Los labios, suavemente rosados, eran tentadores y graciosamente curvos, vagamente sonrientes. Bajo la intensa mirada de él, la piel alabastrina se coloreó levemente. Con una voluntad de hierro, Ruark se contuvo y guardó silencio.
Shanna murmuró, recatadamente: -¿Soy tan fea, señor, que se ha quedado sin palabras?
– Al contrario – respondió Ruark con una aparente desenvoltura que no sentía-. Su belleza me ciega tanto que temo que tendrán que conducirme de la mano hasta la horca. Mi mente no puede absorber semejante esplendor después de la sordidez de esta mazmorra. ¿Se supone que debo conocer su nombre, o eso es parte de su secreto?
Shanna se percató de que había dado en el blanco y ahorró el resto de sus armas para más tarde. A menudo había oído declaraciones similares, casi con esas mismas palabras, y ello la había irritado. Que ahora este andrajoso es él quedó allí de guardia contra oídos curiosos.
El prisionero seguía sin moverse, aguardando que Shanna hablara. Ella cruzó la celda caminando lentamente y ahora se puso cuidadosamente fuera del alcance de él. Bajó su capuchón, lo enfrentó y apartó lentamente el velo de encaje al que dejó flotar hasta la mesa que tenía a su lado.
La segunda salva fue disparada.
Dio en el blanco con una efectividad de la que Shanna poco se percató. Ruark Beauchamp no se atrevió a hablar. La belleza de ella era tal que le temblaron las rodillas. Súbitamente, sintió el llamado hambriento de su largo y forzoso celibato. El cabello de claro color miel de Shanna, arreglado en una masa de bucles sueltos, le caía sobre los hombros y por la espalda como una luminosa cascada. Era abundante y sedoso, dispuesto en estudiado desorden.
Hebras doradas, sin duda aclaradas por el sol, brillaban entre los sueltos rizos. Ruark sintió una fuerte tentación de acercársele y acariciar la copiosa y sedosa cabellera y pasar suavemente sus dedos por los delicados pómulos tersos como pétalos. Las facciones de ella eran perfectas, la nariz recta y finamente formada. Las suaves cejas de color castaño curvábanse sobre unos ojos que eran claros, de color verde mar, brillantes contra el espeso marco de pestañas muy negras. Esos ojos lo miraban directamente, abiertos aunque inescrutables como cualquier mar que él había visto en su vida. Los labios, suavemente rosados, eran tentadores y graciosamente curvos, vagamente sonrientes. Bajo la intensa mirada de él, la piel alabastrina se coloreó levemente. Con una voluntad de hierro, Ruark se contuvo y guardó silencio.
Shanna murmuró, recatadamente: -¿Soy tan fea, señor, que se ha quedado sin palabras?
– Al contrario – respondió Ruark con una aparente desenvoltura que no sentía-. Su belleza me ciega tanto que temo que tendrán que conducirme de la mano hasta la horca. Mi mente no puede absorber semejante esplendor después de la sordidez de esta mazmorra. ¿Se supone que debo conocer su nombre, o eso es parte de su secreto?
Shanna se percató de que había dado en el blanco y ahorró el resto de sus armas para más tarde.
A menudo había oído declaraciones similares, casi con esas mismas palabras, y ello la había irritado. Que ahora este andrajoso miserable las usara era casi una afrenta a su orgullo. Pero siguió el juego. Agitó la cabeza y sus bucles se sacudieron seductores. Rió con algo de melancolía.
No señor, yo se lo diré, a1 aunque le pido discreción porque allí está el mayor peso de mi problema. Soy Shanna Trahern, hija de Orlan Trahern.
Hizo una pausa, aguardando la reacción de él. Ruark levantó las cejas y no pudo ocultar su sorpresa. Lord Trahern era conocido en todos los círculos, y entre los jóvenes Shanna Trahern era a menudo tema de acalorados debates. Ella era la reina de hielo, el premio inalcanzable, la rompedora de corazones de muchos mozos y la meta declarada de incontables candidatos, el sueño de la juventud ambiciosa.
Satisfecha, Shanna continuó:
– Como usted ve, Ruark -usó el nombre de pila con despreocupada familiaridad- yo tengo necesidad de su nombre.
– ¡Mi nombre! -exclamó él con incredulidad- ¿Ruark Beauchamp? ¿Necesita el nombre de un asesino convicto cuando el suyo podría abrirle cualquier puerta que usted desee?
Shanna se le acercó para dar más peso a sus palabras. Con los ojos muy abiertos e implorantes, lo miró fijamente y habló casi en un susurro.
– Ruark, estoy en aprietos. Debo casarme con un hombre de apellido ilustre y usted debe estar al tanto de la importancia que tiene en Inglaterra el apellido Beauchamp. Nadie sabrá, excepto yo; por supuesto, que usted no es pariente de ellos. Y puesto que usted tiene poca necesidad futura de su apellido, yo podría usado muy bien.
La confusión de Ruark le embotó el ingenio. No podía imaginar los motivos de ella. ¿Un amante? ¿Una criatura? Ciertamente no se trataba de deudas, porque ella tenía tanto dinero que ninguna deuda podría molestarla. Miró desconcertado esos ojos azul verdosos.
– Seguramente, señora, usted está bromeando. ¿Propone de matrimonio a un hombre a quien van a colgar dentro de poco? Le doy mi palabra de que no veo la lógica de esta situación.
– Es una Cuestión de cierta delicadeza -dijo Shanna, y le volvió la espalda como si se sintiera embarazada. Hizo una pausa y después habló lentamente por sobre su hombro-. Mi padre OrIan Trahern, me dio plazo de un año para encontrar marido y fallando eso me entregará como prometida a quien él escoja. Me considera una solterona y quiere tener nietos que hereden su fortuna. El hombre tiene que ser de una familia estrechamente relacionada con el rey Jorge. Todavía no he encontrado al que yo hubiera elegido, aunque ya casi ha terminado mi plazo. Usted es mi última esperanza de evitar un casamiento arreglado por mi padre. -Ahora venía la parte más difícil. Tenía que regatear con este sucio y harapiento colonial. Mantuvo la cara vuelta hacia otro lado para ocultar su desagrado-. He oído -dijo cuidadosamente- que un hombre puede casarse con una mujer para llevarse las deudas de ella a la horca en retribución por un alivio en sus días finales. Yo puedo darle mucho, Ruark… comida, vino, ropas adecuadas Y frazadas abrigadas y seguramente mi causa…
Ante el persistente silencio de él, Shanna se volvió y trató de verle la expresión en la penumbra, pero él había maniobrado astutamente hasta que ahora, cuando lo enfrentó, ella recibió en la cara toda la luz de la vela. El sigiloso mendigo se había movido tan silenciosamente que ella no se había dado cuenta.
La voz de Ruark sonó algo tensa cuando por fin habló.
.
– Mi lady, usted me somete a una prueba dolorosa. Mi madre trató de enseñarme a ser un caballero respetuoso de las mujeres.
– Shanna contuvo el aliento cuando él se le acercó-. Pero mi padre, hombre de considerable sabiduría, me enseñó en mi primera juventud una regla que he seguido siempre.
Caminó lentamente alrededor de ella tal como ella hiciera con él unos momentos antes y se detuvo cuando estuvo a sus espaldas. Casi sin respirar, Shanna aguardó, sintió su proximidad y, sin embargo, no se atrevió a moverse.
– Nunca… -el susurro de Ruark sonó cerca de su oído y le produjo un estremecimiento de temor-…nunca compres una yegua con una manta sobre el lomo.
Shanna no pudo reprimir un respingo cuando él le puso las manos sobre los hombros y empezó a desatar las cintas que aseguraban la capa
– ¿Puedo? -preguntó él y su voz, aunque suave, pareció llenar todos los rincones de la celda.
Ruark aceptó el silencio de ella como consentimiento Y Shanna se hizo fuerte mientras los finos dedos de él desataban los lazos de terciopelo. El le quitó la capa y ella tuvo un momento de arrepentimiento. Su ataque cuidadosamente planeado habíase malgastado con una precipitación proyectada. Pero ella no imaginaba la victoria que estaba cosechando. A aunque carente de adornos esplendorosos y de delicados encajes, el vestido de terciopelo rojo oscuro resaltaba divinamente su hermosura. Ella era la gema, la joya de rara belleza que hacía que el vestido fuera más que un vestido una obra de arte. Arriba de los anchos tontillos que enanchaban la falda a los lados, el corpiño apretadamente ceñido mostraba la fina cintura y al mismo tiempo levantaba sus pechos que se exhibían atrevidamente por el escote cuadrado. En el dorado resplandor de la vela, su piel brillaba como rico, cálido satén.
Ruark seguía inmóvil, su respiración tocaba suavemente el cabello de ella, su cabeza llenábase con el delicioso perfume de mujer. Pasaron unos instantes que volaron con alas silenciosas y él siguió sin moverse. Shanna sentíase sofocada por la proximidad de él. El aroma del brandy le llenaba los sentidos y podía sentir los ojos hambrientos que se paseaban lentamente sobre ella. Si su situación hubiera sido otra, habría huido disgustada. En verdad, tuvo que luchar para no hacerlo ahora. Comprendió amargamente que tenía que permanecer en exhibición para que él la observara a su placer. Pero como su padre, con una alta ganancia en juego, no ponía límites a su paciencia, solo podía elegir entre la determinación paterna o su astucia.
Con todos sus sentidos completamente dedicados a ella, Ruark sintió un deseo abrumador de tomar a Shanna en sus brazos. Su perfume parecía llamarlo, sus curvas suaves, maduras, lo hacían sufrir de deseo. Su arrebatadora belleza lo conmovía hasta el fondo del alma y llenaba su mente con imaginarias visiones de los encantos que estaban ocultos a la vista. Sentía la necesidad de tener el calor de ella debajo de él, de rodearla con sus brazos temblorosos y descargar la lujuria de sus riñones. Pero era dolorosamente consciente de sus harapos y su suciedad.
y estaba, además, ese desconcertante fulgor debajo de la superficie de la belleza de ella, ese indicio de algo que él no alcanzaba a captar, una sugerencia de sarcasmo, un fugaz relámpago de insinceridad, un extraño toque de arrogancia. Sin embargo, estaba convencido de que si ella hubiera podido elegir otra cosa no se encontraría aquí. El sabía que Orlan Trahern era un hombre poderoso pero le resultaba difícil imaginar que fuera capaz de imponerse en esa forma a su, única descendiente.