Colgaba en andrajos de los hombros y revelaba unas costillas que todavía eran musculosas pese a las privaciones. El cabello era desparejo y estaba mal cortado, pero sus ojos brillaron alerta cuando él trató de distinguir la silueta de ella. Al no conseguirlo, se irguió y en seguida se inclinó hacia las tinieblas que rodeaban a Shanna. Habló en tono satírico.
– Le pido disculpas, mi lady. Mi alojamiento nada tiene de recomendable. Si yo hubiera sabido que me visitaría, habría limpiado un poco este lugar. Por supuesto -sonrió y señaló a su alrededor no hay mucho que limpiar.
– ¡Ten quieta esa sucia lengua! -interrumpió Hicks oficiosamente-. Esta dama viene por negocios y tú la tratarás con todo respeto, o yo… -Se golpeó sugestivamente la palma abierta con el puño del garrote y rió de su propia astucia.
El convicto clavó una mirada ceñuda en Hicks y la mantuvo hasta que el gordo carcelero empezó a agitarse inquieto.
No habiendo encontrado hasta ahora obstáculos a su plan, Shanna se sintió más animada. Todo parecía desarrollarse fluidamente, como si lo hubiera planeado toda la vida cuando en verdad ella no había hecho mucho. Renacieron en ella la confianza y el coraje, y con un movimiento desenvuelto y gracioso, avanzó hasta quedar iluminada por la linterna.
– No tiene necesidad de provocar a este hombre con sus bravuconadas, señor Hicks -dijo gentilmente.
El sonido de la voz de ella, profunda y suave como la miel, hizo que el prisionero le dedicara toda su atención. Shanna caminó lenta, completa, deliberadamente alrededor de él, estudiándolo como lo haría con un animal de exposición. Los ojos del hombre, de un desusado color ámbar moteado s con chispas doradas, la siguieron con divertida paciencia. La envolvente capa negra y el amplio tontillo que Shanna llevaba debajo de su vestido dejaban mucho librado a la imaginación, sin permitir calcular su edad o apreciar su figura.
– He oído decir que las viudas de la corte practican extraños placeres -comentó él y cruzó los brazos sobre el pecho-. Si de verdad hay una mujer debajo de esas ropas, yo veo pocas pruebas de ello. Perdóneme, mi lady, pero es tarde y mi mente está embotada por el sueño. Por mi vida, no puedo determinar qué propósito la ha traído hasta aquí.
Su sonrisa era sólo levemente burlona pero su voz era abiertamente desafiante. Deliberadamente, Shanna se acercó más hasta que estuvo segura de que el hombre podía detectar la fragancia de su perfume.
El primer asalto estaba lanzado.
– Tenga cuidado, mi lady -le advirtió Hicks-. Es un verdadero bellaco, eso es. Ha matado a una muchacha encinta. La golpeó hasta dejarla convertida en una pulpa ensangrentada, eso hizo.
Pitney avanzó hasta ubicarse detrás de su ama, protectoramente cerca. Su inmensa silueta se erguía amenazadora en los pequeños confines de la celda y hacía que los demás parecieran enanos. Shanna vio apenas una chispa de sorpresa en los ojos del prisionero.
– Ha venido muy bien acompañada mi lady. -Su tono no fue menos audaz-. Tendré cuidado de no hacer movimientos bruscos para no equivocarme Y privar al verdugo de su paga.
Ignorando la ironía. Shanna sacó un frasco de plata de los pliegues de su capa y se lo tendió.
– Un brandy, señor -dijo suavemente-. Si gusta.
Lentamente, Ruark Beauchamp estiró una mano y cubrió un momento los dedos de ella con los suyos antes de tomar el frasco. Sonrió lentamente al rostro velado.
– Muchas gracias.
En otra ocasión, Shanna hubiera regañado al hombre por su atrevimiento, pero ahora permaneció cautamente en silencio. Lo observó mientras él quitaba el tapón y se llevaba el frasco a los labios. Después, él se detuvo y trató nuevamente de descubrir las facciones de ella a través del encaje negro del velo.
– ¿Desea compartirlo conmigo, mi lady?
– No, señor Beauchamp, es todo suyo para que lo beba a su placer. Ruark bebió otro largo sorbo antes de suspirar complacido. -Muchas gracias, mi lady. Casi había olvidado que existen estos lujos.
– ¿Está usted acostumbrado a los lujos, señor Beauchamp?
– preguntó Shanna suavemente.
El colonial, por toda respuesta, se alzó de hombros y señaló con una mano lo que le rodeaba.
– Ciertamente a más que esto -dijo.
Una respuesta sin compromisos, pensó Shanna despectivamente. Después de tres meses en ese lugar, el hombre debería mostrarse más agradecido por su compañía. Nuevamente retiró la mano de los pliegues de su capa y esta vez ofreció un bulto pequeño.
– Aunque sus días están contados, señor Beauchamp, mucho puede hacerse para aliviar su situación. Aquí tiene esto, para su hambre.
El no aceptó hasta que Shanna se vio obligada a abrir ella misma la gran servilleta y mostrar una hogaza de pan endulzado y una generosa porción de sabroso queso. Ella miró con curiosidad pero no hizo ningún movimiento por tomar lo que le ofrecían.
– Mi lady -imploró-, yo deseo este presente pero siento recelos, porque no sé qué desea usted a cambio y nada tengo para ofrecerle.
Una sombra de sonrisa bailó por los labios de Shanna. Al mirarla directamente, Ruark creyó ver una boca curvándose suavemente debajo del espeso velo. Ello estimuló bastante su imaginación.
– Su atención por un momento, señor, y su consideración, porque tengo un asunto que discutir -replicó suavemente Shanna y dejó la comida sobre una tosca mesa que estaba cerca de la cama. Shanna enfrentó resueltamente al señor Hicks y su orden fue dicha quedamente pero con firmeza.
– Ahora déjenos. Quiero hablar en privado con este hombre. Se percató del creciente interés del prisionero.
Desde abajo de sus cejas oscuras, él los observaba a todos con mucha atención y esperaba pacientemente, como un gato ante una cueva de ratones.
Pitney se acercó más, con su ancho rostro lleno de preocupación. – ¿Está segura, señora mía?
– Desde luego -repuso ella y señaló la puerta con su mano delgada-. Acompañe al señor Hicks fuera de la celda.
El obeso carcelero protestó dolorido.
– ¡El bellaco le torcerá el cuello si lo dejo! -dijo Hicks, preocupado, porque si la joven sufría algún daño ¿quién le pagaría a él? Con voz plañidera, dijo-: No me atrevo, mi lady.
– Es mi cuello el que corre peligro, señor Hicks -replicó secamente Shanna, y agregó como si leyera los pensamientos del carcelero-: Y lo mismo se le pagará por sus servicios.
Las mejillas abotagadas de Hicks enrojecieron casi hasta volverse de color púrpura y sus labios balbucientes parecieron temblar cuando expelió el aliento. Dirigió una mirada llena de desconfianza al prisionero. Después, con un oloroso suspiro, levantó la linterna sobre su cabeza. Tomó un cabo de vela de la tosca mesa y lo encendió acercándolo a la llama de la linterna.
– Es un tipo rápido, mi lady -advirtió sombríamente-. Y manténgase a distancia de él. Si él trata de acercársele, grite.
– Su mirada pareció atravesar al colonial-. Intenta algo, maldito bribón, y haré que te cuelguen antes que salga el sol.
Hicks salió murmurando amargamente para sí mismo. Pitney se quedó, inmóvil como una roca, mientras la indecisión cincelaba profundas arrugas en su frente.
– Pitney, por favor -dijo Shanna, aguardando pacientemente, y cuando él no hizo ademán de retirarse, levantó implorante la mano y señaló la puerta de hierro-. Es bastante seguro. ¿Qué podría hacer él? Nada sucederá.
El hombre gigantesco habló por fin, pero dirigiéndose solamente a Ruark.
– Si no quieres morir antes de que pase esta hora -dijo en tono amenazador- cuida de que ella no sufra el menor daño. Si eso llegara a suceder, lamentarás haberlo hecho. Te doy mi palabra y no dudes de que la cumpla.
La mirada de Ruark midió el cuerpo del otro y asintió respetuosamente para indicar que estaba de acuerdo. Todavía con un ceño de descontento, Pitney dio media vuelta, salió de la celda y cerró la puerta tras de sí, pero dejó abierto un pequeño postigo que había en la misma. Desde el interior se pudo ver su espalda pues el quedó allí de guardia contra oídos curiosos.
El prisionero seguía sin moverse, aguardando que Shanna hablara. Ella cruzó la celda caminando lentamente y ahora se puso cuidadosamente fuera del alcance de él. Bajó su capuchón, lo enfrentó y apartó lentamente el velo de encaje al que dejó flotar hasta la mesa que tenía a su lado.
La segunda salva fue disparada.
Dio en el blanco con una efectividad de la que Shanna poco se percató. Ruark Beauchamp no se atrevió a hablar. La belleza de ella era tal que le temblaron las rodillas. Súbitamente, sintió el llamado hambriento de su largo y forzoso celibato. El cabello de claro color miel de Shanna, arreglado en una masa de bucles sueltos, le caía sobre los hombros y por la espalda como una luminosa cascada. Era abundante y sedoso, dispuesto en estudiado desorden. Hebras doradas, sin duda aclaradas por el sol, brillaban entre los sueltos rizos. Ruark sintió una fuerte tentación de acercársele y acariciar la copiosa y sedosa cabellera y pasar suavemente sus dedos por los delicados pómulos tersos como pétalos. Las facciones de ella eran perfectas, la nariz recta y finamente formada. Las suaves cejas de color castaño curvábanse sobre unos ojos que eran claros, de color verde mar, brillantes contra el espeso marco de pestañas muy negras. Esos ojos lo miraban directamente, abiertos aunque inescrutables como cualquier mar que él había visto en su vida.