preguntó Shanna desde la cima de la escalera y trató de ver entre las sombras de la planta baja.

No obtuvo respuesta, sólo un denso y opresivo silencio. Shanna puso valientemente un pie en la escalera y empezó a descender lentamente, atenta, esperando un sonido familiar que aflojara sus tensiones. Una pisada apagada rompió la fantasmal quietud y Shanna sintió que se le erizaba 1a piel de la espalda. Pero juntó coraje, y terminó de bajar la escalera, protegiendo con su mano la llama de la vela.

– ¿Quién es? i Sé que usted está ahí!

Había dado solamente dos pasos desde la escalera cuando una mano velluda surgió de la oscuridad y arrebató la vela. Shanna ahogó una exclamación y giró. La luz fue levantada hasta que reveló una cara picada de viruelas; una cicatriz que la recorría en toda su longitud tiraba hacia bajo del ángulo de un ojo en un curioso pellizco de piel. Una sonrisa repulsiva dejaba ver unos dientes disparejos, ennegrecidos. En ese momento de terror de pesadilla, pareció que el demonio había tomado forma humana.

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