Entre vítores redoblados, apareció una mujer. Llevaba un vestido sin mangas para mostrar sus tres brazos. Adoptó poses que recordaban las estatuas de muchos brazos de la deidad budista de la piedad y después invitó a varios miembros del público a apostar en cuál de las tres tazas puestas boca abajo se ocultaba un cacahuete. La Rata volvió con Hirata.
– Cien monedas de cobre, cuando sea que encuentre a vuestro hombre.
Siguieron otros números: un gordo danzante; un hermafrodita que cantaba las partes masculinas y femeninas de un dúo. Las negociaciones continuaron. Al final Hirata dijo:
– Setenta monedas de cobre si lo encuentras en dos días, cincuenta si es después, y nada si yo encuentro a Choyei primero. Esa es mi última oferta.
– De acuerdo, pero quiero un anticipo de veinte monedas para cubrir gastos -dijo la Rata.
Hirata asintió y le dio las monedas. La Rata las guardó en la bolsa que llevaba a la cintura y fue a anunciar el número final.
– Y ahora, el acontecimiento que todos estabais esperando: ¡Fukurokujo, dios de la sabiduría!
Salió a escena un chico de unos diez años. Tenía los rasgos diminutos como los de un bebé, los ojos cerrados y la cabeza prolongada en una elevada calva que recordaba la del legendario dios. Del público surgieron gritos de asombro.
– ¡Por un suplemento de cinco zeni, Fukurokujo os dirá la buenaventura! -gritó la Rata; el público avanzó, presuroso. A Hirata le dijo-: Para sellar nuestro trato, os regalo una buenaventura. -Lo llevó al escenario y puso su mano sobre la frente del niño-. Oh, gran Fukurokujo, ¿qué ves en el futuro de este hombre?
Con los ojos todavía cerrados, el «dios» dijo con voz estridente e infantil:
– Veo una bella mujer. Veo peligro y muerte. -Mientras el público prorrumpía en «Ohs» y «Ahs», el chico clamó-: ¡Cuidado, cuidado!
El recuerdo de la dama Ichiteru asaltó de nuevo a Hirata. Vio su cara adorable e impasible; sintió su mano sobre él; oyó una vez más la música de las marionetas que subrayaba su deseo. Volvió a experimentar la incitante mezcla de lujuria y humillación. Incluso al recordar sus artimañas y a pesar del castigo por tener trato con la concubina del sogún, anhelaba a Ichiteru con terrorífica pasión. Sabía que tenía que volver a verla, si no para repetir la entrevista y arruinar su reputación profesional, sí para ver adónde llevaría su encuentro erótico.