Sano estaba paralizado por el horror. Sentía los latidos turbulentos de su corazón; una fría náusea le atenazaba el estómago. Sintió vértigo y tuvo que apoyarse en el marco de la puerta. Oyó un sonido rasposo, como el de la sierra contra la madera, y lo reconoció como su propia respiración. Con claridad de pesadilla, los rostros de las mujeres destacaban de entre la carnicería. Ambos presentaban las delicadas facciones de Reiko.
– ¡No! -Sano parpadeó con fuerza y se frotó los ojos para librarse de lo que parecía un caso de visión doble inducida por la impresión-. ¡Reiko!
Con un gemido, se hincó de rodillas junto a las mujeres y les cogió las manos.
En cuanto tocó la carne fría, una certeza penetró en su agonía. Se dio cuenta de que su sensación interna de Reiko permanecía intacta. Seguía sintonizado con ella; percibía su fuerza vital, como una distante campana que seguía tañendo. La ilusión se desvaneció. Los cuerpos de esas mujeres eran más grandes y rollizos que el de Reiko. No reconocía sus caras. Sollozos de alivio sacudieron su cuerpo. ¡Reiko no estaba muerta! Sintió un retortijón en el estómago y tuvo arcadas, como si quisiera vomitar el terror y el lamento.
Hirata se precipitó en la habitación.
– ¡Dioses benditos!
– No es ella. ¡No es ella! -En un frenesí de alegría, Sano saltó y abrazó a Hirata, entre risas y sollozos-. ¡Reiko está viva!
– ¡Sosakan-sama! ¿Estáis bien? -La cara de Hirata era la viva imagen de la preocupación. Sacudió a Sano con fuerza-. Deteneos y escuchadme.
Cuando vio que Sano se limitaba a reír más fuerte, le dio un bofetón.
El golpe sacó a Sano de su histeria. Se calló de inmediato y miró a Hirata, sorprendido de que su vasallo le hubiese pegado aunque fuera una vez.
– Gomen nasai , «lo siento» -dijo Hirata-, pero tenéis que recobrar la compostura. Los guardias me han dicho que la dama Miyagi mató a las concubinas de su marido. Fue ella quien las ató. Pensaron que era un juego. Entonces les rajó la garganta. Cuando los guardias y criados oyeron los gritos y acudieron para ver qué pasaba, les ordenó que no se lo contaran a nadie. Ella y el caballero Miyagi partieron para encontrarse con alguien a las puertas del castillo y viajar juntos a la villa. Eso fue hace dos horas.
Un nuevo terror ahogó el alivio de Sano. Aunque no alcanzaba a vislumbrar los motivos de la dama Miyagi para asesinar a las concubinas del daimio, su acto brutal la confirmaba a ella, y no a la dama Ichiteru, como asesina de Choyei y de la dama Harume. Con la vista puesta en la sanguinaria escena, Sano combatió el pánico que resurgía.
– Reiko -susurró.
Después corría y salía de la mansión dando tumbos, apoyado en Hirata.