Gaylord aplicó su pañuelo a su labio superior.
– ¿Cómo, entonces, mi buen hombre, me propone ayudarme si no puede ayudarse usted mismo?
la boca delgada de Ralston casi sonrió.
– Si usted consiguiera casarse con la viuda gracias a mis consejos, ¿estaría dispuesto, en retribución, a dividir la dote?
Ralston había adivinado. Gaylord estaba ansioso de llegar a cualquier acuerdo que le permitiera hacerse de una fortuna y restablecer la alicaída riqueza de su familia. El caballero no ignoraba la magnitud de la fortuna de Trahern y estaba decidido a sacarle el mayor provecho por medio de un casamiento con la viuda o de acuerdos con el hacendado. Su astillero heredado estaba en malas condiciones y necesitaba de una buena cantidad de dinero para recuperarse. Si Trahern aportaba lo suyo, él podría compartir una simple dote con este hombre.
– Como caballeros -dijo Gaylord, y tendió su mano. El pacto quedó concertado..
– Primero que nada, le sugeriría que impresione al hacendado con su importancia en la corte y su buen nombre -dijo Ralston-. Pero tiene que estar advertido. Si la señora Beauchamp sospecha que me ha tomado como consejero, todo estará perdido. Ni siquiera convenciendo de sus méritos al hacendado lograría enmendar ese error. De modo que tenga cuidado, amigo mío. Tenga especial cuidado cuando corteje a la viuda Beauchamp.