En aquel momento, la dama Miyagi oyó que se aceleraba la respiración de su marido; se lo imaginaba tocándose con mayor fuerza y velocidad. Cuando Copo de Nieve la miró, dio la señal de que empezase el juego amoroso. Copo de Nieve se abrió de piernas en el suelo. Gorrión se puso a cuatro patas y se acercó a ella hasta situarse encima. Sepultó la cara en la entrepierna de Copo de Nieve y comenzó a lamer y chupar con grandes aspavientos. Copo de Nieve gimió y se retorció. Agarró a Gorrión por las nalgas y colocó su femineidad sobre la boca. El caballero Miyagi gruñía y boqueaba. La dama Miyagi sabía que se acercaba su éxtasis. Su corazón rebosaba de gozo.
Aunque ella jamás hubiera experimentado el placer físico, podía compartir el de su esposo. La recíproca necesidad había forjado entre ellos un vínculo espiritual. Incluso sin sexo, ella se sentía plenamente realizada en su matrimonio; no necesitaba tener hijos. Que el sobrino de Shigeru lo sucediera como daimio. Sus almas estaban unidas como los dos cisnes de su divisa familiar, una pareja autosuficiente… o eso se decía ella a sí misma. Hubo un tiempo en que tenía su unión por eterna, invencible. Entonces, una noche de la pasada primavera, Harume entró en sus vidas.
Aquel día el caballero y la dama Miyagi estaban en un embarcadero, contemplando los fuegos artificiales que estallaban por encima del río Sumida, entre la ruidosa muchedumbre que celebraba el inicio de la temporada de navegación. Shigeru había señalado a Harume entre el séquito del sogún. Tomando a la chica por una diversión inocua más, la dama Miyagi les había procurado un encuentro. ¿Cómo podía haber previsto que Harume perforaría el punto débil de su matrimonio? Descubrir que el romance había dado un vuelco que podía apartarla de Shigeru la había puesto enferma de verdad; había vomitado en plena calle. Harume había supuesto una amenaza no sólo para su seguridad, sino para su existencia en sí. La dama Miyagi se congratuló de la muerte de Harume. Volvía a estar a salvo. Shigeru no necesitaba saber lo que había estado a punto de pasar.
Sin embargo, la amenaza no había muerto por completo con la dama Harume. Su espectro atormentaba a la dama Miyagi, dispuesto a levantarse de nuevo. Y la sombra de un nuevo peligro, en forma de investigación de asesinato, se extendía sobre su vida. Ni siquiera la noticia del arresto del teniente Kushida la había tranquilizado.
Los gemidos de Shigeru crecían en volumen con el apremio de su necesidad. La dama Miyagi hizo otra seña a las concubinas. Copo de Nieve lanzó la pelvis contra la cara de su compañera y chilló. Gorrión arqueó la espalda, cerró los ojos y emitió una serie de gritos de gozo. A través de la pared sonó un áspero berrido. Los ojos de la dama Miyagi estaban arrasados de lágrimas de alegría. De nuevo le había procurado a su señor su deseo.
Cuando oyó pasos que se alejaban, se levantó. Copo de Nieve y Gorrión se desenredaron e hicieron una reverencia.
– Ha sido excelente -dijo la dama Miyagi, y después salió por el pasillo hacia la alcoba de Shigeru.
Estaba sobre el futón a la luz de la lámpara de la mesa, cubierto por un edredón y con la cabeza en el soporte de madera para el cuello. Aquella era la parte favorita del ritual de la dama Miyagi: cuando ella y Shigeru volvían a estar juntos. Se tumbó a su lado. En ningún momento se tocaron. A esas alturas él solía estar ya medio dormido. La dama Miyagi esperaba un rato para ver si necesitaba algo y después apagaba la lámpara. Más adelante se dormía ella, a su vez, segura en su amor particular.
Pero aquella noche Shigeru estaba despierto y despabilado, con la mirada perdida en el techo.
– ¿Qué pasa, primo? -preguntó la dama Miyagi.
Se volvió hacia ella.
– Es por la investigación de asesinato. -La preocupación reflejada en su cara lo hacía parecer a la vez más joven y más viejo; en sus rasgos suaves y marchitos, la dama Miyagi distinguía tanto al compañero de su infancia como al anciano en el que se convertiría-. Desde que estuvo aquí el sosakan Sano, padezco una terrorífica sensación de desastre inminente.
– Pero ¿por qué? ¿De qué puedes tener miedo?
Aunque mantuvo la voz calma, la dama Miyagi estaba preocupada. ¿Por qué no había detectado su temor? ¿Por qué no se lo había confiado él antes? ¿Estaban perdiendo su preciosa conexión espiritual? La furia la asaltó como una llama ardiente y asfixiante. ¡Aquello era obra de Harume! Y, por debajo de su rabia, su pecho albergaba una astilla de terror.
¿Cuánto sabía Shigeru? ¿Qué les iba a pasar? De repente la dama Miyagi no quería oír lo que iba a decirle su marido. Rígida bajo su edredón, presa de un terrible miedo que aprisionaba su corazón, se preparó para la catástrofe.
– He oído que el sosakan Sano es un hombre que no se detiene ante nada para descubrir la verdad -dijo Shigeru-. ¿Te imaginas que descubre lo que pasó entre la dama Harume y yo? Podrían acusarme de asesinato.
– Ya sabe lo vuestro -dijo la dama Miyagi en tono razonable, aunque la atenazara el pavor. ¿Shigeru, detenido, quizá incluso preso y ejecutado? ¿Cómo iba a vivir sin él?-. Ya has admitido que enviaste la tinta, pero el sosakan Sano no puede demostrar que tuvieses nada que ver con el asesinato. -Se obligó a enunciar las siguientes palabras-: ¿Y qué más podría descubrir?
Aun en su terror de perder a Shigeru, la dama Miyagi saboreó la amargura de los celos. No quería enterarse de nada sobre él y la dama Harume que no supiera ya; no quería que volvieran a hacerle daño.
– Harume dijo que, a menos que le diera diez mil koban , le diría al sogún que la había forzado -dijo Shigeru lleno de pesadumbre-. Pensaba que no se atrevería, pero no podía estar seguro. Así que le pagué, de poco en poco, para que no te dieras cuenta de que faltaba dinero en las cuentas de la casa. No quería que te preocupases.
Shigeru pareció desinflarse, como si la confesión lo hubiera vaciado.
– El chantaje de Harume me da un poderoso motivo para el asesinato. Si el sosakan Sano se entera, me convertiré en el principal sospechoso. ¿Entiendes ahora por qué tengo miedo?
La dama Miyagi sintió un gran alivio. Olvidadas sus dudas y temores, tenía ganas de reír de alegría. Chantaje, eso era todo, y no otra cruel traición. Y qué considerado era su marido al tener en cuenta sus sentimientos. Se sentía llena de una confianza renovada que borró la sospecha de que le hubiera ocultado la verdad por motivos menos nobles. Era la esposa fuerte y sensata que se ocupaba de los problemas. Podía evitar cualquier peligro, triunfar sobre cualquier adversario que la amenazara.
– No te preocupes, primo -dijo-. Ya me encargaré de que estés a salvo del sosakan Sano. Ahora descansa y déjalo todo en mis manos.
Los ojos de Shigeru estaban llenos de lágrimas de alivio y gratitud.
– Gracias, prima. ¿Qué haría yo sin ti?
Se dio la vuelta y se acomodó bajo el edredón. La dama Miyagi apagó la lámpara. Pronto Shigeru roncaba suavemente, pero ella siguió despierta, tramando planes. El teniente Kushida era el principal sospechoso, y la dama Miyagi esperaba que le cargaran el crimen a él. Pero no se atrevía a darlo por sentado. Desde el principio se había anticipado y preparado para los problemas. Ya había actuado en su mutua defensa. Ahora debía emprender medidas adicionales para proteger a su amado esposo. Su matrimonio especial.
Su vida.