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Corro entre los tenderetes hacia la posada. Como de costumbre, ya hay una habitación reservada para mí, de modo que me deslizo entre el pinar y los matorrales de bambú que la rodean como un bosquecillo.

Mi habitación está en el pabellón del fondo, muy discreta. Entro, cierro la puerta y espero. Al poco oigo el crujido de unos pasos en el sendero de grava. Se detienen en el exterior de mi habitación…

Sano ya estaba totalmente despierto y despabilado. Así que la dama Harume había aprovechado su libertad para tener citas secretas.

… y veo su sombra alta y delgada en la ventana de papel. Hay un agujero en el lienzo, y aparece su ojo. Pero no dice nada, y yo tampoco. Fingiendo que estoy a solas, me quito poco a poco la capa. Me desanudo la faja y dejo que mis quimonos exteriores e interiores caigan al suelo, de cara a la ventana para que me vea, pero sin cruzar la mirada con él en ningún momento.

Su sombra se agita. Desnuda, me paso las manos por los pechos, suspirando y humedeciéndome los labios. Sus prendas se separan con un frufrú y se afloja el taparrabos. Me tumbo en los colchones del suelo. Abro las piernas y mi femineidad queda expuesta a su mirada. Me acaricio con los dedos. Cada vez más rápido, gimiendo, arqueando la espalda, zarandeando la cabeza con un placer que en realidad no siento. Jadea y gruñe. Cuando finalmente grito, él también lo hace, un sonido feo, como el de un animal moribundo.

Después me quedo quieta, con los ojos entrecerrados. Veo que su sombra se aleja de la ventana y desaparece. Cuando estoy segura de que se ha ido, me visto con rapidez y corro de vuelta al mercado, antes de que las sirvientas de palacio descubran que no estoy con el resto de las chicas. Por lo que he hecho, podrían darme una paliza, destituirme o incluso matarme. Pero él es muy rico y poderoso. Pronto saldrá para Shikoku, y no volveremos a vernos en al menos ocho meses. Tengo que sacarle lo que pueda ahora, a toda costa.

Excitado por aquella estampa erótica, el propio Sano se sentía como un mirón al espiar la vida íntima de una mujer muerta. Cerró el libro y sopesó el significado de lo que acababa de leer. Era probable que Harume hubiese pensado que cualquiera que leyese la historia la tomaría por una fantasía, pero tenía el timbre de la verdad. ¿Quién era su compañero en aquel juego estrambótico y por qué jugaba ella si no le proporcionaba ningún placer? ¿Qué más podía haber pasado entre ellos? Sano enumeró las pistas: un hombre alto y delgado que era rico y poderoso, destinado a una estancia de ocho meses en aquella isla del sur…

Entonces sonrió. Sabía de alguien que encajaba con los indicios que Harume había dejado sobre su enamorado. Sano apagó la lámpara con un soplido, se tumbó con el cuello apoyado en el soporte de madera y se arropó con el edredón. Al día siguiente él y Reiko se reconciliarían y empezarían su matrimonio feliz. Y también al día siguiente, en algún momento entre el informe al sogún, la asistencia al reconocimiento del cadáver de Harume en el depósito y la entrevista con la dama Ichiteru y el teniente Kushida, Sano visitaría al más reciente sospechoso del asesinato: el caballero Miyagi Shigeru, daimio de la provincia de Tosa.

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