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Aflojó su camisa de lino, se la quitó y fue hasta el lavabo que había en su dormitorio donde, no teniendo otra cosa que hacer, se afeitó y lavó de su cuerpo el sudor del día. Se enjuagó la boca para quitarse el gusto amargo y se puso unos calzones cortos antes de salir al pequeño porche para aprovechar el fresco de la noche. Aunque ligeramente mareado, como si todavía persistieran en él algunos de los efectos del ron, tenía una sensación de bienestar y la mente despejada.

La luna estaba baja, como rozando las copas de los árboles. Donde atravesaba el denso follaje, iluminaba la fresca, pero extrañamente tensa noche, con un resplandor fantasmagóricamente gris. Ruark sintió en su interior un impulso que lo inquietó. La noche parecía llamarlo, las sombras invitarlo. Salió del porche y sintió la humedad del rocío en sus pies desnudos. Atravesó el cerco de arbustos y caminó entre los altos árboles. La mansión lo atraía. Su gran masa oscura recortabas debajo de los árboles más delgados. Ahora todas las luces estaban apagadas y él supo que los habitantes habían regresado y que estaban acostados.

Un bulto familiar apareció junto a él y Ruark tendió una mano para palpar el tronco y logró identificar el árbol que crecía delante del balcón de Shanna. Apoyo un hombro en la confortable columna de madera y miró hacia arriba, hacia las puertas abiertas de la habitación de ella. Su mente empezó a vagar hasta que llegó a una escena de Shanna dormida al lado de ese desgarbado caballero inglés. La visión fue sumamente desagradable y Ruark la expulsó rápidamente de su mente. Así liberados, sus pensamientos retrocedieron a una noche, cuando él la había observado durante el sueño, con su cabello dorado y miel extendido en cascadas a través de la almohada y enmarcando su rostro perfecto. Recordó después otras escenas de amor que con ella había compartido hasta que el ardor que sentía en su interior se convirtió en una exótica tortura y él se encontró debajo del balcón, estirándose hacia arriba, tratando de tomarse de, la enredadera."

Shanna flotaba en un sueño profundo, un limbo, un vacío interminable. Nadaba en un mar suavemente ondulante y de aguas color turquesa. Empezó a sentir un poco de miedo cuando advirtió que no había tierra a la vista, ni siquiera las nubes con tonalidades verdosas que reflejaban su presencia, pero entonces el miedo desapareció. A su lado, los brazos dorados de un hombre seguían las brazadas de ella. El hombre se volvió y ella vio el rostro de Ruark, con el blanco relámpago de una sonrisa. Los labios de él se movieron en un ruego silencioso y en seguida él arqueó su espalda musculosa y se zambulló debajo de las olas. Ella lo siguió riendo y se sumergió hasta donde la luz se desvanecía en una penumbra de color verde oscuro e interminables hilos de algas se enroscaron alrededor de los dos, uniéndolos en un beso interminable. Ella no sentía necesidad de respirar. Eran como dos ninfas flotando en un nirvana oceánico, cada vez más profundo, más profundo. Entonces, súbitamente, se encontró sola…

El rostro de Ruark volvió con proporciones gigantescas flotando sobre ella. Se acercó más pero ella no pudo tocarlo. Parpadeó, movió la cabeza tratando de borrar esa visión. Súbitamente sintió que estaba despierta y que él estaba allí. Tenía los brazos apoyados a cada lado de ella, sus labios se movían y su voz le decía, suavemente, como un niño que implorara un favor:

– Shanna… ámame… ámame…

Con un pequeño grito de bienvenida ella levantó los brazos y lo atrajo hacia ella. Se arqueó contra él, abrió los muslos y sintió que él la penetraba mientras su cuerpo tembloroso se entregaba sin reservas. Los dos eran uno, perteneciéndose y poseyéndose, dando y tomando.

Una vez saciados quedaron abrazados, Shanna tibia y segura en brazos de él, sintiendo esa extraña paz que no sentía en ninguna otra parte. No había vergüenza, ninguna sensación de ser ultrajada, ni el menor asomo de remordimiento por haberse rendido una vez más. Shanna suspiró de contento y besó a Ruark en el cuello. El lento redoblar del corazón de él la acunó hasta que se quedó dormida.

En la quieta y profunda oscuridad que precede al amanecer, Shanna despertó de repente y se dio cuenta de que Ruark estaba apartándose de su lado.

– Aguarda, encenderé una vela -murmuró ella semidormida. – Pensé que dormías -susurró él, besándola en la boca.

– Así era hasta que te moviste -repuso ella suavemente-. El amanecer llega tan pronto…

– Sí, amor mío. Demasiado pronto.

Ella era como una frágil avecilla apoyada contra él y Ruark casi temía moverse para que no huyera volando. Los suaves y delicados pezones le transmitían su calor, y sabiendo que pronto tenía que marcharse, Ruark se sintió atormentado.

Shanna se apartó para encender una vela. Después se volvió y le sonrió. Ruark medio gimió y medio suspiró de deseo al verla.

– Eres una hechicera, una hermosa y dulce hechicera.

– ¿Una hechicera? Vaya, tomas lo mejor que tengo para ofrecer y después me insultas. ¿Es así como guardas tus monedas, desahogando tu virilidad en inicuos burdeles y después protestando por que te han estafado?

Lo mordió suavemente en la oreja y levantó un puño amenazador.

– Por favor, señora, tenga piedad -dijo Ruark, con fingido terror-. Esta noche he sido maltratado.

– ¡Maltratado! -exclamó Shanna-. Ciertamente; bribón, pronto sabrás lo que es ser maltratado. Arrancaré de tu pecho tu perverso corazón y lo arrojaré a los cangrejos. Cómo te atreves a llamarme hechicera cuando la pequeña Milly es tan dulce, tonta y dispuesta. Juro que te arrancaré algo más que el corazón.

Una extraña nota de sinceridad en las bromas de Shanna hizo que Ruark la mirara intrigado, pero Shanna se limitó a reír perversamente y después le dirigió una mirada cargada de sugestión que lo hizo enardecerse nuevamente. Satisfecha con la rapidez de la respuesta de él, Shanna se sentó sobre sus talones.

– ¿Una simple mirada? ¿Milly puede jactarse de una cosa semejante? ¿Esa criatura sosa capaz de tentar al dragón Ruark? ¡Ja! He visto cosas mejores en mi vida.

Ruark se relajó sobre la cama y cruzó los brazos debajo de su cabeza.

– Eres una hechicera atrevida, Shanna Beauchamp. Tan atrevida como para domar a un dragón.

La abrazó, la atrajo hacia sí y, una vez más, el tiempo cesó de existir, aunque en el horizonte el cielo empezaba a aclararse.

Tarareando una alegre tonada, Shanna bajó llena de gozo las escaleras para desayunar. Sorprendió a Herta saludándola con un abrazo y la anciana casi quedó mirando a su joven ama con la boca abierta. Ciertamente, era raro que Shanna apareciera antes que Trahern bajara de sus habitaciones, y nunca tan alegre. Mezclando carcajadas con sus palabras, Shanna despidió a Jasón para hacer entrar en la mansión a John Ruark, el siervo. Intrigada, Berta se fue a los fondos de la casa, sacudiendo desconcertada la cabeza. Shanna apenas notó la confusa retirada de la mujer e hizo a Ruark una reverencia y aceptó su cálida mirada de admiración.

– Parece que no ha sufrido ningún daño en su cacería de brujas, señor Ruark -dijo Shanna- ¿Ninguna cicatriz? ¿Ninguna herida sangrante causada por las garras de la hechicera?

El sonrió lentamente, le tomó una mano y fingió estudiar sus uñas largas y cuidadas mientras Shanna lo miraba desconcertada.

– No, no se ve nada, mi lady. Solo se desprendió un pequeño trozo de piel cuando ella me arañó.

Shanna echó la cabeza hacia atrás y retiró su mano.

– Está diciendo tonterías, señor. Yo nada recuerdo…

– ¿Te digo lo que susurrabas en la oscuridad? -la interrumpió Ruark, hablando en voz baja e inclinándose ligeramente hacia ella.

– yo nada dije -empezó Shanna, a la defensiva, pero sintió curiosidad. ¿La habrían traicionado sus pensamientos? ¿Había pronunciado palabras comprometedoras?

– En sueños, suspirabas y decías "Ruark… Ruark…,

Shanna enrojeció ligeramente y en seguida se volvió para no sentir la mirada penetrante de él.

– Vamos, Ruark, creo que oigo a papá bajando la escalera. Y el señor Ralston estará aquí en cualquier momento. No tendrás que esperar mucho.

Shanna lo condujo al comedor y allí, momentos más tarde, saludó a su padre con un beso en la mejilla.

Sir Gaylord era de levantarse tarde. La conversación en la mesa del desayuno fue prolongada y bien salpicada de comentarios y diversas opiniones sobre el aserradero, pero él no se presentó hasta mucho después que Ruark y el hacendado hubieron partido para inspeccionar los trabajos del aserradero. De modo que sucedió que el señor Ralston, después de ser fríamente saludado por Shanna, quedó solo para dar los buenos días al inglés cuando éste entró en el comedor.

– Yo diría que hace un día espléndido -comentó Gaylord, tomando una pizca de rapé. Estornudó en su pañuelo de encaje-. Quizá invite a la viuda Beauchamp a dar un. paseo. Sin duda ella estará ansiosa de la compañía de un caballero después dé estos meses de viudez. Una mujer tan joven y hermosa. Estoy prendado de ese dulce rostro.

Ralston cerró sus libros de contabilidad y estudió al hombre. En sus ojos oscuros apareció un brillo calculador.

– Yo sugeriría un poco de cautela en ese asunto, señor. Conozco a la señora Beauchamp desde hace años y ella parece sentir una aversión natural hacia la mayoría de los hombres que la cortejan. Puedo decirle muchas cosas de ella, aunque me considero entre aquellos a quienes ella detesta.

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