El sabotaje de la investigación de asesinato era la última de sus preocupaciones, aunque aún tenía esperanzas de que Sano fracasara y se deshonrase. En lugar de ello, ideó una estrategia para combatir la revancha de Sano y la dama Keisho-in. Una vez más, el plan cumpliría un doble propósito. Volvería a implicar a Shichisaburo.
El actor había echado a perder la brillante estratagema inicial del chambelán Yanagisawa. Lamentaba haberse involucrado tanto con él. Tendría que haberse deshecho del chico hacía mucho; nunca tendría que haber dejado que su encaprichamiento lo cegara al peligro de utilizar un aficionado en lugar de un agente profesional. En un extraño momento de honestidad, reconoció su error. Su patética sed de amor y su entusiasmo por el actor le habían ocasionado un fatal error de juicio. El abismo todavía se abría y aullaba en su interior; él se tambaleaba en el borde. Su debilidad y su necesidad eran sus peores enemigos.
A continuación, el chambelán situó la culpa donde realmente correspondía: en el inepto e inocente Shichisaburo, al que despreciaba casi tanto como a Sano. El alivio selló el abismo. Esa vez su plan iba funcionar. Expresión perfecta de su genialidad, lo salvaría a la vez que pondría fin a su calamitosa relación con el actor. Su sueño de gobernar Japón, aunque aplazado, todavía era posible.
Yanagisawa jadeaba como si acabara de librar una batalla, estaba agotado. Pero su sonrisa volvió mientras recogía las agujas desparramadas y las clavaba de nuevo en el mapa.