Литмир - Электронная Библиотека

Ruark observó con interés mientras el hombre se acercaba. La actitud del hacendado era autoritaria. Era un hombre corpulento, majestuoso, y había a su alrededor un halo de poder. En marcado contraste con las ropas oscuras de su magro compañero, tenía medias inmaculadamente blancas y zapatos de cuero negro con hebillas de oro. Sus calzones eran de lino blanco, prácticos y frescos. Su largo chaleco era de la misma tela y blanco, como la camisa, en la cual llamaba la atención la ausencia de volantes y bordados. Un sombrero de paja inmenso, de alas anchas, copa baja; finamente tejido, daba sombra a su rostro. Llevaba en sus manos un bastón largo, evidentemente muy usado, como si fuera su insignia de mando.

Los dos hombres se acercaron al cobertizo y después de saludarlos, el supervisor que los vigilaba ordenó a los recién llegados que se pusieran de pie y formaran una fila. El hacendado tomó un paquete que le tendió. Ralston, desplegó un papel que estudió un momento y se acercó al primer hombre de la fila.

– ¿Su nombre? -preguntó bruscamente. El siervo respondió con un murmullo y su nuevo amo hizo una marca en su papel y procedió a inspeccionar cuidadosamente su compra. Palpó el brazo del hombre, apreció su musculatura y estudió las manos en busca de callosidades.

– Abra la boca -ordenó Trahern-. Veamos sus dientes. El hombre obedeció y el hacendado sacudió la cabeza casi con tristeza e hizo varias anotaciones en su libreta. Se acercó al segundo siervo y repitió el ritual. Después del tercero, se volvió hacia Ralston.

– ¡Maldición, hombre! -exclamó Trahern-. Me ha traído un grupo lamentable. ¿Estos fueron los mejores que pudo conseguir?

– Lo siento, señor -dijo Ralston, acobardado bajo la mirada ceñuda del otro.-

Fueron todo lo que pude conseguir por amor o dinero. Quizá los habrá mejores en primavera, si el invierno es lo suficientemente duro.

– ¡Bah! -replicó Trahern_. Un precio muy alto, ciertamente y todos de la prisión de deudores.

Ruark enarcó levemente las cejas cuando oyó el comentario del hombre. El hacendado no estaba enterado de que había comprado a un reo condenado a muerte. Ruark pensó esto un momento y el efecto que podría tener en él. Levantó la mirada y sorprendió a Ralston mirándolo ceñudo. Ajá, esto fue obra del señor Ralston, dedujo Ruark, y si no quería regresar a Londres para que lo ahorcaran, tendría que seguir el juego.

Después de un atento examen del octavo hombre, Trahern llegó frente a Ruark y se detuvo repentinamente. Sus ojos se entrecerraron cuando examinó al último del grupo. Los ojos color ámbar de Ruark revelaban un nivel de inteligencia superior al término medio y la sonrisa que le bailaba en los labios era extrañamente inquietante. Notablemente diferente del resto, éste era esbelto y musculoso, con espaldas anchas y brazos fuertes, erecto, con las piernas rectas de un hombre joven. No había flaccidez en él y el vientre, plano y duro, indicaba salud y juventud. Era raro que un joven como éste pudiera ser hallado en una subasta de condenados por deudas.

Trahern consultó su lista y encontró el nombre que quedaba.

– Usted es John Ruark -declaró más que preguntó y se sorprendió de la rápida y fluida respuesta del individuo..

– Sí, señor. -Ruark fingió un ligero acento para disimular su origen. Demasiados isleños se mostraban desconfiados de los originarios de las colonias de tierra firme-. Y sé leer, escribir y calcular.

Trahern ladeó la cabeza, como absorbiendo cada palabra.

– Mi espalda es fuerte y mis dientes son sanos. -Ruark abrió la boca y Por un momento exhibió un relámpago de blancura-. Puedo levantar mi propio peso, bien alimentado, por supuesto, y espero demostrar que soy digno de todo lo que su familia ha invertido en mí.

– Mi esposa está muerta. Solo tengo una hija -murmuró Trahern distraídamente y en seguida se reprochó silenciosamente por haber dialogado con el hombre-. Pero usted es un colonial, de Nueva York o de Boston, supongo. ¿Cómo fue que llegó a que lo subastaran por deudas?

Ruark aspiró profundamente y se rascó el mentón.

– Un leve malentendido con varios soldados. El magistrado no tuvo ninguna consideración y prefirió creerles a ellos y no a mí. No era del todo falso. Ruark no había tomado bien que lo arrancaran violentamente de su profundo sueño y reaccionó instintivamente, rompiéndole la mandíbula al capitán, como se enteró después.

Trahern asintió lentamente con la cabeza y pareció que había aceptado la explicación, hasta que habló:

– Usted es un hombre de cierta sabiduría y creo que hay muchas cosas más en su historia, pero -se alzó de hombros- eso ya pertenece al pasado. Poco me importa lo que usted fue, sólo lo que es.

El siervo, John Ruark, reflexionó silenciosamente sobre su amo y se dio cuenta de que tendría que proceder con mucho cuidado cuando tratara con él, porque el hombre era inteligente y astuto, tal como se

Rumoreaba. Empero, la verdad tenía una forma de salir a la luz y puesto que no pudo encontrar palabras dignas de su esfuerzo, Ruark contuvo la lengua.

Trahern se apartó de él y se ubicó frente a la fila de hombres, con las piernas bien separadas y las manos apoyadas en el pomo de su largo bastón. Los observó lentamente.

– Esto es Los Camellos-empezó-. El nombre fue puesto por un español pero me fue cedido a mí. Yo soy alcalde, alguacil y juez aquí. Ustedes me han sido vendidos en servidumbre por deudas impagas. Serán informados de esas deudas y de su disminución cuando lo soliciten a mi tenedor de libros. Se les pagará los domingos y los días de fiesta pero las ausencias por enfermedad serán por cuenta de ustedes. Su paga será de seis peniques por cada día de trabajo.

El primer día de cada mes recibirán, por cada día que hayan trabajado, dos peniques para sus necesidades, dos peniques contra sus deudas y dos peniques que serán devueltos por su manutención.

Si trabajan duro y adelantan, recibirán más y podremos, ajustar los pagos como crean conveniente. -Hizo una pausa Y miró a Ruark-. Espero que algunos de ustedes paguen sus deudas nada más que en cinco o seis años. Entonces podrán trabajar por su pasaje de regreso a Inglaterra o donde prefieran marcharse, o podrán, si 1o desean, establecerse aquí. Se les ha dado 1o necesario para que se vistan y se mantengan limpios. Cuiden su ropa, porque cualquier otra cosa que reciban tendrán que pagarla. Pasará un tiempo antes de que puedan tener algún dinero y aun entonces será muy poco.

Trahern hizo una pausa y mantuvo el silencio hasta que todos le prestaron atención.

– Aquí hay dos formas de meterse en serias dificultades. La primera es maltratar o robar cualquier cosa de mi propiedad, Y aquí casi todo es mío. La segunda es molestar o fastidiar a cualquiera de las personas que

ya están aquí. ¿Alguna pregunta?

Esperó, pero nadie habló. El hacendado relajó su postura y continuó.

– Se les darán tres días de tareas livianas para que se recobren del viaje. Después de eso se esperará que ustedes pasen las horas de luz diurna en trabajo productivo. Empezarán a trabajar el día después de Navidad. Buenos días a todos.

Sin mirar atrás, subió a su carruaje y dejó a Ralston a cargo de ellos. El hombre flaco se les acercó cuando el birlocho partió. Golpeó la palma de su mano enguantada con la siempre presente fusta y empezó a hablar.

– Esta es la forma que tiene el hacendado Trahern de mostrarse blando con sus esclavos. -Su tono despectivo fue apenas detectable-. Tengan la seguridad de que yo no seré así, pero ahora debo ocuparme de otros asuntos. Serán alojados en un viejo establo cerca del pueblo hasta que vayan a los campos, y se les dará trabajo liviano en el muelle o en la plantación. Este hombre -señaló al que los custodiaba- será el capataz de ustedes. El informará de cualquier cosa a mí o a Trahern. Hasta que hayan sido considerados dignos de confianza, se mantendrán cerca del establo todo el tiempo que no estén trabajando. Si todavía no lo han notado -señaló con su fusta las colinas y después la playa aquí no hay lugar donde esconderse, por 1o menos por mucho tiempo. -A continuación, pareció casi apenado y dijo-: Se les dará tiempo para que descansen Y se los alimentará bien. -Con las palabras siguientes pareció animarse más-: Pero se esperará de ustedes que se ganen 1o que coman y algo más.

Bruscamente, hizo un gesto al guardia.

– Lléveselos. A todos menos a éste. -Señaló a Ruark.

Cuando los otros se marcharon, se acercó a Ruark y le habló en voz baja.

– Usted parece abrigar algunas dudas sobre su posición aquí. Ralston esperó pero Ruark le devolvió la mirada en silencio, y los labios del agente se curvaron en una mueca despectiva.

– A menos que desee regresar a Inglaterra para que lo cuelguen, le advierto que le conviene mantener la boca cerrada. Los ojos de Ruark no vacilaron ni él hizo ningún comentario. El hombre le había hecho un gran favor, aunque seguramente no se daba cuenta de hasta qué grado.

– Vaya con los otros -dijo Ralston, y señaló con la cabeza hacia la fila de hombres que se alejaban. Ruark se apresuró a obedecer y no le dio motivos de irritación.

Los barcos de Trahern surcaban las aguas del sur y se mantenían alejados del Atlántico Norte, donde rugían fuertes tormentas y los témpanos de hielo tornaban peligrosos los viajes. Llevaban a las islas vistosas chucherías, coloridas sedas y otros productos del continente europeo y regresaban con materias primas que en el verano eran enviadas al norte. En las laderas meridionales de la isla se despejaban nuevos campos y los troncos así obtenidos eran arrojados al mar desde los acantilados para que los recogieran barcos pequeños que los llevaban a puertos más grandes, donde en los aserraderos los convertían en la tan necesaria madera aserrada.

27
{"b":"81754","o":1}