– No, John Ruark. Entre, muchacho -dijo Trahern y miró al capitán Beauchamp-. He aquí un hombre al que tiene que conocer. Un colonial como usted, señor. Se ha hecho sumamente valioso aquí.
Cuando Ruark se acercó a la mesa, Trahern los presentó. Se estrecharon rápidamente la mano. El capitán, con una sonrisa torcida, miró fijamente los calzones cortos que llevaba Ruark.
– Se ha adaptado muy bien al clima de aquí, señor. En ocasiones, yo también he acariciado la idea pero temo que mi esposa se sentiría muy disgustada al verme paseándome como un salvaje semidesnudo.
La barriga de Trahem se sacudió de risa contenida mientras Ruark se sentaba y lanzaba una mirada dubitativa al capitán.
– Es cierto que el señor Ruark ha trastornado a unas cuantas damas con su atuendo. Todavía hay que ver si ha sido por desagrado o aprobación. Cuando yo vea a cuáles de las jóvenes doncellas empieza a hinchársele la barriga, quizá tenga la respuesta.
Bajo la divertida mirada de Nathanial, Ruark se agitó incómodo en su silla. Aceptó prestamente una humeante taza de café que le ofreció Milán y prestó atención cuando el sirviente le llenó el plato. Mientras el hombre de color buscaba un bol de barro, Ruark cambió de tema y se dirigió a Trahern
– Vengo por los bocetos del aserradero si es que ha terminado de estudiarlos, señor. Queremos empezar a poner las primeras piedras esta tarde. La destilería estará terminada antes de fin de mes y no veo razón para demoramos.
– Muy bien -declaró Trahern-. Haré que un muchacho los traiga de mi estudio mientras usted come.
La conversación pasó a una cantidad de temas y el asunto de las colonias surgió otra vez. A las preguntas del hacendado, Ruark respondió en forma muy semejante a la del capitán. Cuando terminaron el desayuno, Nathanial se limpió la boca con una servilleta y se volvió hacia Trahern.
– Cuando vaya a las colonias, señor, le será conveniente tener con usted a alguien que conozca el país, como este hombre. Mi esposa y yo tenemos una casa en Richmond, pero el hogar de mis padres, y estoy seguro de que querrán conocerlo, está a unos dos días de viaje de allí. Si piensa seriamente en viajar, yo podría llevar antes a mi esposa a la de mi gente y enviar de regreso los carruajes para que lo recojan a usted. Los cocheros conocen el camino, por supuesto, pero usted podría desear tener a su lado uno de sus hombres.
Ruark frunció ligeramente el entrecejo. Su único pensamiento era Shanna y la posibilidad de separarse de ella. La perspectiva de ir a las colonias y dejarla en la isla no lo atraía mucho.
– ¡Claro! ¡Claro! -admitió Trahern con entusiasmo-. Es una buena idea. Sin duda, el señor Ruark le agradará visitar su tierra natal.
Ruark luchó contra la sensación de malhumor que empezaba a crecer en su interior y no logró disimular del todo su consternación.
Nathanial Beauchamp no prestó atención a Ruark y rió con ganas.
– y debe traer a su encantadora hija -dijo-. Seguramente con quistará a todos los mozos solteros de allí y también a muchos casados. Para mis padres será un placer tenerlos a ustedes dos como huéspedes en su hogar y a cualquier otra persona que quieran llevar con ustedes. Ciertamente, le pido que invite a quienes desee y que se quede el tiempo suficiente para satisfacer su curiosidad acerca del lugar.
– Octubre, quizá -pensó Trahern en alta voz-. Sería por esa fecha, después de las cosechas en las colonias, a fin de que yo pueda ver los productos que tienen disponibles. -Se incorporó de su silla y estrechó la mano de Nathanial, quien también se puso de pie-. Convenido. Allí iremos.
Cuando Trahern y el capitán cruzaron el vestíbulo y, salieron de la casa, Shanna se ocultó en la escalera y aguardó hasta que Jasón cerró la puerta tras ellos y regresó a los fondos de la casa. Entonces bajó corriendo la escalera con la esperanza de alcanzar a Ruark antes que se marchara. Su preocupación eran tanto la modestia como el secreto porque había despertado al oír que su padre hacía una pregunta a John
Ruark desde el hall de entrada, y en su prisa sólo se había puesto una delgada bata sobre su brevísimo camisón. Buscó esta oportunidad de hablar con Ruark y 1o encontró de espaldas a ella, silbando suavemente mientras reunía en una pila los dibujos que estaban sobre la mesa.
Ruark enrolló prolijamente los bocetos, metió el rollo bajo el brazo y se dispuso a marcharse. Se detuvo abruptamente cuando vio a Shanna que cerraba la puerta tras de sí y lo miraba con una expresión de firme determinación.
– ¡Cielos! -exclamó Ruark-. Una auténtica ninfa brotada de las paredes para llamar mi atención en el comedor. Y casi desnuda, además.
Shanna bajó rápidamente los ojos y se ruborizó cuando vio lo precario de su vestimenta. En su prisa por alcanzar a Ruark había dejado su bata abierta y la transparencia del camisón de batista no dejaba nada por adivinar. Sin embargo, él había visto más que esto y, ciertamente, había más que visto lo que ella exhibía, de modo que Shanna no sintió más que un fugaz embarazo ante la atenta mirada de Ruark.
– Bien, Ruark, te has vuelto mezquino con tu presencia. Anoche sentí tu ausencia.
Mientras hablaba, Shanna se acercó cautamente a él, como una gata hambrienta que acecha a un ánade grande y ve la deseada comida pero es consciente del peligro que representa acercarse demasiado.
Ruark sonrió perezosamente, con los ojos resplandecientes mientras contemplaba la abundante belleza y admiraba las curvas de los pechos debajo de la delgada prenda.
– Sólo por exigencias de mi trabajo, Shanna. El trapiche está casi terminado. Por más que deseaba estar cerca de ti, mi presencia era necesaria.
– Por supuesto. -Shanna lo miró con expresión de abierta sospecha-. Vi la nota que enviaste a mi padre. Una coincidencia muy conveniente, si es que hay algo entre tú y ese otro Beauchamp.
– ¿Cómo? -Ruark enarcó las cejas en expresión de interrogación.
– O quizá haya demasiado poco entre ustedes dos. -Shanna ladeó levemente la cabeza y lo miró-. ¿Soy en verdad la señora Beauchamp? ¿O fue sólo una elección que en su momento te convenía?
Ruark se alzó despreocupadamente de hombros.
– No hay forma de probártelo, Shanna, ¿pero el magistrado no habría verificado ese apellido? Y por supuesto, tú preguntaste mi nombre al buen señor Hicks antes de verme, de modo que yo no pude haber elegido entonces mi apellido. Considérate la señora Beauchamp, pero si no puedes aceptar eso como la verdad, entonces hazte llamar señora Ruark, o como más te plazca. Pero juro…
– ¡Basta! -Shanna levantó una mano-. No jures. No hagas más juramentos ni pactos conmigo. El último que hicimos juntos ya me ha costado mucho.
Ruark la estudió atentamente.
– Últimamente te has mostrado bastante distante, Shanna. ¿Quizá hay algo que quieres decirme?
El dejó flotando la pregunta pero bajó la vista hacia el vientre suave y plano debajo de la ligera prenda.
Shanna captó el significado.
– No te preocupes -dijo en tono levemente burlón-. No llevo un hijo tuyo en mi vientre. ¿Pero qué respondes a mi otra pregunta? ¿Has conocido a este capitán Beauchamp?
– Sí, amor. -Ruark sonrió-. Esta misma mañana hemos desayunado juntos.
– ¿Y dices que no son parientes? -Casi contuvo el aliento aguardando la respuesta. Ruark la miró tan fijamente como ella a él.
– Shanna, si lo fuéramos, ¿podrías darme una razón para que yo esté todavía aquí?
La curiosidad de Shanna transfórmese lentamente en perplejidad. Por fin bajó la vista y se volvió.
– No -dijo en voz baja-. Eso me confunde. Y por supuesto, tú te marcharías de aquí y serías libre… si pudieras.
Ruark se acercó y deslizó un brazo debajo de los pechos de ella Shanna no se resistió ni se apartó sino que emitió un suspiro trémulo.
– No me toques así, Ruark. No volveré a correr el riesgo porque nos traería problemas.
El le rozó la oreja con los labios y murmuró: -Entonces te dejaré, ninfa doncella, y me marcharé… por un precio.
Shanna se volvió entre los brazos de él y lo miró a la cara.
– Sólo un beso -pidió Ruark-. Un instante fugaz de tu tiempo. Un pequeño soborno. Una golosina dulce, pequeña, para saborear durante todo el día.
Shanna consideró el precio pequeño como una forma fácil de deshacerse de él. Se elevó en puntas de pie y le rozó ligeramente la boca con los labios, y se hubiera apartado pero él la retuvo firmemente.
Ruark suspiró, como si se sintiera decepcionado.
– Shanna, ni con la imaginación más miserable podría decirse que eso ha sido un beso. -La miró a los ojos, sonrió y dijo-: Veo que has vuelto a tus antiguos hábitos.
Shanna había jugado en muchas ocasiones á ser coqueta y la irritó que él la acusara de fría o ingenua. Por eso levantó los brazos que puso alrededor del cuello de Ruark y empezó a mover lentamente su cuerpo en una forma seductora, rozándole las piernas con sus muslos desnudos y acariciándole el pecho con sus pechos apenas cubiertos. Había aprendido mucho de él y ahora usó esos conocimientos en una forma sumamente provocativa y le dio un beso que hubiera podido incendiar a toda la Selva Negra. Bastó para que los miembros de Ruark perdieran toda su fuerza. Sin embargo, no todo fue unilateral, como Shanna había pensado, porque ella resultó víctima del ardiente beso como él. Era un néctar fuerte, embriagante, que una vez probado exigía que se repitiera. Cuando ella por fin apartó sus labios, no se separó de él sino que trató de calmar sus miembros temblorosos. Permanecieron así, cada uno disfrutando de la proximidad del otro.