– Pero habrá pruebas que hayan llevado a otras mujeres a creer que Kushida es culpable.
– Cielos, hablas igual que un policía, Reiko-chan. Tu marido es tonto si no acepta tu ayuda. -Soltó una carcajada-. Pues bien, te diré algo que es probable que él desconozca y que no va a descubrir. El día antes de que expulsaran al teniente Kushida, un guardia lo pilló en la habitación de la dama Harume. Tenía las manos en el armario donde guardaba la ropa interior. Al parecer Kushida quería robarle algo.
«O meter el veneno», pensó Reiko.
– El incidente no llegó a ser denunciado -prosiguió Eri-. Kushida es el oficial superior de aquel guardia y lo obligó a mantener silencio. Nadie se habría enterado de lo sucedido si una doncella no los hubiese oído discutir y me lo hubiese contado. El guardia nunca hablará, porque se juega el puesto si la administración de palacio descubre que ha protegido a alguien que ha quebrantado las reglas. -Eri hizo una pausa-. Y yo no difundí la historia porque Kushida jamás había dado problemas y parecía un suceso sin importancia. Ahora me gustaría haber acudido a Chizuru. De haberlo hecho, a lo mejor Harume no habría muerto.
Tras las excusas de Eri, Reiko veía el auténtico motivo de que hubiese guardado silencio: a pesar de su experiencia mundana, su corazón era tan tierno como el de esas jóvenes concubinas; también le tenía simpatía al teniente Kushida. Pero había dejado clara la oportunidad que tuvo para el asesinato.
– ¿Por qué se tiene a la dama Ichiteru por la principal sospechosa? -preguntó.
Eri frunció los labios; era evidente que la concubina le inspiraba tanto desagrado como pena Kushida.
– Ichiteru oculta bien sus emociones; por sus modales, nadie adivinaría que sentía por Harume algo que no fuera desprecio hacia una campesina de baja estofa. Jamás admitirá lo rabiosa que estaba cuando el sogún dejó de dormir con ella porque prefería a Harume.
»Pero un día del verano pasado las damas fueron de excursión al templo de Kannei. Estaba reuniéndolas para el viaje de vuelta, cuando oí gritos en el bosque. Corrí y me encontré a Ichiteru y a Harume en el suelo, peleándose. Ichiteru estaba encima de Harume y le pegaba, gritando que la mataría antes que dejar que le arrebatara el lugar de favorita del sogún. Las separé. Tenían la ropa sucia y la cara ensangrentada y llena de arañazos. Harume lloraba, e Ichiteru estaba enloquecida de furia. Las mantuve a distancia y les dije a las demás que se habían lastimado por una caída en el bosque.
– ¿Y tampoco se notificó este incidente?
Eri sacudió la cabeza.
– Podría haber perdido mi puesto por no saber mantener el orden entre las chicas que estaban a mi cargo. Ichiteru no quería que nadie se enterara de que se había comportado de una forma tan poco digna. Y Harume tenía miedo de meterse en líos.
En opinión de Reiko, la dama Ichiteru tenía un motivo mucho más claro para el asesinato que el teniente Kushida. La concubina también había amenazado a Harume, y podría haber rematado el ataque envenenándola.
– ¿Vio alguien a la dama Ichiteru en la habitación de Harume o sus inmediaciones poco antes de su muerte?
– Cuando pregunté entre las mujeres, todas dijeron que no. Pero eso no significa que Ichiteru no fuera allí. Podría haber ido a escondidas cuando nadie la veía. Y tiene amigas que mentirían por ella.
Móvil y posible oportunidad, decidió Reiko. La dama Ichiteru parecía cada vez más sospechosa pero, para demostrar su culpabilidad, Reiko necesitaba un testigo o pruebas.
– ¿Me dejarías hablar con las otras mujeres y me ayudarías a registrar la habitación de Ichiteru? -preguntó.
– Mmmm. -Eri parecía tentada, pero después frunció el entrecejo y sacudió la cabeza-. Mejor no arriesgarse. Va contra las reglas llevar extraños al Interior Grande. Incluso tu marido necesitará un permiso especial, aunque dudo que encuentre nada. Ichiteru es lista. Si es la asesina, se habrá deshecho del veneno que le sobrara.
Reiko estaba decepcionada, pero no demasiado. Tan sólo le hacía falta encontrar un modo de sortear las reglas, las mentiras y los subterfugios que protegían el Interior Grande.
Eri la contemplaba con preocupación.
– Prima, espero que no vayas demasiado lejos jugando a los detectives. Aparte de tu marido, hay otros hombres en el bakufu a los que no les gusta que las mujeres se entrometan en asuntos que no son de su incumbencia. Prométeme que serás sensata.
– Lo seré -prometió Reiko, aunque la referencia desdeñosa de Eri a sus empeños la molestó. Cuando un hombre investigaba un asesinato, se consideraba trabajo y cobraba por él. Pero una mujer sólo podía «jugar» al mismo oficio. Sin pararse a pensar, Reiko dijo-: Eri, creo que sería fantástico tener un trabajo de verdad en el castillo, como tú. ¿Estás contenta de haberte convertido en funcionaria de palacio en vez de casarte?
La boca de su prima se torció en una sonrisa de lástima afectuosa por su inocencia.
– Sí, me alegro. He visto demasiados matrimonios malos. Disfruto de mi autoridad. Pero no idealices mi posición, Reiko-chan. La conseguí complaciendo a un hombre, y sirvo bajo los dictados de otros hombres. La verdad es que no soy más libre que tú, que sirves sólo a tu marido.
Aquella deprimente verdad convenció a Reiko de que debía encontrar su propio camino en la vida. Después, al ver una súbita expresión de congoja en el rostro de Eri, preguntó:
– ¿Qué pasa?
– Acabo de recordar una cosa -dijo Eri-. Hará unos tres meses, en plena noche, la dama Harume se puso gravemente enferma con dolor de estómago. Le di un emético para hacerla vomitar y un sedante para que durmiera. Pensé que le habría sentado mal la comida y no me molesté en informar del problema al doctor Kitano porque por la mañana ya estaba mejor. Y, al poco tiempo, una daga le pasó rozando en una calle llena de gente del distrito de Asakusa, el Día Cuarenta y Seis Mil. -Era un popular festival religioso-. Nadie sabe quién la lanzó. Jamás se me ocurrió que los dos sucesos estuviesen relacionados, pero ahora…
Reiko vio lo que Eri quería decir. Con el calor del verano, los alimentos estropeados a menudo causaban indigestiones. Las armas que salían disparadas durante las batallas entre bandidos o samuráis duelistas ponían en peligro a los transeúntes inocentes. Sin embargo, a la luz del asesinato de Harume, otra posible explicación conectaba estos dos accidentes.
– Parece que alguien intentó matar a Harume con anterioridad -comentó Reiko.
Pero ¿era la dama Ichiteru, el teniente Kushida o alguien todavía desconocido?