– Ah, Shanna -dijo Ruark suavemente-. Un bocado de una comida tan rara, tan exquisita, es más una tortura que una delicia.
Shanna suspiró contra el cuello de él y le acarició con los dedos el pelo corto y rizado de la nuca.
– Entonces, pediste una tortura y una vez más el pacto ha sido cumplido. -Lo miró con ojos brillantes-. Pero como fue mi voluntad, te daré tres veces el precio que necesitas para no poner en peligro mi honestidad.
Volvió a besarlo con los labios entreabiertos. Debajo de la flotante bata, los brazos de Ruark se apretaron alrededor de ella.
– ¡Hum! -El sonido les produjo un gran sobresalto a los dos.
Shanna se apartó de Ruark. Su primera reacción fue de cólera por la brusca interrupción. Al momento siguiente sintió en su, estómago un helado nudo de temor. Lo que tanto había temido por fin había sucedido. Los habían descubierto. Cuando vio al capitán Beauchamp, el nudo frío creció y la fue llenando hasta hacerla temblar. Hubiera deseado estar cubierta con algo más substancial. Apretó alrededor de su cuerpo la delgada bata, agudamente consciente de su semidesnudez. Su mente se lanzó confusamente en busca de una excusa.
Pasó un momento fugaz antes que Nathanial hablara.
– Perdón, señor Ruark… señora Beauchamp. -Acentuó extrañamente los nombres-. Olvidé mi pipa y mi tabaquera.
Sin aguardar el asentimiento de ellos, cruzó la habitación hasta la silla que había ocupado, tomó los objetos mencionados de la mesa y después se detuvo nuevamente en la puerta. Su sonrisa tenía una cualidad extraña y sus ojos se posaron por turno en Shanna y en Ruark Se llevó las puntas de los dedos a la frente en un brevísimo saludo.
– Buenos días, señor Ruark -dijo, y con una rápida inclinación de cabeza hacia ella, agregó-: Buenos días, señora Beauchamp.
Sin más palabras se volvió y cerró suavemente la puerta tras de sí. Pasó un momento antes que Shanna recobrara el habla, y cuando habló fue como si estuviera segura de sus palabras.
– Se lo dirá a mi padre. Sé que lo hará. -Miró fijamente a Ruark con la desesperación marcada en su rostro pálido-. Esto ha terminado. Todos mis planes… para nada.
Una expresión de preocupación cruzó el rostro de Ruark pero trató de calmar la aflicción de Shanna.
– A mí me parece un tipo bastante bueno, Shanna, no de la clase de andar con murmuraciones. Pero hoy tengo cosas que hacer en el muelle. Me mantendré cerca y si se presentara la ocasión hablaré con él y trataré de explicarle… algo. -Se alzó de hombros-. No sé qué.
– ¿Lo harás? ¿De veras lo harás, Ruark? -Shanna pareció tranquilizarse un poco-. Quizá él comprenda si tú se lo explicas claramente.
– Trataré, Shanna. -Le tomó las manos trémulas y le besó los dedos-. Si todo sale mal, por lo menos trataré de enviarte un mensaje de advertencia.
– Gracias, Ruark -susurró ella agradecida-. Estaré aguardando.
Ruark se marchó y Shanna se dirigió lentamente a sus habitaciones.
Pasó el resto del día en nerviosa espera. A cada momento esperaba que llegara su padre golpeando las puertas y llamándola a gritos, o un mensajero de Ruark avisándole que tendría que huir, o el mismo Ruark para decirle que todo estaba bien, o todos ellos, incluido el capitán, para acusarla y descubrirlo todo.
Su imaginación trabajaba desenfrenadamente y ella ni siquiera pudo quedarse quieta el tiempo suficiente para que le peinaran el cabello. Hergus, con paciencia desusada, debió aguardar tres veces que su ama; se sentara antes de poder terminar la tarea.
Horas después Ruark regresó con Trahern pero su única señal fue un encogimiento de hombros cuando pasó junto a ella en la puerta principal.
Sólo cuando él se marchaba ella logró hablar un momento.
– ¿Y bien? -preguntó, llena de ansiedad.
– El capitán -repuso Ruark- me aseguró que ningún caballero andaría llevando cuentos.
Con un enorme alivio, Shanna estaba ya en sus habitaciones y vestida para acostarse antes de percatarse de que Ruark, deliberadamente la había dejado que se consumiera de inquietud hasta el último momento.