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– Encantado. Lamento no haber traído mi currículo, pero su amigo Garza, aquí presente, tenía cierta prisa.

– Disculpe, pero no me gusta perder el tiempo. Si tiene la bondad de escucharme, le informaré sobre su trabajo.

– ¿Tiene algo que ver con el mundo de Walt Disney de ahí abajo? Accidentes de avión, desastres naturales…, ¿llama «ingeniería» a eso?

Glinn lo miró con expresión paternalista.

– Entre otras cosas, esta empresa está especializada en el análisis de fallos.

– ¿Qué es eso?

– Comprender cómo y por qué fallan las cosas, se trate de un asesinato, de un accidente de aviación o de un ataque terrorista, constituye un elemento crucial a la hora de resolver problemas de ingeniería. El análisis de fallos es la otra cara de la ingeniería.

– No estoy seguro de entenderlo.

– La ingeniería es la ciencia que se ocupa de cómo hacer o inventar algo, pero eso representa solamente la mitad del desafío. La otra mitad es estudiar todas las variantes de fallos posibles, para conseguir evitarlos. Aquí, en EES, resolvemos problemas de ingeniería muy complejos y analizamos todo tipo de fallos. Nunca nos hemos equivocado en ninguna de ambas cosas; repito, nunca; con una sola excepción, en la que seguimos trabajando. -Hizo un gesto despectivo con la mano, como si espantara una mosca molesta-. Estas dos áreas, ingeniería y análisis de fallos, constituyen nuestra actividad principal y visible. Pero también son una tapadera, porque detrás de la fachada que mostramos al público utilizamos estas mismas instalaciones para llevar a cabo, de vez en cuando, proyectos confidenciales y sumamente inusuales para clientes especiales, muy especiales. El caso es que lo necesitamos a usted para uno de esos proyectos.

– ¿Por qué a mí?

– Enseguida llegaremos a eso. Primero, los detalles: un científico chino viene de camino a Estados Unidos. Creemos que lleva consigo los planos de una nueva arma de alta tecnología. No estamos seguros, pero tenemos razones para creer que intenta desertar.

Gideon estuvo a punto de hacer un comentario sarcástico, pero la mirada de Glinn le convenció de que era mejor que se abstuviera.

– Desde hace dos años -prosiguió el hombre-, los servicios de información tienen noticia de un misterioso proyecto que los chinos están desarrollando en unas instalaciones subterráneas de la zona de pruebas nucleares de Lop Nor, en el extremo noroeste de China. Se trata de un asunto en el que han invertido enormes cantidades de dinero y de talento científico. La CIA cree que se trata de una nueva arma, una especie de Proyecto Manhattan chino, algo que alterará radicalmente el equilibrio de poderes.

– ¿Más destructivo que la bomba de hidrógeno? -preguntó Gideon, perplejo.

– Sí. Esa es la información que tenemos. Pero ahora parece que uno de sus principales científicos ha robado los planos y se dirige a Estados Unidos. ¿Por qué?, no lo sabemos. Confiamos en que pretenda pasarse a nuestro bando con los planos de esa arma, pero no podemos estar seguros.

– ¿Y por qué iba a hacer semejante cosa?

– Según parece, fue víctima de una trampa sexual en una convención de científicos en Hong Kong.

– ¿De una qué?

– Seguro que ha oído hablar de ello. Es cuando se utiliza a una mujer atractiva para poner al objetivo en situación comprometida y tomarle fotos para después presionarlo. Solo que en este caso la trampa salió mal y provocó que a nuestro hombre le entrara el pánico y saliera de China en el primer avión.

– Entiendo. ¿Cuándo se supone que llegará ese científico?

– En estos momentos está de camino en un vuelo de las Líneas Aéreas Japonesas de Hong Kong a Nueva York. Cambió de avión en Tokio hace nueve horas y aterrizará en el JFK a las once y diez de la noche. Dentro de cuatro horas.

– Vaya por Dios…

– Su misión es sencilla: siga al hombre desde el aeropuerto y, a la primera ocasión que tenga, hágase con esos planos y tráigalos aquí.

– ¿Cómo voy a hacer tal cosa?

– Eso le corresponde a usted decidirlo.

– ¿En cuatro horas?

Glinn asintió.

– No sabemos en qué formato están esos planos ni dónde los lleva escondidos. Podrían estar codificados en su ordenador, ocultos en una imagen esteganográfica, en una memoria flash dentro de su maletín o incluso en un anticuado rollo fotográfico.

– Es una misión absurda. Nadie puede conseguirlo.

– Es cierto que muy pocos serían capaces. Por eso nos hemos puesto en contacto con usted, doctor Crew.

– Bromea, ¿verdad? Nunca he hecho nada parecido. Mi trabajo en Los Álamos se desarrolla en el campo de la alta energía. Seguro que aquí abajo tienen a un montón de gente más cualificada que yo.

– Lo cierto es que usted está particularmente dotado para la tarea, doctor Crew, y por dos razones. La primera es por su antigua profesión.

– ¿Qué profesión es esa?

– La de ladrón de museos de arte.

Se hizo un silencio glacial.

– Naturalmente -prosiguió Glinn-, no estoy hablando de los grandes museos, sino de pequeñas colecciones privadas con sistemas de seguridad menos complicados y con obras de segunda fila.

– Creo que debería tomarse su medicación -repuso Gideon en voz baja-. No soy ningún ladrón de arte y no tengo antecedentes penales.

– Lo cual demuestra lo bueno que era. Unas habilidades de ese tipo son muy útiles. Naturalmente, dejó la profesión cuando en su vida surgió un nuevo y todopoderoso interés. Y con él llegamos a la segunda razón. Ya ve, hemos seguido muy de cerca su discreta operación contra el general Chamblee S. Tucker.

Gideon intentó recobrarse de aquella segunda sorpresa y procuró adoptar una expresión de perplejidad.

– ¿Operación, dice? Tucker se volvió loco y nos atacó, a mí y a un empleado suyo, en su casa.

– Eso es lo que todo el mundo cree, pero yo estoy mejor informado. Sé que pasó los últimos diez años perfeccionándose, acabando sus estudios y doctorándose en el MIT mientras buscaba la manera de acabar con Tucker y rehabilitar el buen nombre de su padre. Sé cómo consiguió «liberar» aquel documento secreto y la forma en que lo utilizó contra Tucker. Su hombre era una persona poderosa que había sabido protegerse adecuadamente; sin embargo, al montar su operación, usted demostró tener muchos y variados talentos y una sangre fría impresionante tras el tiroteo. Orquestó el montaje a la perfección. Nadie dudó ni por un instante de su historia, ni siquiera cuando reivindicó la figura de su padre.

Gideon sintió ganas de vomitar. Así que se trataba de eso, de un simple chantaje.

– No sé de qué me está hablando.

– Vamos, vamos, no tiene de qué preocuparse. Su secreto está a salvo. También nosotros buscábamos la manera de acabar con Tucker, para uno de nuestros clientes especiales, en este caso. La verdad es que nos ahorró un montón de trabajo y así fue como nos fijamos en usted.

A Gideon no se le ocurrió nada que decir.

– Antes me ha preguntado por qué usted -prosiguió Glinn-. Lo cierto es que lo sabemos todo acerca de su persona, doctor Crew, y no me refiero únicamente a sus habilidades como ladrón ni a su enfrentamiento con Tucker. Estamos al corriente de su difícil infancia y de su trabajo en Los Álamos. Sabemos que es aficionado a la buena cocina y a los jerséis de cachemir. Conocemos sus gustos musicales y de jazz, y también su debilidad por la bebida y, cuando se encuentra bajo su influencia, por las mujeres. Lo único que no hemos logrado averiguar es cómo perdió la última falange del dedo anular derecho -concluyó arqueando la ceja de su único ojo.

Gideon se sonrojó de furia y respiró hondo para mantener el control, pero no dijo nada.

– Está bien, si no quiere responder, quizá quiera contestar a otra cosa: ¿tenía planeado desde el principio convencer a Dajkovic?

Gideon siguió mudo. Todo aquello era imposible, increíble.

– Tiene mi palabra de que nada de lo que diga saldrá de aquí. Como puede imaginar, somos bastante buenos cuando se trata de guardar secretos.

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