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Nos sentamos en una pequeña sala de interrogatorios, alrededor de una endeble mesa metálica que habían sujetado al suelo con tornillos. A lo mejor pensaban que algún ladrón se la llevaría si no la sujetaban al suelo. Las paredes eran del mismo hormigón verde claro de los pasillos, con la excepción de un espejo que tenía enfrente. Sabía que podía haber alguien mirando del otro lado, pero dudaba que nadie se molestara en hacerlo.

Toms se sentó frente a mí y apoyó los codos en la mesa.

– Muy bien. Ya sabes por qué estás aquí.

– No, no lo sé. No sé por qué estoy aquí.

No era del todo cierto. No tenía idea de lo que sabían y lo que no sabían. Lo que más me sorprendió fue lo tranquilo que estaba. Tal vez fuera porque sabía que Aimee Toms era amable o porque en los pasados dos días había vivido escenas más temibles (un montón de escenas más temibles) que aquella. Me sentía bien. Sentía que si mantenía la calma, como Melford, todo iría bien.

– Hablemos de Lionel Semmes -dijo ella.

Hice un respingo. No porque reconociera el nombre, sino de exasperación. ¿Lionel Semmes? ¿Había más jugadores metidos en aquello? ¿Hasta dónde llegaría la trama?

– ¿Y ese quién es?

Toms suspiró.

– Quizá le conozcas como Cabrón.

– Oh, Cabrón. Sí. ¿Qué le pasa?

– Háblame de él.

– Bueno -dije pensativo-, traté de venderle unas enciclopedias, pero al final él y su mujer no aceptaron. Lo recuerdo porque no suelo pasar tanto tiempo con una familia sin cerrar una venta. Y además él fue bastante desagradable y maleducado.

– ¿Y?

Me encogí de hombros.

– Y ya está. No sé nada más. ¿Por qué?

– Cabrón no estaba casado, pero él y su novia han desaparecido. Nadie los ha visto desde el viernes por la noche. Por lo que sabemos, eres la última persona que los vio con vida. Eso por sí solo te convierte, o podría convertirte, en sospechoso. Pero luego te encuentro en el lugar donde trabaja Cabrón, acosado por Doe, que es el jefe de Cabrón. Y luego te paseas por la zona haciendo preguntas sobre él. Ves por dónde voy, ¿verdad?

De pronto me sentí mareado. Ya me había parecido que lo de preguntar a los vecinos era un error. Ahora lo sabía. ¿Por qué había insistido Melford en que lo hiciera? No podía dejar de oír el eco de las dudas de Chitra en mi cabeza. ¿Quería Melford que me vieran?

– Yo no he hecho eso -mentí.

– Algunos vecinos dicen que ayer pasaste por sus casas haciendo preguntas sobre Karen y Cabrón. O por lo menos vieron a alguien que encaja con tu descripción. Si quieres podemos hacer una rueda de reconocimiento, pero creo que los dos sabemos cómo acabará.

– Adelante -dije encogiendo los hombros. Era lo único que se me ocurría, hacerme el duro. Tuve que contener una leve sonrisa porque sentía que me estaba pasando lo mismo que ya les había pasado a otros. Allí estaba yo, un sospechoso al que el sistema estaba convirtiendo en algo mucho peor. Si pasaba el tiempo suficiente en la cárcel, es posible que me volviera peligroso.

– Registramos su caravana -dijo Aimee-. Encontramos restos de sangre.

La estudié. No dijo nada acerca del cadáver de un tipo que se echaba el pelo que le quedaba sobre la calva, así que supuse que Doe se había llevado el cuerpo.

– Encontramos montones de huellas. Estoy segura de que algunas serán tuyas.

– Ya le he dicho que traté de venderles unos libros. Claro que encontrarán mis huellas.

Ella se encogió de hombros.

– ¿Y qué me dices de la sangre? ¿Alguna idea?

– Pues no. No vi que nadie sangrara mientras estuve dentro.

– Podría ser de ellos. Quizá los mataste y limpiaste la sangre pero cometiste errores.

– Eso es una locura. ¿Por qué iba a matarlos? No los conocía. ¿Y cómo me iba a deshacer de los cuerpos? Ni siquiera tengo coche.

– Yo creo que colaboraste. También creo que la persona que lo hizo arrojó los cuerpos en la laguna de desechos. En cuanto tengamos las pruebas suficientes para pedir una orden, lo comprobaremos. Eso explicaría por qué estabas allí.

– Agente, usted me vio. ¿Tenía pinta de acabar de tirar dos cuerpos en ese pozo apestoso? Estaba un poco magullado y despeinado, pero no estaba cubierto de sudor.

– Da igual -concedió ella-. El caso es que no lo sabemos. Trabajamos sobre hipótesis. Esa sangre podría ser de Karen y Cabrón. O no. Hace un par de días que la madre de Karen no aparece, así que quizá sea ella quien les ha matado.

La madre de Karen, pensé. El tercer cuerpo.

– Hay otras posibilidades -añadió-. Cabrón robaba mascotas, la sangre podría ser de animal.

– ¿Robaba mascotas? -Traté de parecer sorprendido y horrorizado-. ¿Para qué?

– Y yo qué sé. Teníamos un montón de reclamaciones, pero no podíamos demostrar nada. Hablé con él personalmente, pero… -Se encogió de hombros-. Mucha gente estaba convencida de que era él, pero sin pruebas no podíamos hacer nada. Y si había alguna clase de prueba en la caravana de su novia, en la jurisdicción de Doe, estábamos con las manos atadas porque Cabrón trabajaba para Doe.

– ¿Y no hicieron nada? -pregunté-. Se lleva los gatos y los perros de la gente ¿y le dejan que siga?

– Ya te lo he dicho, legalmente no podíamos hacer nada… no sin pruebas.

– No suena muy convincente.

– ¿Podemos ceñirnos al tema?

– Sí, sí. Solo es que me parece raro.

– El problema no es que desaparezcan gatos y perros, sino que han desaparecido unas personas y quizá estén muertas. Y creo que tú sabes algo.

– No, yo no sé nada. ¿Puedo llamar a un abogado?

– No estás arrestado.

– Entonces, ¿puedo irme?

La mujer parecía estar considerando la pregunta cuando llamaron a la puerta.

Se excusó y volvió al cabo de un minuto, meneando la cabeza.

– Acabamos de recibir una llamada. Cabrón, Karen y la madre de Karen han aparecido. Están visitando a unos parientes en Tennessee. Parece ser que Karen ha llamado a un vecino, él le ha dicho que todos la daban por muerta y por eso ha llamado a la comisaría.

Melford ataca de nuevo, pensé. Traté de no sonreír.

– Entonces, si no están muertos, no hay asesinato y usted no tiene que velar por que no se me acuse erróneamente.

Ella hizo una mueca.

– Eso parece. Pero te digo una cosa, chico: no creo que estés siendo sincero conmigo. No sé lo que te traes entre manos, pero hazlo en otra parte. No quiero estas cosas por aquí.

No dije nada. No ganaba nada volviendo a negarlo, pero tampoco quería asentir como si ella tuviera razón.

– Entonces me voy. Pero creo que tendrían que tomarse más en serio lo de las mascotas. -¿Por qué me inmiscuía en aquello en vez de salir corriendo?

– Mira, tenemos robos, drogas y violaciones de sobra. Los garitos y los perritos desaparecidos están bastante abajo en nuestra lista de prioridades.

– O sea, que un tipo como Cabrón puede hacer lo que quiera siempre y cuando lo niegue. -Me felicité a mí mismo por aquel uso magistral del presente.

– Básicamente sí. La próxima vez que te pierdas y vayas a parar a la granja, echa un vistazo dentro. Cuando veas cómo tratan a esos cerdos, a lo mejor lo ves de otra forma. ¿En qué se diferencian de esas mascotas, aparte de en que no son monos y peludos? Si no es un crimen matar a unos, ¿por qué tiene que serlo matar a los otros?

Buena pregunta, pero tenía la sospecha de que Melford diría que estaba enfocando el tema de forma equivocada.

Hasta que no salí no se me ocurrió que necesitaba un medio de transporte para regresar al motel. Volví a entrar y le dije al policía de recepción que necesitaba que me llevaran.

– Esto no es un servicio de taxi -me dijo.

– Bueno, yo no he pedido que me trajeran acusado de matar a unas personas que no están muertas, así que quizá alguien tendría que llevarme.

– Esto no es un servicio de taxi -repitió.

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