De un manotazo, tiró al suelo al actor arrodillado. Shichisaburo cayó de bruces. Horrorizado por su propia crueldad, el chambelán contuvo el impulso de disculparse y ceder a sus ansias de amor. La necesidad de defenderse pesaba más que cualquier otra.
– Lo siento, mi señor -dijo Shichisaburo entre sollozos-. No era mi intención ofenderos. Pensé que os complacería lo que he hecho. ¡Mil disculpas!
Se levantó sobre los codos. El chambelán Yanagisawa lo golpeó en la mandíbula, y volvió a caer. Al sacar su soledad a la superficie, al hacerlo vulnerable, el actor lo había rebajado, había trocado sus posiciones. Yanagisawa no pensaba tolerar ese cambio en la balanza de poder. Presagiaba sufrimientos y desgracias que no quería ni imaginarse.
De un tirón, arrancó la banda de algodón blanco que cubría la ingle de Shichisaburo y le separaba las nalgas. Después se quitó a manotazos su propia ropa. Empotró al joven actor boca abajo contra el tatami y se sentó a horcajadas sobre él.
– ¡Te voy a enseñar quién es el amo y quién el, esclavo! -gritó.
Shichisaburo sollozaba y temblaba de miedo. A menudo se habían divertido jugando al sexo violento, pero eso no era un juego, y él lo sabía.
– Si así lo desea mi señor, jamás volveré a hablar de mi amor -chilló-. ¡Olvidemos lo sucedido y dejémoslo todo como antes!
No tenían vuelta atrás; entre ellos todo había cambiado. El chambelán Yanagisawa aporreó la espalda de Shichisaburo con los puños. El chico gimió pero no se revolvió. La falta de resistencia enardeció todavía más a Yanagisawa. Agarró al actor por el pelo y le estampó la cara en el tatami repetidas veces, mientras trataba a tientas de liberar su erección del taparrabos.
– Podéis hacerme… lo que… os apetezca -gimoteó Shichisaburo entre boqueadas de angustia. Su piel estaba reluciente de sudor; el hedor de su miedo llenaba la habitación, pero tuvo valor para hablar-. Acepto… el dolor. Incluso si… no lo queréis… soy vuestro para siempre. ¡Haré… cualquier cosa por vos!
Antes de que la violenta fusión de placer y furia lo superara, el chambelán Yanagisawa se dio cuenta de lo que tenía que hacer. Tenía que poner fin a su relación con Shichisaburo, o afrontar el desmoronamiento de su poder, de todo su ser. Pero, de momento, el joven actor resultaba demasiado útil para dejarlo. Había ejecutado sus órdenes con acierto. El escenario estaba dispuesto para la destrucción de Sano y el otro rival de Yanagisawa. Pero si la trama fracasaba por algún motivo, tal vez precisase otra vez de los servicios de Shichisaburo antes del fin de la investigación.