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– Quizá -dijo- a su padre le interesará una inversión más conveniente, señora. Beauchamp. Mi familia ha adquirido un astillero en Plymouth, muy prometedor, y con la fortuna de su padre…

Nuevamente el caballero se equivocó como tantos otros antes que él, pero sir Gaylord difícilmente entendió lo que había detrás de la mirada de soslayo de Shanna. En cambio, quedó súbitamente fascinado con las ventajas que le daba su altura. Como le llevaba a Shanna más que una cabeza, disfrutaba de una vista muy placentera de lo que había detrás del corpiño del vestido de ella cada vez que miraba en esa dirección, cosa que ahora sucedía muy a menudo.

– Viendo dónde se posaba la mirada del caballero, Ruark. sentíase cualquier cosa menos jovial. Ocultó su rabia detrás de un pichel rebosante de ale al que bebió hasta la última gota. Después de presenciar esta hazaña Shanna lo miró con expresión interrogativa pero sir Gaylord se interpuso nuevamente entre ellos y la tomó del brazo. Inclinándose sobre ella con algún comentario frívolo, la alejó disimuladamente de Ruark.

Ruark no tuvo tiempo de reaccionar porque su propio brazo fue aferrado por la enorme zarpa de Trahern. Mientras se dejaba llevar, oyó un torrente de ansiosas palabras que empezaron con:

– Ahora, en cuanto al aserradero. ¿Cuándo cree usted que…? Ruark no se dio cuenta de lo que respondió porque en su mente el resto de la conversación estuvo cubierto por una bruma de cólera a través de la cual solamente veía la espalda del amanerado sir Gaylord.

Trahern lo dejó cuando llegó un convoy de carros de la mansión. Los servidores de la casa. del hacendado bajaron de los vehículos y empezaron a preparar una larga fila de mesas que rápidamente fueron cubiertas con barriles de ale y cerveza y otros más pequeños de vinos seleccionados, dulces y secos, tintos y blancos. Un último carro se abrió y de él sacaron mitades todavía humeantes de cordero, cerdo asado, aves de todas clases y una gran variedad de pescados y mariscos, todo acompañado de salsas delicadas para complementar las carnes y estimular al paladar. Las damas de la isla trajeron sus propias preparaciones para sumarias al festín. Cuando Shanna llevó a sir Gaylord a inspeccionar las viandas, él extendió sus manos en gesto de rendición y rió frívolamente.

– Es gracioso que me vea abrumado por esta abundancia en una isla tan pequeña. Vaya, seguramente esto puede competir con las meriendas campestres que ofrecen en Inglaterra mis propios parientes.

No, advirtió las miradas indignadas de varias damas y tomó por alentadora la sonrisa divertida de Shanna. Trahern, quien se les había acercado a tiempo para oír este último comentario, se apresuró a enmendar el error de su invitado.

– Ah, sir Gaylord, es que usted no ha probado los magníficos platos preparados por las damas pues de haberlo hecho estaría de acuerdo en que ninguna merienda campestre del mundo podría competir con ésta.

Ruark, quien los había seguido lentamente, tomó sin muchas ganas otra ale para beberlo mientras observaba al afectado sir Gaylord. El caballero se secaba repetidamente la frente con un pañuelo de encaje y parecía sufrir mucho el calor. Ruark no perdía la esperanza de que el hombre se desplomara a causa de ello. Pero por lo menos con la cercana presencia de Trahern, sir Gaylord dirigía sus ojos a algo menos atractivo que el corpiño del vestido de Shanna.

– John Ruark.

Ralston lo señaló con su fusta y se le acercó. Ruark se detuvo para esperarlo aunque sus ojos no se despegaban.de ese pequeño toque de color rosado casi oculto por la alta y desgarbada silueta del caballero. Ruark no se daba cuenta de que Shanna también lo miraba por encima del brazo del inglés mientras sonreía y asentía ante la charla sin sentido del hombre. Ruark só10 se percató de que sir Gaylord la alejó nuevamente, hacia el extremo de una mesa separada donde los sirvientes estaban poniendo sus platos.

– John Ruark -dijo Ralston, llamándole la atención en tono cortante y enrojeciendo de ira cuando Ruark respondió lentamente y por fin se volvió para encontrarse con la mirada fría y penetrante-. Sugiero, señor Ruark, que trate de mantener bajo control sus deseos, aunque comprendo muy bien la causa.

– Ralston señaló despreocupadamente en dirección a Shanna-. Recuerde que ustedes un siervo y no piense que puede elevarse por encima de su posición mientras yo estoy aquí. Largo tiempo ha sido mi obligación mantener a la gentuza lejos de la puerta de Trahern. Ciertamente, usted parece descuidar sus obligaciones. Sugiero que vaya a ver la molienda a fin de vigilar que todo se haga como es debido. Sería una vergüenza que los jugos se perdieran, porque estos primeros deberían convertirse en un destilado especial.

– Con el debido respeto, señor -dijo Ruark entono mesurado y difícilmente controlado-, el maestro destilador aprobó la ubicación de cada piedra y ha demostrado su capacidad. No me parece que yo, con

menos experiencia en el asunto, tenga que supervisar su trabajo.

– Para mí es muy evidente, señor Ruark -el título fue dicho entono despectivo-

Que últimamente usted presume demasiado. Haga lo que le he dicho y no vuelva hasta que el trabajo esté terminado.

Pasó un largo momento hasta que Ruark asintió y se alejó a hacer lo que le decían.

Cuando todos los invitados estuvieron sentados en sus lugares, Shanna se encontró al lado de sir Gaylord y cuando miró alrededor de la mesa notó que el plato de Ruark había sido puesto lejos de su lugar habitual cerca de su padre y que todavía no le habían servido. Notó en seguida el arribo de Ralston y la sonrisa relamida que se dibujaba en sus labios habitualmente taciturnos.

Ralston se sentó en el medio de la mesa y miró con obvia satisfacción el lugar vacío de Ruark. "Por una vez" pensó, "ese bribón está donde tiene que estar, haciendo lo que tiene que hacer, trabajando a fin de que sus superiores puedan descansar”.

Al levantar la vista, el agente encontró la mirada de Shanna, quien lo miraba fijamente y ceñuda. Rápidamente Ralston volvió su atención a su comida, sin importarle que no fuera la sencilla comida inglesa que él prefería habitualmente.

El día de Ruark había llegado a su cenit con el éxito del trapiche. Después empezó a hundirse en una serie de rápidas caídas hacia su nadir. Sin embargo, este punto no fue alcanzado hasta más tarde, cuando al regresar del trapiche, oyó que la señora Hawkins y el señor MacLaird hablaban de las ventajas de que la hija del hacendado se casara con un lord. Escuchó un momento y después se alejó disgustado, para encontrarse nuevamente escuchando sin querer cuando Trahern se explayaba sobre las presuntas virtudes como yerno que podía presentar un caballero. El punto más bajo llegó, en verdad, cuando Ruark oyó que el capitán de la fragata y el mayor de los Royal Marines comentaban la decisión de sir Gaylord de viajar a las colonias con los Trahern. El caballero hasta había arreglado que parte de su equipaje fuera llevado a la mansión mientras que la porción más grande sería llevada a Richmond en la fragata para esperar allí su arribo con los Trahern. Ellos sospechaban que el caballero estaba buscando una esposa de fortuna y que había puesto sus ojos en la hermosa hija del hacendado.

Las palabras fatales no estaban escritas en la pared pero ardían furiosamente en la mente de Ruark. La escena estaba preparada para que ese relamido petimetre se ofreciera como esposo de Shanna. Mientras vaciaba su copa por duodécima vez, Ruark gruñó para sí mismo que ella no parecía demasiado a disgusto con el caballero y que se había mostrado llena de graciosa amabilidad durante toda la tarde.

Ruark no se disculpó y se retiró de la celebración. Tomó de la mesa una botella grande y llena, buscó su vieja mula y se alejó colina abajo.

Como era habitual, Shanna era el centro de atención. Los oficiales de la fragata se le acercaban a hacerle cumplidos y se demoraban para disfrutar unos momentos más la brisa refrescante de femenina pulcritud

después de largas semanas en el mar. Los músicos subieron a la plataforma y empezaron a tocar para entretener a la multitud. Un joven capitán bailó un rigodón con Shanna y alentó a los otros oficiales a solicitar el mismo favor. La fiesta hubiera debido alegrarla pues a Shanna le gustaba bailar y disfrutaba de la compañía de hombres alegres. Sin embargo, esta tarde había en su placer una nota extrañamente discordante Y cuando llegaban los raros momentos en que quedaba sola, se preguntaba intrigada por los motivos de su mal humor. La fiesta empezó a parecerle interminable y llegó a sentirse fastidiada por el tedio que le producía. Siguió sonriendo graciosamente pero su alivio fue inmenso cuando su padre sugirió por fin que dejaran que los pobladores se divirtieran a sus anchas e invitó a sus acompañantes a partir. A Shanna le pareció que el viaje de regreso no terminaría jamás y ni siquiera la espléndida vista de los rompientes iluminados por la luna logró conmoverla. Cuando llegó a la mansión se disculpó rápidamente con sir Gaylord, quien arrugó el entrecejo con desaprobación, y buscó el tranquilo refugio de sus habitaciones.

Ruark despertó sobresaltado. En un momento estaba dormido y al instante siguiente se halló completamente despierto. No pudo encontrar una razón para ello. Estaba alerta y parecía gozar de buena salud, aunque se había quedado dormido en un sillón donde había estado bebiendo de una botella. Ruark sacó el corcho, olfateó e hizo una mueca ante el olor picante del aceitoso ron negro. Nunca había llegado a gustarle esa bebida y prefería las variedades más claras y suaves.

El reloj que estaba a sus espaldas sonó una sola vez y Ruark vio que era la una de la mañana.

Se levantó de su sillón y fue hasta la ventana. Old Blue estaba en su pequeño corral, aunque la puerta se encontraba abierta, dormitando debajo del cobertizo que había construido Ruark.

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